Las traducciones del psicoanálisis
Resumen
El presente ensayo intenta dar semblante al problema de lo intraducible como un problema generativo para el psicoanálisis cuyas formaciones pueden ser rastreadas en dos grandes categorías: la de los exilios y traslados que el discurso analítico ha sufrido—muy emblemáticamