El psicoanálisis en lengua castellana
Resumen
Se estudian las traducciones al castellano de los textos y palabras claves del psicoanálisis a partir del juvenil interés de Freud por la lengua de Cervantes. Se analiza la relación de las traducciones al español con el original en alemán y su traducción estándar al inglés. Se discuten las dos traducciones de las Obras Completas de Freud: López Ballesteros – Rosenthal (1923-1956) y Etcheverry (1974-1979). Se subraya la incidencia de Lacan sobre las versiones en español a partir del “retorno a Freud” del psicoanalista francés. Se insiste en que la radical innovación freudiana, el Unbewusst, trastoca la estructura de todas las lenguas que, en psicoanálisis, solo valen como vehículos que permiten las formaciones del inconsciente. El Unbewusst es, como tal, intraducible pues “eso” habla en una lalengua (Lacan) singular, irrepetible, inicodificable (uncodable), alérgica a los diccionarios bilingües.
Se contraponen el estilo exotérico (clásico, aristotélico) de los textos freudianos y el esotérico (barroco, gongorino) de los escritos y seminarios de Lacan. Se describen las vicisitudes e insuficiencias de las distintas traducciones de la enseñanza de Lacan al español. Se argumenta sobre la radical intraducibilidad recíproca entre Freud y Lacan independientemente de la lengua y los textos originales en función de la insoslayable diferencia de estilos. Se propone, finalmente, que esa dificultad es fecunda para el psicoanálisis en este siglo pues hace imperiosa la multiplicación de las versiones de Freud, de Lacan y de sus epígonos en nuestra y en todas las lenguas.
Introducción
Es plausible, digna de encomio, la decisión del EJP, de abrir una nueva sección, en español, de la prestigiosa publicación y agregarla a sus celebradas ediciones en inglés, ruso e italiano. La calidad y cantidad de las revistas y libros que se publican en español, además de la amplia difusión del psicoanálisis en los países que hablan esta lengua, indican la oportunidad, más aun, la necesidad, de esta apertura. El castellano es la lengua materna más hablada en el mundo después del mandarín, aunque, desde el punto de vista de los intercambios culturales, ambas sean superadas por el inglés (globish), una lengua que hace las veces de idioma universal para los usuarios de internet. Por lo que respecta al número de psicoanalistas que escriben en español no hay estadísticas (ni falta que hacen) pero es, a no dudarlo, una cifra cuantiosa. El nivel de esas contribuciones es variable (como en las demás lenguas) cuando llega el momento de valorar estas derivaciones del discurso freudiano. Es indudable que escasean los canales de comunicación entre los psicoanalistas hispanohablantes. Cabe decir también que no se trata solo del idioma de Castilla sino de las lenguas iberoamericanas. Los psicoanalistas que publican en portugués, en catalán, en vasco, etc., son bilingües. El castellano, aun cuando no sea su lengua materna, es conocido y ampliamente utilizado por todos ellos. Los epígonos de Freud encuentran en la lengua de Cervantes, tan modificada por la historia después del Siglo de Oro, un vehículo imprescindible para transmitir, hacer oír y participar en foros con sus colegas, respetando las diferencias dialectales, semánticas, fonológicas y sintácticas, entre las distintas naciones y regiones.
Muchos caminos se abren para presentar esta nueva sección. Trataré de desbrozar algunos evitando redundar en datos accesibles a los que se puede acceder por referencias bibliográficas que, llegado el caso, no escatimaré. Quiero, más que aportar datos, problematizar la relación particular de la lengua castellana: a) con la alemana de Freud; b) con la de sus traducciones al inglés y, c) con su polémico pasaje a la lengua francesa de Lacan que, bien es sabido, fue sometida a dura prueba por el estilo inimitable del autor que llegó a usarla como un idiolecto. A su vez, esa lengua de Lacan sufre una ordalía cuando es traducida al inglés de Inglaterra, al inglés de los estadounidenses (mal llamado American) y al español de los iberoamericanos con las previsibles diferencias entre españoles, argentinos, mexicanos, brasileños, etc. No faltan tampoco los malévolos, aunque no del todo extraviados, que postulan que al idioma de Lacan habría que comenzar por traducirlo al francés pues no pocos de sus escritos y seminarios parecen tallados en ultra o metafrancés. Hay quienes, al traducirlo, pretenden imitarlo. Escriben y hablan en lacanés o lacanoso.
Aclaremos desde el comienzo que la teoría y la práctica del psicoanálisis son efectos, sí, de la obra freudiana pero no solo en su versión original sino también de cómo fue completada y transformada por sus traducciones. Sin estas, el texto freudiano difícilmente habría sobrevivido al tercer Reich. Los escritos de Freud y sus primeros discípulos en alemán son la roca viva del psicoanálisis, la piedra basal sobre la que descansa el edificio. Valga la comparación: en este aspecto, historia y destino de la doctrina freudiana parecen equivalentes a la del cristianismo, que pudo trascender a sus orígenes en lengua aramea por medio del pasaje del texto bíblico a otras lenguas. La obra de Freud nunca podrá alejarse del texto en alemán al que constantemente habrá que volver como fuente y origen. Si el psicoanálisis se extendió, si logró un alcance planetario, fue gracias al genio subversivo de su inventor y a las singulares cualidades literarias de su escritura tal como pudo transmitirse en las versiones de su obra, por el empeño de sus traductores, hasta convertirla en un fenómeno insoslayable de la cultura moderna. El siglo XX fue el siglo del psicoanálisis. Es gracias a sus traslaciones, a sus metáforas, tomando esta palabra en su sentido etimológico, que subsiste en el siglo XXI.
Al igual que todos los demás monumentos culturales, el psicoanálisis tiene un preciso lugar de origen: el imperio austrohúngaro. Es inseparable de su lengua fuente, la alemana, específicamente marcada por sus modos de articulación en la Viena de Francisco José al pasar del siglo XIX al XX. ¿Cómo irradió la obra de Freud al mundo? Su existencia, en un principio, fue centrípeta: los psiquiatras, médicos, filósofos, los espíritus curiosos en general, se acercaban al gabinete de Freud en donde refulgía el inconsciente. Ellos iban a Berggasse 19 para allí beber, del manantial mismo, el saber de lo insabido (Unbewusst). A partir de ahí, en una corriente centrífuga, llevaban lo aprendido en el diván de su maestro-analista a otros países, a otros continentes, a otras lenguas. O hasta en su misma lengua, a riesgo de trastocar o desarticular su pensamiento y su obra. La Suiza alemana, por ejemplo, dio lugar a Jung y a Pfister, afines al protestantismo suizo zwingliano, versiones zuriquesas heterodoxas de la Viena judía que fuera la patria natal de la doctrina del inconsciente y de la sexualidad en su modalidad laica, atea, develada por Freud. Debido a esta transmigración lingüística se desarrollaron escuelas nacionales adaptadas a cada país y lengua, variablemente conectadas con las instituciones y empresas editoriales patrocinadas por el movimiento vienés. Gracias (o a pesar) de las transcripciones se fecundaba el pensamiento freudiano con las tradiciones filosóficas y los modos de aplicar el psicoanálisis en las demás naciones de Europa y, colateralmente, se extendía a ciertas áreas de occidente más próximas a ellas.
La historia de las traducciones de Freud es también la historia de las maneras en que su obra y su práctica fueron interpretadas y asimiladas en función de un singular Pentecostés. Los “apóstoles” venidos al principio de Berlín, Budapest, Londres, Roma, luego de los Estados Unidos, se imbuían del original. Con el nuevo saber, gracias a su don de lenguas, ellos llevaban la buena nueva (euangelion, euangelium) a sus tierras, a sus naciones, injertándola en sus dispares tradiciones médicas y filosóficas. No interesa aquí reseñar la naturaleza mundial de la geopolítica clínica o teórica del psicoanálisis aunque sí señalar el costo epistemológico de los trasplantes. Nótese la diferencia con el destino de las ciencias: ellas, pese a los empeños de la URSS, nunca fueron “nacionales” ni dependieron de la manera de traducir sus adquisiciones. Heisenberg y Bohr podían discutir en Copenhague (en 1942) independientemente de los países por los cuales trabajaban o eran reconocidos. Freud no pretendió fundar una ciencia restringida al alemán y mucho menos, como algunos se atrevieron a decir, una “ciencia judía”. La alegada verdad de su doctrina debía traslucir en cualquier idioma en que fuese escrita.
He de centrarme en la manera en que el psicoanálisis se naturalizó o incluso pudo desnaturalizarse, cosa que no excluyo, al llegar al espacio de otras lenguas y, en particular al mundo hispanohablante. En esta línea se abren dos vías que interesa explorar.
Una: en la que no podremos detenernos por razones de espacio y restringiré a referencias bibliográficas, es la relación personal de Sigmund Freud con la lengua española. Acerca del precoz interés del futuro creador del psicoanálisis disponemos de un texto fascinante, insoslayable, de Rubén Gallo (2010)[1]. En él este investigador describe el vínculo del joven Sigmund Freud con su amigo de adolescencia, Edouard Silberstein. Esos camaradas mantuvieron un apasionado interés por la obra de Cervantes, estudiaron la lengua española, se escribían cartas en un idioma macarrónico que inventaron para comunicarse entre sí como miembros de una “Academia española” de la que eran únicos y secretos participantes, asumían nombres y roles cervantinos, etc. Freud nunca olvidaría esta pasión por el castellano del siglo de oro, cosa curiosa, para decir lo menos, en alguien que no se interesó por aprender el yidis y el hebreo hablados por sus padres y en su propia comunidad. Además del estupendo capítulo de Rubén Gallo podemos leer varios trabajos eruditos sobre el tema de las maneras en que la obra freudiana llega a nuestro idioma, entre otros: Sesé-Léger[2] (2008), Casesmeiro[3] (2016), Lakhdari[4] (2005), Gentile[5] (2018), Gentile[6] (2021)
Dos: la recepción del texto freudiano en los países de lengua castellana a partir del original en alemán, de sus traducciones que operaban como lenguas de paso, particularmente al inglés y al francés, y de las aportaciones que, en su lengua particular, los adeptos, discípulos más o menos fieles (¿o infieles?) a su enseñanza hicieron al cuerpo teórico y doctrinal de sus concepciones. En esta segunda vía, epistemológica, sí cabe refinar los detalles.
Las traducciones de la obra freudiana al castellano.
Es preciso recordar, aun sumariamente, los singulares avatares de los textos de Freud vertidos en lengua castellana. Carlos Escars[7] (2008), fallecido en 2015, ha realizado una tarea excelsa de recopilación histórica y comentario de las distintas traducciones del texto en alemán en su pasaje a nuestra lengua. No podría mejorarse su minucioso trabajo de erudito. Su texto es preciso: por ello nada sería preferible a la lectura del artículo al que solo cabría plagiar. El mejor homenaje que se le puede rendir es, por lo tanto, poner a disposición de los lectores interesados el texto íntegro de su investigación tal como sus familiares lo autorizan. El presente número de introducción a la versión en español del EJP lo incluye en su integridad.
Fue en España y en lengua castellana donde apareció la primera traducción (se ignora el nombre del traductor) de la obra psicoanalítica de Freud, en 1893, tan solo dos meses después de la publicación de la Comunicación preliminar en Viena de los Estudios sobre la histeria. Ello sucedió en revistas médicas de Barcelona y Granada[8]. Las referidas revistas españolas no aportaban el nombre del traductor; fue imposible establecer su identidad. La prioridad de esas versiones pioneras fue reconocida por el responsable de la Standard Edition: “Es la primerísima traducción de una obra psicológica de Freud que se haya publicado en el mundo” escribía James Strachey a Ludovico Rosenthal en una carta del 22 de marzo de 1955 (Freud S. Cit., *n. al pie).
La sorpresiva iniciativa de difundir las inacabadas Obras Completas de Freud fue promovida por Ortega y Gasset, figura señera de la filosofía española en el siglo XX[9]. Ese atento erudito a lo novedoso del pensamiento europeo que fue Ortega incitó a un buen conocedor del alemán, Luis López Ballesteros y de Torres, a traducir el corpus freudiano cumpliendo una misión entonces impar y no imaginada ni por Freud mismo[10]. Sus versiones, aplaudidas por el propio Freud[11], comenzaron a publicarse después de 1923[12]. Diecisiete volúmenes fueron editados entre 1923 y 1937 cuando, por una parte, la guerra civil española, por otra, la muerte prematura de López Ballesteros [1896-1938] impidió dar término a la empresa. El privilegio de haber llevado a la culminación la primera traducción total de las obras psicoanalíticas de Sigmund Freud corresponde a Ludovico Rosenthal (Buenos Aires, 1955, Santiago Rueda, editores). La suya fue la primera edición verdaderamente integral de las obras completas, pues incluía los cuatro tomos póstumos, agregados a las obras faltantes en la primera edición publicada en Madrid (Editorial Espasa-Calpe). No hubo ninguna edición de las obras completas de Freud anterior a la que se hizo en castellano, excelente en sí, aunque no impecable, que llevaron a su culminación López Ballesteros, el español, y Rosenthal, el germanista argentino. Este último se encargó de agregar a las obras de Freud las recién descubiertas cartas de Freud a W. Fliess, publicadas por Anna Freud en una versión censurada, según hoy sabemos, en 1950. Esa importante correspondencia, complementada con los distintos manuscritos “neuropsicológicos” de Freud, aparecieron en español, como volumen XXII de las O. C. con el título de Los orígenes del psicoanálisis. Así fue presentada, por primera vez, en castellano, una traducción integral de las obras de Freud, años antes de que se las reuniese en su idioma original como Gesammelte Werke (Frankfurt am Maine. S. Fischer Verlag, 1969-1975), antes también del gran emprendimiento de James y Alix Strachey (1953-1974), que culminó en la Standard Edition of the Complete Psychological Works, en Londres, Hogarth Press.
Nadie discute esta prioridad: la primera traducción de S. Freud a una lengua extranjera (1893) y la primera edición de una traducción de sus obras completas (1954-1956) se concretó en la lengua que él veneraba desde su adolescencia, la de Cervantes. No me involucraré aquí en la permanente discusión acerca de cuál es la preferible de las dos versiones en español de esas obras completas, si la de López-Ballesteros completada por Rosenthal o la de J. L. Etcheverry[13]. Todos coinciden (coincidimos) en que la primera es más bella y agraciada desde el punto de vista literario mientras que la de Strachey es más rigurosa, beneficiada con un imprescindible aparato crítico, pero deficiente en muchos puntos sustanciales de la teoría analítica. Bienaventurados somos los lectores en español que podemos comparar y elegir entre dos versiones imperfectas aunque recíprocamente complementarias. Y, para más inri, que podemos enriquecer a ambas con las aportaciones de Jacques Lacan y sus comentaristas en francés (J. Laplanche y J.-B. Pontalis), con los comentarios y críticas recibidos por la Standard Edition que aclararon muchos puntos discutibles y con la primera edición de las obras completas en francés a cargo de Jean Laplanche, etc. para despejar las siempre problemáticas dudas que acarrea toda traducción de textos esenciales que exigen a la vez “poesía y verdad”.
La versión en inglés hizo las veces de una Vulgata a la que se equipararon las subsiguientes traducciones en las demás lenguas. El trabajo de James y Alix Strachey representó para el psicoanálisis lo que la obra de San Jerónimo para el cristianismo. No me siento muy audaz al proclamar la analogía entre la Vulgata de San Jerónimo y la Standard de los Strachey (Standard en inglés y Vulgata en latín son vocablos que pueden considerarse como traducción el uno del otro). Eso permite retornar a la analogía histórica que anticipé: el catolicismo romano se impuso al proponer una versión en la lengua del imperio que funcionó como paradigma para leer el Antiguo y el Nuevo Testamento, fundamento del poder eclesiástico pontificio que se extendió por Europa y, después de la conquista, llegó a América y a los demás continentes. Por otra parte, la Asociación Psicoanalítica Internacional (API, IPA en inglés) patrocinada por Freud, hizo de la traducción al inglés, nueva lengua imperial, la base ineludible para una “ortodoxia” que se consolidó como trademark® del psicoanálisis después de la Segunda Guerra Mundial. La institución mundial, igualmente imbuida de pretensiones pontificales, vigilaba la marcha de las entidades nacionales, el reclutamiento, la nominación así como la conformación de sus miembros a las regulaciones teóricas y técnicas del directorio que funcionaba a modo de cónclave cardenalicio o Comité Central.
La lectura (traducción) lacaniana de Freud
Bien se sabe que la historia del movimiento psicoanalítico mundial es la de sus cismas y divisiones. No es el momento de revisarlas. Hay que señalar, sí, en este contexto, que los conflictos no pasaban por la manera de traducir o entender a Freud en otras lenguas. Fue a partir de los años ’50 cuando irrumpió en el mundo psicoanalítico la enseñanza de Lacan con su proclamado “retorno a Freud”. El maestro vienés, en opinión de Lacan, había sido traicionado y desconocido por sus discípulos, plegados, por razones históricas entre otras, a un nuevo oficialismo que tenía a la lengua inglesa como portavoz. Lacan se presentó como un nuevo traductor, más leal al original, aunque fuese “herético” y “cismático”. Él, como en su tiempo Lutero, revisó la Vulgata. De manera puntillosa corrigió y a veces desvirtuó las traducciones que estimaba insuficientes. Acuñó neologismos, se apartó del dogma, desplazó los fundamentos filosóficos de la teoría, practicó con sus analizantes sesiones formal y sustantivamente distintas a las que pretendían estandarizar las autoridades de la IPA. Infiltró en Freud, con la pretensión de “formalizar” su pensamiento, la médula de otros modos de abordar la subjetividad. En lo fundamental: con su propio “estilo” (volveremos a ello) Lacan creó una neolengua freudiana, totalmente idiosincrásica, que algunos, no sin malevolencia, han llamado “lacanés”.
Provocó en las décadas de 1950 y 1960 a la autoridad unipolar de la institución descalificando su normatividad en cuanto a la formación de los analistas, la duración de las sesiones y los modos de conducir los análisis “didácticos”. Antes aun de su muerte (1981), las escuelas, grupos e instituciones inspirados por su enseñanza estallaron. Como sucedió en la historia del protestantismo apareció una galaxia: una vía láctea de esfuerzos convergentes y divergentes en torno a la manera de converger. Una vez producido el cisma no había modo de recuperarse de la fragmentación. De sectas o “escuderías”, de jefes o patriarcas. Todos los esfuerzos “couldn’t put Humpty Dumpty together again”. El psicoanálisis, como el cristianismo, difícilmente podría ser un movimiento unido en torno a un paradigma consentido por sus adeptos. El big bang freudiano de la invención del inconsciente dio lugar, tanto entre los seguidores “ortodoxos” como entre quienes discrepaban después de la muerte de su prodigioso inventor, a una telaraña filamentosa que no podría ya restituirse como un hilo unificador capaz de enhebrar sus filamentos.
Sin alegar consignas ideales de fidelidad o pureza Lacan trastocó las lecturas perezosas y las citas ceremoniosas de las aproximaciones “estandarizadas”. Puso en acción a dos “operadores” novedosos, imprevistos por Freud, que cambiaron la óptica de las gafas con las que se le miraba. Esos operadores (en sentido quirúrgico: escalpelos) fueron señalados por Jean-Claude Milner,[14] (2014) quizás el más minucioso y atento de sus interlocutores en el campo filosófico. Este autor, filósofo y lingüista, puso de relieve que Lacan introdujo en los escritos del fundador un nuevo modo de leerlo en alemán que Freud mismo no hubiera sospechado: “en lengua dialéctica”. En efecto, al revisar el índice onomástico de las Obras Completas de Freud se comprueba la deslumbrante ausencia de ese autor que fue para Lacan esencial en la lectura de Freud: Hegel[15]. Lacan supo, a partir de Kojève e Hyppolite, leer un Freud inédito. No por recibir de Hegel la filosofía del idealismo alemán sino por incorporar, con oportunismo confesado[16], esa lengua que Hegel inventó: la lengua dialéctica (amo y esclavo, negatividad, deseo del otro, alteridad, unidad de los contrarios, tesis, antítesis, síntesis, Aufhebung, etc). Cf. Pagès, (2015)[17]. El otro escalpelo, ya no de lengua sino de método, fue el estructuralismo, el análisis estructural, recibido de Jakobson y de Lévi-Strauss. “El discurso de Roma es el primer texto que reúne a los dos elementos”[18], donde ambos convergen. Con esos operadores foráneos Lacan proclama un “retorno a Freud” que es un descarrío, una desviación de Freud. Cabe recordar que meses antes del célebre “Discurso de Roma” el analista parisino había metido un caballo de Troya en el psicoanálisis. Fue en julio de 1953 cuando propuso la tesis de los tres registros: real, imaginario y simbólico, “esos tres míos que no son los suyos”, distinción polémica que sostuvo hasta el final de su enseñanza Lacan (1981 [1980])[19]. Hay que decir que esos escalpelos o abrelatas para leer a Freud fueron eso, los promotores de un nuevo discurso al cual Lacan (2001 [1967])[20] “interrogando la práctica y renovando el estatuto del inconsciente”, con el correr de los años, no dejaría de impugnar, de señalar como “las partes caducas de mi enseñanza” (ibid, p. 344) a la que su nombre quedó ligado en una dramática confusión, difícil de borrar, con la medicina y la psicología.
Que quede claro: Lacan no tradujo ningún texto de Freud al francés. Lo leyó, eso sí, de otra manera, inaudita, imprevisible en cualquier idioma. No lo traicionó sino que, honrándolo, venerándolo, lo destituyó, para luego restituirlo como pionero y asegurarle una nueva presencia. Fue el suyo un culto parricida. El hallazgo fundamental de Lacan consistió en mostrar que la invención freudiana del inconsciente y sus formaciones perturbaba de raíz a las lenguas existentes. El alemán, al igual que el francés o cualquier otra lengua eran insuficientes para dar cuenta de la novedad representada por los “procesos primarios”. La condensación y el desplazamiento, en un principio equiparables a la metáfora y la metonimia poéticas, operan independientemente de las estructuras de las lenguas, dependen de lo que, años más tarde, llevaría a Lacan a rechazar a la lingüística en nombre de una lingüistería (o lingüisteria). Esta última se ocupa, no de los idiomas, sino de las lalenguas de cada hablante (parlêtre) en el sueño, en el síntoma o en el goce provocado por la derrota del sentido en el chiste. El analizante no habla en una lengua que se presta a las traducciones del diccionario; él habla en su “lalengua” singular[21] (Simonney (2012)); es a ella que el analista responde. “El decir del analista proviene solo de que el inconsciente, por estar estructurado como un lenguaje, o sea, lalengua que él habita, está sometido al equívoco por la cual cada una se distingue. Una lengua entre otras no es nada más que la integral de los equívocos [homofónicos, gramaticales y lógicos] que la historia ha permitido subsistir en ella”[22]. El inconsciente no habita en un idioma x (alemán, francés, etc.). “Eso” habla (ça parle) y “eso” se escucha en una lalengua que es a la vez singular (del sujeto) y universal (por la condensación y el desplazamiento). Para esas lalenguas no hay diccionarios posibles. Es alrededor de este punto, según Lacan, que Freud se adelantó en mucho y desplazó a la lingüística (des)calificándola: “Sin duda el lenguaje está hecho de lalengua. Es una elucubración del saber sobre lalengua”[23].
Estamos más allá del alemán de Freud, el francés de Lacan, el inglés de Strachey o el castellano de nuestros traductores. O el globish de nuestros días cuando, si se quiere impugnar el monopolio del inglés, hay que hacerlo… en inglés. No es necesario llegar a la conjetura de Milner[24] (2011):
“Se sabe cuánto tardó Freud en irse de Viena; durante mucho tiempo he pensado que era porque no se daba cuenta de la situación; hoy pienso que sus razones eran mucho más graves, más profundas. El sabía que al irse de Viena para llegar a Londres forzaba al psicoanálisis a cambiar de lengua. Que el alemán no sería ya la lengua del psicoanálisis sino que lo sería el inglés.”
La de Milner es una extrapolación tan atrevida como imposible de comprobar. Nada la autoriza pero, retroactivamente, a partir de los señalamientos históricos de Lacan acerca de los efectos de la mudanza de la capital del psicoanálisis, primero a Londres en un establishment familiar, luego a los Estados Unidos de (Norte)América con una IPA burocrática, podría justificarse[25]. No por lo que Freud pensaba cuando subió al tren del exilio sino por lo que pasó después de su muerte y de la guerra. El psicoanálisis (los psicoanalistas) necesitaba(n) escapar de la regresión teórica y práctica ofrecida por la psicología del yo; para ello era necesario un “retorno a Freud”, es decir, a sus textos, a sus palabras, a sus casos y ejemplos clínicos. Había que retraducirlo recuperando sus significantes, oscurecidos por el trasvase a una lengua con pretensiones científicas que pervertía sus conceptos (instinto, catexis, anaclítico, id, ego, superego, etc., son los ejemplos mayores de esta desviación estándar). Se imponía una revisión de los conceptos y la discusión de sus traducciones. En ese sentido, más allá de las críticas parciales a ciertas opciones, el trabajo de dos discípulos de Lacan, Laplanche y Pontalis (1967) [26], publicado casi al mismo tiempo que los Escritos de Lacan (en noviembre de 1966) resultó adecuado para quienes se acercaban a la obra freudiana y podían, allí, seguir la evolución histórica del justamente llamado Vocabulario (no Diccionario) del psicoanálisis. En esa obra despuntaban ya las necesarias precisiones a las traducciones incorrectas de la Standard Edition. Se incluían también conceptos aportados por Lacan y otros autores: M. Klein, Jung, Adler, Winnicott, etc. con la equivalencia de cada vocablo en los demás idiomas europeos occidentales.
Lacan no traducía a Freud; lo interpretaba. Tampoco lo traicionaba: lo llevaba a hablar en su propia lalengua, en versiones transgresivas. Puso en acción un ersatz de Freud que dio lugar a una enseñanza sin parangón, tachonada por concepciones originales y divergentes. ¿Se expresaba en francés? Nada es más dudoso. Volviendo a Milner: “Me parece que muy pronto Lacan tuvo la percepción de que usaba una lengua -la lengua francesa- que no estaba hecha para hablar de lo que él quería hablar. Por otra parte percibió la misma inadecuación en Freud pero respecto de la lengua alemana … tenía que desviar a la lengua de su curso espontáneo”[27]. Tenía que pasar de las lenguas a “lalengua mía”[28] indisociable de su estilo. Siguiendo con Milner (2011)[29]: “Estaba convencido de que en francés no podía decirse nada de freudiano. En sentido estricto, esta lengua resiste. Se ve en qué sentido lo que se llama el estilo de Lacan no es a mi modo de ver un estilo. Más bien algo como un exostilo, en el sentido en que lo éxtimo se distingue de lo íntimo.” Una “destilación”, diremos. Habrá que acordar con Le Rider[30]: “Algunas invenciones verbales de Lacan, como la forclusión para traducir Verwerfung, no son traducciones, sino creaciones, metamorfosis que hacen del retorno a Freud una pura ficción. No hay “retorno” sino reinvención de Freud”.
Cabe extender la reflexión sobre la imposible, a la vez que necesaria, traducción de Lacan a todas las lenguas, incluso la nuestra. El estudio del lenguaje, ya citamos, “es una elucubración del saber sobre lalengua. Pero el inconsciente es un saber, un saber-hacer con lalengua”[31]. ¿No lo diría o lo daría a entender Lacan en relación a cualquier versión de sus escritos y seminarios? “Quienes me leen pueden tener una idea de las dificultades que conlleva traducirme en lengua inglesa. Habrá que reconocer a las cosas tal como son: no soy el primero en comprobar esta resistencia de la lengua inglesa al inconsciente”[32] (Lacan, 1975), Y al japonés: leer su “Advertencia”. “Los japoneses traducen, traducen todo lo que hay de legible… Pero no espero nada del Japón, mucho menos que allí me entiendan… Tal como allí está hecha la lengua solo tendría en mi lugar necesidad de una estilo [estilográfica] pero para sostener este lugar me hace falta un estilo.”[33] (Lacan, 1972). En resumen, Lacan no escribe ni habla en una lengua sino en su lalengua. La que aprendió no en la escuela sino la que ensayó desde la infancia, como cada parlêtre, bajo la forma inolvidable de balbuceos, de lalación. Esa lalengua que fue modulando y perfeccionando a lo largo de décadas con lo que llama su estilo. De igual modo, nuestra preciosa lengua española “resiste” a la traducción de las formaciones del inconsciente y de las lenguas tal como las estudia la lingüística. La palabra Unbewusst puede y debe ser traducida. El Unbewusst es intraducible.
Los “estilos” de Freud y de Lacan. Su pasaje al español
Imposible abordar este tema sin empezar evocando la “obertura” de los Escritos que Lacan[34] (1966) encabeza con la cita de Buffon (1785): “El estilo es el hombre mismo…”, fórmula a la que Lacan adhiere agregándole un aditamento esencial: “… el hombre al que uno se dirige … pues nuestro mensaje nos llega del Otro … bajo una forma invertida”. Del “público”, no del orador o del escritor, proviene el estilo. El proverbio, así corregido, resulta válido para Lacan tanto como para Freud o cualquier otro que trace surcos en el discurso del psicoanálisis. Se impone preguntar: ¿Es el mismo Otro el destinatario del discurso de Freud que el de Lacan? La distinción entre ambos incluye, por cierto, las cuestiones de la lengua (alemán o francés) y la cuestión del momento histórico (primera o segunda mitad del siglo XX) pero va por leguas más allá de estas respuestas correctas, bien que limitadas.
Freud es el inventor del inconsciente y del método para llevarlo a manifestarse en cada hablante, en cada soñante. Su exposición procede en un principio del campo de la medicina; luego se extiende a otros ámbitos. Él tiene que convencer a un público, en principio reacio, de la validez “científica” de sus hallazgos terapéuticos y teóricos; tiene que formar e informar a sus adeptos. Durante varios años está casi solo en esa tarea de transmisión de un nuevo saber. Su enseñanza se despliega por medio de escritos en los que desea y procura hacerse entender. Su discurso protréptico[35], de exhortación, de incitación a la adherencia, obedece a la doble exigencia del rigor que se espera de un hombre de ciencia y de la belleza estética del poeta cadencioso, transmisor de verdades perdurables, convincente, seductor. El Otro al que Freud se dirige es el hombre europeo, culto, heredero de una tradición filosófica grecolatina y de una formación humanista modelada, a favor o en contra, por los textos del monoteísmo. A un lector anónimo, capaz de dar crédito al libro, a la palabra impresa: a un lego. De ahí el carácter exotérico de sus libros, artículos y conferencias publicadas[36]. Freud rechaza con osadía sumarse al coro del saber de su tiempo; invita a descender a los infiernos pero sin caer en la anarquía del calderón pulsional (el ello – Es) que forma la base su nuevo mundo. Se autoproclama portavoz de una tercera “revolución copernicana”. El vienés es coherente a lo largo de sus escritos y de los años. Su estilo (o sea, su destinatario) no cambia; sí lo hacen sus tesis y conceptos fundamentales. Desde los Estudios sobre la histeria (1893) a las Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-1917) y a las Nuevas Conferencias (1934), hasta el Esquema del psicoanálisis (1938) el estilo freudiano es constante, propiamente exotérico. Expone con claridad, prodiga ejemplos clínicos para apuntalar sus tesis, discute con interlocutores imaginarios, distingue entre lo que considera hechos probados y especulaciones arriesgadas, “calcula”, por así decir, a ese lector anónimo, sin rostro, uno en la multitud. Con relación al inconsciente se considera un “conquistador”; con relación a la conciencia es un alfabetizador.
Su dios es logos, su brújula es racional, sensata. Así lo plantea Barbara Cassin (2012)[37]:
“Freud se sumerge en la exigencia aristotélica del sentido. Ni el menor detalle de la teoría y de la práctica analíticas testimonia de algo distinto. En resumen, el proyecto freudiano consiste en extender de modo diríase infinito el dominio del sentido de manera que pueda incluirse en él lo que antes fuera declarado insensato. Hay que devolver a las filas del sentido ‘el secreto del síntoma’. Explora el territorio inmenso anexado por el genio de Freud que merecería el justo título de ‘semántica psicoanalítica’: sueños, actos fallidos, lapsus en el discurso, trastornos de la rememoración, caprichos de la asociación mental, etc.” (Lacan, 1966 c [1955])[38].
Por eso, volviendo al tema de los “estilos”, Cassin opone a Freud, el aristotélico, contra Lacan, el sofista. Freud busca, y su libro sobre el chiste es el más claro ejemplo, el sentido en el sinsentido. “Pero Lacan acaba por privilegiar, cosa que Freud no hace, el sinsentido en el sentido… (Lacan) sofistiza a Freud”[39]. En el empeño de hacerse entender, según Lacan mismo lo sugirió, puede que Freud acabase “incomprendido por sí mismo”[40]. (Lacan (2001) [1970]).
Lacan comenzó con un discurso similar, exotérico. Así se le percibe en el trayecto que va desde la tesis de medicina (1933) a sus artículos y presentaciones antes y después de la guerra (el artículo sobre el estadio del espejo en sus dos versiones es, en esto, ejemplar), a su “discurso de Roma” (1953), y hasta sus textos publicados en los años ’50 en formato universitario, con precisas y bien ordenadas citas bibliográficas. El “estilo” de estos escritos no es similar al de Freud pues su francés es combativo. No aspira a la objetividad “científica”. Tiende a la diatriba, a la descalificación de quienes elige como oponentes. Ante esos lectores formula fuertes críticas a los modos de transmisión “oficiales” del psicoanálisis, por ejemplo: “El psicoanálisis y su enseñanza”, “Situación del psicoanálisis y formación del psicoanalista en 1956”. Se notan ciertos cambios progresivos aunque preserva y persevera en el razonamiento argumental, incluso, y al máximo, cuando presenta un “sofisma” como el del “tiempo lógico” (1943). De todos modos, se observa, sí, una diferencia entre su enseñanza hablada y la escrita aunque él mismo no establece la diferencia. La enseñanza hablada que conocemos tiene como fecha de comienzo la de su “Seminario” (1953). La recopilación de los Écrits (1966) empieza, vulnerando la cronología, con el Séminaire sobre la carta robada. Es abismal la distancia que va de su Seminario III, “Las psicosis” (plural) al escrito entregado a imprenta un tiempo después: “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis” (singular). También entre su intervención “Posición del inconsciente” en el congreso de Bonneval (1960) y su “retoma” del mismo en 1964. La discordancia entre los seminarios y los escritos ha sido notada y anotada, exagerada – me atrevo a decir – por muchos. Varios de los escritos son o derivan de seminarios. No hay discontinuidad entre unos y otros sino una oportuna y a veces enervante (o loable) continuidad moebiana.
Ahora bien, más allá de las eventuales grabaciones y versiones estenográficas, al “Seminario” no se accede directamente sino a través de transcripciones, escrituras de lo que se dijo. Pasaremos por alto las polémicas en torno al “establecimiento” de un texto definitivo de la enseñanza hablada de Lacan, algo que sería básico para abordar las traducciones de las clases impartidas a otras lenguas, en especial al castellano que es nuestro tema. La cautela se impone y el propio Lacan lo señaló.[41] “Lacan”, al igual que “Freud”, es un onomástico común a todas las lenguas en que se le lee. Fuera de los escritos no hay otro medio de acceso a sus decires. A los de Sócrates solo se llega pasando por Platón… con las consiguientes dudas sobre lo fidedigno del discípulo que “estableció” los diálogos o el que pretendió “estandarizar” Le Séminaire.
En El Seminario pululan las referencias a los Escritos publicados. De todos modos, unos y otros, hasta el año 1963, siguen el modelo de una transmisión nítida dentro de los preceptos impuestos por la lengua francesa. Los neologismos son escasos, el recurso al equívoco es raro, la ambigüedad es aclarada y se intenta disolverla mediante digresiones y notas al pie de página. En esos tiempos la aspiración de Lacan era darse a entender, incluso a orientarse en el campo del sentido. Es ejemplar la respuesta que dio en la primera entrevista que dio a un medio, al diario L’Express de París, Lacan (1957)[42]: “No hay que ver en el analista a un ‘ingeniero de almas’, él no es un físico [médico] (physicien), no procede estableciendo relaciones de causa a efecto: su ciencia es una lectura, una lectura del sentido”. En esa conversación defendió con ardor su estilo, antes aun de la difusión masiva de su enseñanza, una cuestión para él capital. En esos mismos días definió de modo taxativo su estilo adscribiéndolo al manierismo “que no solo tiene tras de sí una gran tradición sino que tiene una función irremplazable”.[43] Un estilo hecho de referencias oblicuas, de alusiones, de sarcasmos, impregnado de un afán combativo, ajeno a toda perspectiva de conciliación o reducción de las diferencias.
Es a partir de lo que Lacan denomina “excomunión”, en ese 1963, al verse forzado a fundar una nueva Escuela (EFP), cuando se nota un cambio fundamental en el estilo que afecta por igual a los escritos y a los seminarios. ¿Qué ha cambiado? Ya hemos anticipado la respuesta: “el hombre… al que uno se dirige”. Hasta aquel momento crucial Lacan se ocupó de refinar los conceptos de Freud y de justificar las desviaciones de su práctica del análisis en relación con la del fundador. El destinatario de su palabra, “su” Otro, es un público ya informado de la obra freudiana en la cual interpola las lenguas de la dialéctica y del estructuralismo, según indicamos, siguiendo a Milner. Después de ser expulsado de la IPA el estilo de Lacan se vuelve esotérico. Se dirige a un público cultivado de analistas y de analizantes, grupo ya iniciado o al menos enterado de lo que representa el parloteo (bavardage) desde el diván, el suyo, el de sus colegas, el de sus seguidores. A partir de la formación de su Escuela, “freudiana” y siempre “de París”, Lacan se dirige a gente dispuesta a seguir “mi enseñanza”, a pasar por “mis significantes”, a quienes viven en carne propia la experiencia del diván. Ante ellos puede reivindicar su singularidad soberana: “Fundo, tan solo como siempre lo estuve en relación con la causa psicoanalítica…”[44]
Los psicoanalistas, todos, tenemos una opinión sobre el estilo del discurso de J. Lacan, sea para ensalzarlo, sea para execrarlo. Así pasa necesariamente con una enseñanza esotérica que tiende a eliminar cualquier pretensión de “neutralidad científica”. El Otro, el lector, es invitado a adherir o a repudiar textos y conferencias. Pero, la reflexión se impone, ¿es posible hacer lugar al descubrimiento de Freud, el de los procesos primarios y secundarios, sin que ello repercuta en quien quiere transmitirlo? Es en este punto donde Lacan recurre… al español a través del epítome del discurso, el manierismo de Góngora: “Lo cual nos obliga a concluir que no hay forma tan elaborada del estilo que el inconsciente no abunde en ella, sin exceptuar las eruditas, las conceptistas y las preciosas, a las que no desdeña más de lo que hace el autor de estas líneas, el Góngora del psicoanálisis, según dicen, para servirles”[45]. Hace ostentación de su gongorismo e insiste con otra referencia española: la del barroquismo de Velázquez en relación a su propio estilo[46]. Debemos a Erik Porge[47] (2001) un estudio perspicaz, integral y documentado del estilo de Lacan, que toma en cuenta las circunstancias, los medios de difusión y los recaudos tomados por él para asegurar una transmisión confiable de su enseñanza.
El cambio en el estilo puede objetivarse cuando se cuentan los neologismos que Lacan produce. Una detallada lectura de los escritos y seminarios arrojó la cifra de 789 (EPEL, 2002)[48]. En esa concienzuda publicación se omite el nombre de los investigadores autores de la pesquisa. Cada uno de los vocablos de Lacan que faltan en los diccionarios de la lengua francesa es anotado siguiendo el orden alfabético y va seguido por la fecha y lugar de su aparición, tanto en escritos como en seminarios así como su reiteración en oportunidades ulteriores. Sin hacer un cómputo tan estricto como el de los censistas de EPEL fácil es comprobar que más de nueve de cada diez son posteriores a ese año 1963, el del seminario XI. Con la característica adicional de que los previos a esa fecha son, en su mayoría, de fácil comprensión para el lector; ellos no requieren de diccionarios técnicos, notas al pie ni explicación. Ejemplos: patrocentrique (1957), molluscal (1956), délibidinisation (1957), gutenbergien (1962) o gongorique (1955). Compárense estos neologismos con los posteriores a la “excomunión” cuyos ejemplos rutilantes, no los más esotéricos, son lalangue (1971), motérialisme (1975), unebévuer (1977), lathouse (1970), scabeaustration (1975). Unos pocos de ellos se han incorporado al habla corriente de los psicoanalistas de hoy: analysant (1968), mathème (1971) y se traducen sin dificultad a otros idiomas. Los títulos mismos del Seminario, a partir del XXI (1973-1974) y hasta el XXIV (1976-1977) necesitan de aclaraciones y se prestan mal a la traducción por el juego homofónico que presidió su creación. (Les noms du Père, R.S.I., Le sinthome, L’insuccès de l’une-bévue s’aile à mourre). Como si cada clase del seminario requiriese un “manual del usuario”, unas “instrucciones de uso”… como la vida en la novela de Georges Perec.
Creo que a nadie se le ocurriría contabilizar los neologismos en la obra de Freud: ¡encontraría tan pocos! Nadie diría que Freud innova en la lengua alemana; todo lo más que hace es goethizar el inconsciente, devolverlo a su lengua materna, desfacer sus entuertos. Lacan, en cambio, gongoriza, mallarmea y joycea (1975) a su inconsciente para entregarlo, al modo del irlandés, a una audiencia perpleja, dispuesta a gozar del malentendido y de descifrar neologismos, matemas, patemas (pathèmes – pas-thèmes) y nudos. Nuevamente, “el estilo es el hombre… al que uno se dirige”. Creo que nadie en su sano juicio se atrevería a impugnar la inventiva y las modalidades barrocas de Lacan cuando hablaba o escribía. Los periodistas y los autores de tesis universitarias aspiran a ser comprendidos. Lacan desde el principio advertía a sus discípulos “¡Cuídense de comprender!… (abandonen) esa categoría nauseabunda”.[49]
La intraducibilidad recíproca de Freud y Lacan
Ya hemos hablado de las peripecias de las traducciones de Freud a las distintas lenguas. Otros[50], nosotros mismos en las páginas precedentes, nos hemos ocupado del tema en general particularizando las referencias a las versiones en español. Todo traductor usa un diccionario bilingüe flexible, impreso o no, pero sería imposible hacer un diccionario del Unbewusst como Freud lo comprueba cuando coteja los diccionarios de los sueños o se enfrenta con Jung en torno al inconsciente colectivo y los arquetipos.
En cambio, la experiencia del análisis es el mecanismo específico de la enseñanza y del estilo de Lacan que retoma por una vía lateral la obra de Freud a quien nunca escuchó ni vio. El eje del discurso lacaniano es el equívoco, la homonimia, la homofonía, la insinuación pendenciera o irónica, el neologismo, tal como se da en la intervención del analista en la sesión. Como contrapartida, el estilo freudiano es el recurso a la razón, el logos, aun cuando sea puesto de cabeza: “si me dice que no… seguramente es su madre”. Los traductores al español deben tomar como punto de partida la incompatibilidad entre los dos discursos, los estilos, los destinatarios, algo que tras hiende las lenguas.
¿Qué decir de las traducciones de Lacan? Ya adelantamos que su enseñanza puede considerarse exotérica hasta el momento traumático de su exclusión (“excomunión”) de la IPA en 1963. Los escritos y seminarios producidos hasta la publicación de los Escritos (1966) no son, ciertamente, fáciles de traducir, son desafíos al eventual intérprete, pero no plantean problemas insolubles a los traductores capacitados. Debemos ahora ocuparnos del destino de sus traducciones al español. Al igual que sucedió con Freud, también del parisino analista la primera versión a otro idioma de su libro fundamental, los Écrits, tuvo como lengua blanco al castellano (en 1971). El intermediario esta vez no fue un filósofo (como, para Freud, Ortega y Gasset) sino un psicoanalista español radicado en México (Armando Suárez), director de la colección “Psicología y etología” en la editorial Siglo XXI. La delicada tarea fue encargada por Suárez a un eximio poeta mexicano: Tomás Segovia, que, a su vez. estaba en contacto permanente con un discípulo de Lacan: Juan-David Nasio. El resultado fue, en principio, lamentable. El editor decidió cambiar el título con la excusa de hacerlo más atractivo[51]. Entendía que era muy arriesgado, desde el punto de vista comercial, poner a la venta un volumen de 900 páginas con un título tan poco carismático, la sola palabra Escritos, de un autor inédito en español que venía precedido por la fama de ser ilegible. Alguien injertó, además, para la edición mexicana, sin consultarlo con el autor ni con su asesor, una portada en la que aparecía la imagen de un naipe y, en la contratapa, el título de la ilustración: “Freud, mago de los sueños”. Lacan, que había estado, a través de Nasio, pendiente de esta publicación, se enfadó y exigió que se retirase de circulación. El editor mexicano respondió con prontitud: en 1972 salió a la venta un Tomo I de los Escritos que seguía la ordenación del original Écrits de 1966 y en 1975 el tomo II. En ella Tomás Segovia[52] (1971, p. XIII), hacía saber que esta segunda edición en español
“introduce múltiples diferencias con respecto a la primera … la mayoría de ellos proviene de la minuciosa revisión que hizo el autor, asistido por el psicoanalista argentino doctor Juan David Nasio. El traductor, naturalmente, adoptó todos aquellos que le parecieron convincentes, así como aquellos en que el autor insistió, como era, pensamos su derecho. La parte más sustancial de estas variantes corresponde a los términos que, en palabras del propio autor ‘tienen en su discurso función conceptual’ y él mismo propone como ejemplo…”.
Importa recalcar esta actitud vigilante de Lacan de los avatares de la traducción al castellano aunque no dejase escritas observaciones como las que hizo, y oportunamente citamos, acerca de las versiones en alemán, inglés y japonés. Es evidente que Lacan estaba muy pendiente de la fidelidad en la transmisión de su enseñanza mediante traducciones. Años después, en 1984, se publicó, también en México, una segunda edición “corregida y aumentada” de los dos tomos que aun sigue circulando y de la que se han vendido decenas de miles de copias. En 2013, siempre en dos tomos y en la misma versión de Tomás Segovia, se publicó una nueva edición, ligeramente corregida, en Siglo XXI, Argentina.
En otro paralelo de las obras de Freud y de Lacan traducidas al español corresponde recordar que ni López Ballesteros ni Tomás Segovia eran psicoanalistas sino filólogos y poetas. Por eso, quizás, sus versiones, bellas desde el punto de vista literario, se prestan y casi obligan a una revisión crítica, pormenorizada, “técnica”, para corregir errores y omisiones. Un psicoanalista argentino-mexicano, M. Pasternac[53] (2000) contabilizó, en una meritoria labor, 1236 errores, erratas, omisiones y discrepancias en los Escritos de Lacan en español. Ninguna traducción podrá ser intachable pero, dada la cantidad y el peso de las fallas, estimo que sería necesaria una nueva traducción de los Escritos para recompensar con fidelidad el esmero puesto por Lacan en cada una de las palabras de su obra señera. Del mismo modo en que la traducción de López Ballesteros bien merecía una segunda versión como la ejecutada con tanto celo por J. L. Etcheverry o las nuevas ediciones bilingües de textos freudianos como las que producen y celosamente vigilan los psicoanalistas Juan C. Cosentino y Lionel Klimkiewicz en Buenos Aires para la editorial Mármol·Izquierdo[54].
En 2001 se publicaron en París los “Escritos” de Lacan que no fueron incluidos en la edición de 1966 con todos los textos que escribió entre 1965 y su muerte en 1981, Otros escritos (2001)[55]. En 2012 apareció, con prólogo de J.-A. Miller, una traducción encomiable de esos textos al español a cargo de un grupo de psicoanalistas conocedores en detalle de la obra de Lacan. La misma editorial porteña (Paidós) había comprado los derechos de autor y se encargó de editar, con variable fortuna, los seminarios de Lacan, a medida y casi inmediatamente después de la publicación en francés. Puede decirse que la enseñanza de Lacan es accesible al lector en español que no se arriesga a sumergirse en los vericuetos de las frases, los retruécanos y los neologismos del célebre “Góngora del psicoanálisis” en esa lalengua que le era propia, obtenida por destilación del francés. Sí. El estilo deriva de una destilación (distillation en francés) que significa hacer caer o filtrar un líquido gota a gota. Tanto en francés como en español “destilar” significa también sacar a la luz, mostrar el contenido oculto de alguna cosa. El estilo destila… aun cuando las etimologías diverjan. El psicoanálisis es una práctica de destilación.
La siguiente cuestión que me corresponde plantear es la de una posible (o imposible) traductibilidad recíproca de Freud y Lacan como consecuencia de la diferencia entre el auditor al que uno y otro se dirigen, o sea, aquel ante quien destilan sus postulados. En otros términos, si el discurso racional, exotérico, de Freud es resistente a todo intento de versión en la lengua (lalengua) de Lacan. A la inversa, si Lacan, su estilo manierista y esotérico, puede ser pasado, “meta-forizado”, en los modos de lenguaje que gobiernan el texto freudiano.
Vamos así, claro está, más allá de las preguntas clásicas de la traductología que se interrogan sobre la versión de textos de una lengua a otra con la clásica distinción entre los “fuentistas”, defensores de la lengua y los giros retóricos del texto original y los “blanquistas” que privilegian la presunta comprensión de los lectores para facilitarles la tarea de asimilación de lo dicho por el autor (“¡cuídense de comprender!”). Lacan se lo planteaba en uno de sus últimos seminarios: “Uno no puede hablar de una lengua si no es en otra lengua, en una metalengua: qué quiere decir la ‘metalengua’ si no es la traducción? Uno no puede hablar de una lengua sino en otra lengua”[56]. Y continúa con un rutilante ejemplo de su propia cosecha:
“Hay algo en lo que me he atrevido a operar en el sentido de la metalengua… La metalengua en cuestión consiste en traducir Unbewusst por une-bévue. Este no tiene en absoluto el mismo sentido. Pero es un hecho que, desde que él duerme, el hombre une-bévue a brazo partido y sin ningún inconveniente”.
¿Cómo traducir esto al español? Lacan juega con una pretendida homofonía entre la palabra alemana Unbewusst (inconsciente) y el sintagma francés une-bévue (una equivocación o metida de pata). La homofonía aludida es precaria pues la vocal u del alemán suena muy distinta de la vocal u en francés, la doble ss del alemán no aparece de ningún modo en une-bévue, la t final del significante fundamental de Freud, Unbewusst, ha desaparecido de su seudo equivalente en francés que exigiría completar esa t con una vocal e sorda que no tiene paralelo en español o en alemán. ¿Es que Lacan mismo, con el significante Unbewusst de Freud, él, Lacan, “une-bévue a brazo partido y sin ningún inconveniente” aunque eso sea “metalenguajear” a Freud después de haber insistido – ¡y tanto! – en que no hay metalenguaje?
Es para todos evidente que las traducciones son posibles, más aun, son imprescindibles… porque incluyen la inevitable pérdida con relación al original lost in translation. Hay un resto, un objeto a (@) que se ausenta, que resiste al pasaje de una lengua a otra. Ahora bien, en el “atrevido” ejemplo propuesto por Lacan, ¿hay pérdida que lamentar o ganancia que celebrar en esa introducción, esa intraducción, del significante une-bévue? ¿Salimos los lectores beneficiados o perdedores cuando Lacan lo metalenguajea con semejante creación de “un significante nuevo”? Cabe aquí arriesgar una comparación con el sueño, camino real para descifrar el inconsciente: ¿Cómo no habría de enriquecerse el relato original con las errancias en la búsqueda de la justa traducción hasta tropezar con ese “ombligo del sueño” (o del discurso) que es lo intraducible? El choque con la imposibilidad, con lo que no deja de no traducirse, es necesario. El sujeto se incorpora a la lengua al sustituir su lalengua infantil para asimilarse a la lengua que es una institución del Otro. “No se dice …reusement sino hereusement” le dirán al pequeño Michel Leiris[57],[58] cuando expresa su alegría porque el juguete no se rompió. El adulto “traduce” y corrige el “error” del pequeño que guardará la memoria del trauma, de esa renuncia que imponen a su decir “en nombre de la ley” que es la de la lengua. …reusement será intraducible para el académico pues pertenece a lalengua, esa que … lizmente habla en la sesión.
En la experiencia del análisis, ante el analista, el equívoco y la equivocación recuperan el goce del desciframiento en lo no traducido, en la pérdida (castración, -phi) que se produce cuando se pretende reducir el sinsentido encarrilándolo por las vías de lo comprensible, de lo lógico, las del “discurso corriente”. La intraducción del neologismo acuñado por el analista multiplica los destellos que vibran con la quiebra del cristal de la lengua. ¿Y si el traductor al español, Braunstein, dado el caso, encuentra que el significante freudiano por excelencia, Unbewusst, suena en su lalengua castellana de manera casi homofónica, mucho más homofónica respecto del alemán que el francés une-bévue, en el vocablo neológico unembuste? Lo esencial de estos juegos de palabras, retruécanos (Witze), no reside en que ellos se teoricen para la especulación sino que se practiquen en la sesión, que sirvan para transmitir las inverosímiles aventuras del inconsciente en lalengua. “Inverosímiles”: lo inverosímil es mucho más amplio, más fecundo, que lo verosímil, del mismo modo que lo inconsciente y lo infinito son mucho más extensos que lo consciente y que lo finito. El prefijo “in” no es privativo, en estos casos, como, por el contrario y por ejemplo, en “inútil” o “indiferente”. El valor de los neologismos, de las intervenciones translingüísticas tan buscadas y rebuscadas por James Joyce, no está en lo que significan sino en lo que abren en el campo de la significación. El ideal de la traducción consiste en lograr, como alguna vez insinuó Borges, un efecto irónico y paradojal: que el original sea infiel a la traducción. La auténtica traducción debe aspirar a enriquecer el texto fuente, no a jibarizarlo escondiendo sus dificultades para la comodidad de los usuarios. La neoversión debiera exponer las riquezas multiplicando y haciendo brillar los metales raros escondidos en el mineral, ya inerte, del texto que se pretende traducir. Las im-precisas traducciones cuando se remiten a un original, le rinden homenaje y lo favorecen. Las variaciones Diabelli no matan; por el contrario, eternizan al célebre valsecillo.
El original es uno, indiferente al paso del tiempo y de las traducciones. Es un nacido muerto (DOA– dead on arrrival). Solo las paráfrasis y las traducciones podrán resucitarlo. Una paráfrasis es una traducción en su misma lengua. Una traducción es una paráfrasis en una lengua diferente. Ambas son “interpretaciones”. Las traducciones, de manera previsible, siempre se quedarán cortas, mocharán la fuente original, la traicionarán, esconderán su polisemia y los equívocos que acechan al texto matriz. En otro sentido, lo fecundarán. Las traducciones son potencialmente infinitas y expuestas a la caducidad; pueden morir, pueden renacer con nuevas vestimentas. Por eso, quizás, debemos festejar el hecho de que nuestra lengua española sea aledaña, aunque no extraña, a las tres lenguas centrales del psicoanálisis de Freud y Lacan. La alemana del descubridor, la francesa que con Lacan lo puso de cabeza como Marx a Hegel y la inglesa que pretendió mundializarlo imponiendo su prepotencia tecnocrática como lengua imperial hegemónica (hoy globish). Todas y cada una de las lenguas son mezquinas frente a la opulenta riqueza de las operaciones del inconsciente manifiestas en la palabra de un hablante (¿hablanteser, hablente, ser hablante, parlêtre?) que obedece, en su lalengua, a la consigna de decirlo todo. Hemos de festejar que haya en español dos traducciones de las obras completas de Freud, ambas muy diferentes y tan cargadas de in-suficiencias, que pueden ser cotejadas, corregidas, mejoradas, por el lector inquieto que no cede a la tentación de sentir que ya “entendió” cuando leyó una de ellas. Lo mismo sucede con los escritos y las transcripciones de seminarios de Lacan: que haya “1236” errores, etc., o que haya diferentes “establecimientos” del texto de cada seminario, que se impriman traducciones (más o menos certeras, más o menos inciertas) al inglés o al español, etc., no empañan ni mucho menos sofocan la enseñanza de Lacan: la polimerizan, la mantienen viva, la polinizan.
El demonio de La Traducción ideal e imperecedera nutre el fantasma de una transmisión sin pérdida para operar en el campo psicoanalítico. Ese fantasma, ese sueño, nunca fue el de Freud. Según pronto veremos, sí llegó a enseñorearse de Lacan en una etapa decisiva de su enseñanza. Él deseó fijar de modo definitivo e indeleble lo esencial del psicoanálisis tal como lo descubría en su práctica, construyendo una lengua ideal que no requiriese de palabras ni de silogismos a traducir. Una enseñanza spinoziana, “more geometrico”, hecha de grafos, matemas, letras investidas de la instancia de su poder. Decía[59]: “La formalización matemática es nuestra meta, nuestro ideal, ¿Porqué? – porque solo ella es matema, es decir capaz de transmitirse integralmente”. En lenguaje matemático todas las traducciones resultarían superfluas una vez que se las sustituyese por las letras de un álgebra infalible.
Conviene repasar ahora, sumariamente, el camino de su enseñanza sin perder de vista nuestro objetivo: las traducciones de Lacan al español. Jean-Claude Milner (1995)[60], interlocutor privilegiado de y por Lacan mismo hasta el final de su enseñanza, distingue en la labor de su maestro y psicoanalista dos cortes radicales que estarían marcados por incidencias institucionales. Resumiendo la periodización que propone: en un primer momento, silogístico, Lacan aspiró a transmitir convenciendo de sus razones para proclamar el “retorno a Freud”. Para Milner se trataba de un “primer clasicismo lacaniano” (pp. 77-116 de su libro), dialéctico y estructuralista, exotérico aun, que abarca los diez primeros años del Seminario (Libros I al X). Los textos, los escritos, las clases y las conferencias de esos tiempos, se prestan a los trasvases idiomáticos con las consiguientes ambigüedades, errores y contrasentidos que acechan a todo traductor por calificado que esté.
Después de la “excomunión”, en 1963, Lacan se encuentra excluido de la Asociación Internacional y es llevado (o decide) fundar su propia escuela, la Escuela Freudiana de París en la que asegura su lugar como director, como orientador, como maître. Sin abandonar la referencia freudiana, deja el paso a un “segundo clasicismo” (pp. 117-158 del libro de Milner) de corte matemático, more geometrico. Esta glorificación del matema alcanza su culminación en el glorioso, barroco, seminario XX, Encore (traducido, de manera discutible, dicho sea de paso aunque intencionadamente, desde el título en español como Aun[61] y no ¡Otra vez! o Más como se pide “encore!” al intérprete de la música en un concierto). Es el seminario emblematizado en la portada con la fotografía de la Santa Teresa de Bernini, epítome del barroco.
Pero, casi en el filo mismo de ese parteaguas, Lacan silenciosamente se aparta y deja caer la vía tan loada (“ideal”) del matema para transmitir su enseñanza. Descarta las letras del álgebra y de la ciencia regular pegando un salto imprevisto que tomará los últimos años de su existencia, hasta 1980. Milner designa a este periodo final como “desconstrucción” (cit., pp. 159-173). Lacan ya no pretende demostrar en el sentido convincente (protréptico) del discurso sino mostrar lo esencial por medio de nudos y encadenamientos de cuerdas. La suya ahora no es tanto una enseñanza hablada como una investigación realizada ante su público en colaboración con topólogos. En ese camino encuentra en Joyce (1975-76), un instrumento apto para su enseñanza esotérica. A partir del encuentro contingente (que bien pudiera no haberse producido) con el nudo borromeo, el eje pasa por las figuras topológicas y los dibujos de cuerdas entrecruzadas. Toda ambigüedad, toda posibilidad de traducción es excluida. Las palabras que acompañan a sus demostraciones en el pizarrón solo pueden iluminarse cuando dan acceso a una escritura nueva, ingobernable, intraducible, como el Finnegans Wake. La torre de Babel del habla y de las palabras se desconstruye de una vez y para siempre. Ningún Humpty-Dumpty podrá conjuntarla de nuevo.
Por eso: que cien traducciones se abran a la vez.
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Ibid., p. 344.
—. [1966] (1971) Lectura estructuralista de Freud. México, Siglo XXI, 372 páginas. Traductor: Tomás Segovia.
—. [1970] (2001) “Radiophonie”, en A.É., cit., p. 407.
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—. [1972] (2001) Lacan, J.: “L’étourdit”, en Autres écrits. París, Seuil, pp. 489 – 490.
—. [1973] (2001) “Postface au Séminaire XI”, en Autres Écrits., cit. pp. 503-507.
—. [1973] (1975) Le Séminaire. Livre XX, Encore. Clase del 26 de junio de 1973, París, Seuil, p. 127
—. [1975] (2001) “Introduction à l’édition allemande des Écrits”. En Autres Écrits, cit., p. 559.
—. [1975] Le Séminaire. Livre XXII. clase del 11 de febrero de 1975. Inédito.
—. [1977] (1979) “Vers un signifiant nouveau”. Le Séminaire. Livre XXIV, L’insu que sait de l’Une-bévue s’aile à mourre. Clase del 17 de mayo de 1977. Ornicar? #17-18, pp. 20-21.
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Notas al final:
[1] Gallo, R. (2010) Freud’s Mexico. Into the Wilds of Psychoanalysis, Boston, MIT, Chapter 5. En español: Freud en México. Historia de un delirio. México, FCE, 2013, Cap. 5, pp. 167-210. En francés: Freud au Mexique, París, Campagne-Prémière, 2013.
[2] Sesé-Léger, S. (2008) “Freud et le Castillan“. En Revue Europe, Freud et la culture, N° 954, pp.100-112.
[3] Casesmeiro, J. (2016) “Freud y la bella castellana” Panace@, 17 (43) pp. 51-55.
[4] Lakhdari, S. (2005) “Freud et Cervantès”. Toulouse. Savoirs et Clinique #6, pp. 81-86.
[5] Gentile, A. M. (2018) “¿Qué han traducido los traductores de Freud y Lacan al español? Una reflexión traductológica”. La Plata. Biblioteca, EOL, #11.
[6] Gentile, A. M. (2021) « La réception de la psychanalyse lacanienne en langue espagnole : contextes et traductions en Argentine », Palimpsestes mis en ligne le 01 octobre 2021, consultado el 1 de enero de 2022. URL: http://journals.openedition.org/palimpsestes/7160; DOI https://doi.org/10.4000/palimpsestes.7160
[7] Escars, C. (2021 [2008]) “Vicisitudes de las traducciones freudianas (o cómo mantener vivo un texto)” En Freud, S. Fetichismo y otros textos. Cosentino, J. C. y Klimkiewicz, L. (edición y comentarios). Buenos Aires, Mármol·Izquierdo, 2021, pp. 375-393.
[8] Freud, S. (1980). Obras Completas. Vol. II. Buenos Aires. Amorrortu, p. 9. “Nota introductoria” a los Estudios sobre la histeria, de J. Strachey: “La reacción más sorprendente e insólita fue la traducción completa de la “Comunicación preliminar” al español, aparecida en febrero de 1893 en la Revista de Ciencias Médicas de Barcelona, reproducida en la Gaceta Médica de Granada en marzo del mismo año”.
[9] Etcheverry, J. L. (1979). En: Freud, S.: Obras Completas. Sobre la versión castellana. Buenos Aires. Amorrortu. (Volumen de 140 páginas). Allí el traductor comenta su propio trabajo en relación con lo publicado previamente: la traducción de López-Ballesteros y Rosenthal publicada por Biblioteca Nueva (Madrid) y Santiago Rueda (Buenos Aires), las Gesammelte Werke y la Standard Edition.
Etcheverry mismo (p. 71) advierte que su traducción para Amorrortu Editores lleva ya las señas de la irrupción lacaniana y del “retorno a Freud”, muy en boga en Buenos Aires a fines de los años ’70 del siglo pasado. Esas marcas, dignas de consideración, propuestas por Lacan para traducir a Freud del alemán al francés contradicen en puntos esenciales a la Standard Edition en inglés.
[10] Fue al año siguiente, en 1924, posiblemente aguijoneado por la iniciativa orteguiana, cuando, en el círculo de Freud, comenzó a circular la idea de unas Gesammelte Werke (G. W.) en el idioma original.
[11] Freud, S. (1979 [1923]) “Carta al señor Luis López Ballesteros y de Torres”. Obras Completas. Buenos Aires. Amorrortu, Vol. XIX, p. 291. No hay original en alemán. Comenta Ernest Jones que no era imposible que Freud escribiese su carta en español, posiblemente ayudado por alguien.
[12] La publicación de las Gesammelte Werke en su lengua original recoge la idea de López Ballesteros de dar a conocer la “obra completa” de un autor viviente que continúa publicando y no interrumpe la escritura de sus aportaciones.
[13] Etcheverry (1979), reconoce la labor cumplida por Ludovico Rosenthal al completar el trabajo iniciado en 1923 por López Ballesteros. Rosenthal, que había llevado a término esas Obras completas en 22 volúmenes en los años 1952 a 1956, editadas en Buenos Aires por Santiago Rueda, afirmó que “se cumplía una empresa pocas veces lograda en la historia del libro: publicar la obra de un autor más integralmente en una traducción que en su propio idioma original”. Rosenthal había tomado como texto fuente principal las Gesammelte Werke y tenía a la vista la edición inglesa que por entonces preparaba James Strachey en 24 volúmenes (Londres, The Hogarth Press, 1953-1974). “Sólo cuando esta última estuviere completa – advertía Rosenthal – abdicará la presente edición del singular título que ahora ostenta”. (Etchevery, cit., p. 121).
[14] Milner, J.-C. (2011) Clartés de tout. París, Verdier, p. 39.
[15] ¿Cómo inscribir en nota al pie de página no una cita sino la ausencia de una cita? Sin embargo, la relación, no el rapport, existe. Es imprescindible leer al respecto: “Hegel and Freud” por Mladen Dolar (2012) https://www.e-flux.com/journal/34/68360/hegel-and-freud/
[16] Lacan, J. (1966 a [1960]). En Écrits, cit., p. 794. “Que se sepa bien aquí, la referencia totalmente didáctica que tomamos de Hegel para dar a entender, según las finalidades de formación que son las nuestras, cuál es la cuestión del sujeto en tanto que el psicoanálisis propiamente la subvierte”.
[17] Pagès, C. (2015) Hegel & Freud. Les intermitences du sens. París, CNRS.
[18] Conviene notar que el célebre “discurso de Roma” fue publicado en 1953 para ser leído en un Congreso de Psicoanalistas de Lenguas Romances. O sea: sin alemán ni inglés.
[19] Lacan, J. (1981 [1980]). Le Séminaire de Caracas. París, Navarin, Magazine L’âne, nº 1.
[20] Lacan, J. (2001 a) [1967]). “La psychanalyse, raison d’un échec”. En Autres écrits. París, Seuil, p. 341 y p. 344. (En adelante A.É.)
[21] Simonney, D. (2012). “Lalangue en question”. En: Toulouse, Érès, Essaim, nº 29, pp.7-16.
[22] Lacan, J. (2001 b) [1972]). “L’étourdit”, en A.É., pp. 489-490.
[23] Lacan J. (1975 a) [1973]). Le Séminaire, livre XX, Encore, (1972-1973). Paris, Seuil, 1975, p. 127.
[24] Milner, J.-C. (2011). Clartés de tout. Cit, pp. 37-38.
[25] Milner, J.-C. (1995 a). L’oeuvre claire. Lacan, la science, la philosophie. París, Seuil, p. 127.
[26] Laplanche J. y Pontalis, J.-B. (1967). Vocabulaire de la psychanalyse. París, PUF.
[27] Milner, J.-C. (2011 a) Clartés de tout. Cit. p. 62.
[28] Lacan, J. (2001 b [1974]) “Introduction à l’édition allemande des Écrits”. En Autres Écrits, cit., p. 559.
[29] Milner, J.-C. (2011 b) Cit., p. 64.
[30] Le Rider, J. (2002). « Les traducteurs de Freud à l’épreuve de l’étranger », Essaim, 1 #9 p. 5-14.
DOI : 10.3917/ess.009.0005
[31] Lacan, J. (1975 b) [1973]) Le Séminaire. Livre XX, Encore. París, Seuil, p. 127.
[32] Lacan, J. (1975 c). Le Séminaire. Livre XXII. Cours du 11 février 1975. Inédito.
[33] Lacan, J. (2001 c [1972]). “Avis au lecteur japonais”. A.É., cit., pp. 497-499. Mi traducción..
[34] Lacan., J. (1966 b). “Ouverture de ce recueil”. En Écrits, París, Seuil, p. 9. (Cursivas mías)
[35] “Protréptica” es el nombre clásico dado desde la filosofía helénica a los discursos de exhortación.
Cf.: van der Meeren, S. (2002). “Le protreptique en philosophie : essai de définition d’un genre”. En: Revue des Études Grecques, #115-2 pp. 591-621.
[36] La protréptica distingue dos modalidades discursivas: exotérica y esotérica. La distinción se relaciona, precisamente, con el Otro al que un autor se dirige: a) exotérico: el profano, un público amplio al que se quiere llegar y propagar las ideas, discurso apto para ser difundido sin secretos ni reservas, accesible, comprensible; b) esotérico: dirigido a una audiencia restringida, ya preparada, que está al corriente de las premisas del discurso exotérico. Se dirige a los iniciados, al grupo de esclarecidos que comparten un conocimiento especializado, los que ya asimilaron los enunciados y las modalidades de enunciación del primero.
[37] Cassin, B. (2012 a) Jacques le sophiste. Lacan, logos et psychanalyse. París, EPEL, p. 135.
[38] Lacan, J. (1966 c [1955]). “Variantes de la cure-type”. En Écrits, cit., p. 333.
[39] Cassin, B. (2012 b) Cit., p. 138.
[40] Lacan J. (2001 d [1970]). “Radiophonie”, en A.É., cit., p. 407 “Freud, incompris, fût-ce de lui même, d’avoir voulu se faire entendre”.
[41] Lacan, J. (2001 e [1973]). “Postface au Séminaire XI”, en A.É., cit. pp. 503-507.
[42] Lacan, J. [1957]. Entretien avec Madeleine Chapsal. L’Express. 31 mai 1957, n° 310, édité dans Madeleine Chapsal (1984), Envoyez la petite musique, Paris, Grasset. Disponible en línea www.gnipl.fr/Recherche_Lacan/2014/01/22/lacan-autres-textes-interviews/
[43] Lacan, J. (1998) [1957]). Le Séminaire. Livre V. Les formations de l’inconscient. París, Seuil, 13 de noviembre de 1957, p. 30.
[44] Lacan, J. (2001 f [1963]). “Acte de fondation”. En A.É., p. 229.
[45] Lacan, J. (1966 d [1956]) “Situation de la psychanalyse en 1956” En Écrits, cit., p. 467. Traducción de T. Segovia: Escritos I, México, Siglo XXI, 1984, p. 448. El nombre de Góngora está omitido en el índice onomástico de los Escritos en francés, no en español. Lo mismo sucede con el nombre de Bataille.
[46] Lacan, J. (1966 e) Le Séminaire. Livre XIII. L’objet de la psychanalyse. Clase del 11 de mayo de 1966. Inédito.
[47] Porge, E. (2001) « Lire, écrire, publier: le style de Lacan ». En Essaim, n° 7, Toulouse, Érès, pp. 5-38.
[48] “789 néologismes de Jacques Lacan”. (2002) París. EPEL.
[49] Lacan, J. (1966 f [1956]).“Situation de la psychanalyse en 1956”. Écrits. cit, p. 471.
[50] Roudinesco, E. y Plon, M. (1997). Dictionnaire de la Psychanalyse, París, Flammarion, artículo “Traduction (des oeuvres de Sigmund Freud)”, pp. 1062-1067.
[51] Lacan, J. (1971) Lectura estructuralista de Freud. México, Siglo XXI, 372 páginas. Traductor: Tomás Segovia.
[52] Segovia, T. (1971) “Nota del traductor”, en Lacan, J. Escritos, tomo I. México, Siglo XXI, p. XIII.
[53] Pasternac, M. 1236 errores, erratas, omisiones y discrepancias en los Escritos de Lacan en español. México, Oficio Analítico, 2000.
[54] Freud, S. (2021) Textos bilingües. Traducción, edición y comentarios de Cosentino, J. C. y Klimkiewicz, L. Cuatro volúmenes han aparecido hasta el presente día. (marzo de 2022) Buenos Aires, Mármol·Izquierdo.
[55] Lacan, J. (2001 g). Autres écrits. París, Seuil.
[56] Lacan, J. (1979 [1977]). “Vers un signifiant nouveau”. Le Séminaire. Livre XXIV, L’insu que sait de l’Une-bévue s’aile à mourre. Ornicar?, París, Navarin #17-18, 1979, pp. 20-21.
[57] Leiris M. (2003 [1948]). Biffures. La règle du jeu. París, Gallimard, La Pleïade, 2003, pp. 3-5.
[58] Braunstein, N. A. (2007). Memoria y espanto O El recuerdo de infancia. México, Siglo XXI, cap. 13 (¡… lizmente“!), pp. 227-270.
[59] Lacan, J. (1975 d [1973]), Le Séminaire, libre XX. Encore. París, Seuil, 1975, p. 108.
[60] Milner, J.-C. (1995 b). L’oeuvre claire, cit.
[61] Lacan, J. (1975 d) [1972-1973]). El seminario. Libro XX. Aun. Buenos Aires, Paidós, 1981. Traducción de D. Rabinovich.
Biografía:
Néstor A. Braunstein, (Bel Ville, 1941 – Barcelona, 2022) Psicoanalista, nacido en Argentina. Profesor, Departamento de Posgrado, Facultades de Psicología y Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México. Introductor de la enseñanza de Lacan en México (1975). Director de un Máster en Psicoanálisis (1980-2003). Autor de 200 artículos publicados en varias revistas psicoanalíticas de todo el mundo y de diversos libros: Psicología: Ideología y Ciencia (México: Siglo 21, 1975, 21 ediciones); Psiquiatría, Teoría del Sujeto, Psicoanálisis (Hacia Lacan) (México: Siglo 21, 1980, 12 ediciones); La Clínica Psicoanalítica: de Freud a Lacan (Universidad Nacional, Costa Rica, 1987); Goce (México: Siglo 21, 1990, 6 ediciones) [traducción al francés, La Jouissance: un concept lacanien (1992) (París: Point-Hors Ligne); 2ª edición (París: Eres, 2005)], fue traducida al inglés por Verso, 2001. Edición completamente nueva: El goce. Un concepto lacaniano (Buenos Aires: Siglo 21, 2006); Por el camino de Freud (México: Siglo 21, 2001), Ficcionario de Psicoanálisis (México: Siglo 21, 2001). En versión impresa: Du côté de chez Freud (París: Érès, 2007). Autor del capítulo “Desire and Jouissance in Lacanian Teachings” en Cambridge Companion to Lacan, Jean-Michel Rabaté, ed. (Cambridge: Cambridge Univ. Press, 2003). Autor de las introducciones a 12 libros en diversos países, conferencias internacionales, mesas redondas y paneles.
Fecha de publicación:
6 de febrero, 2023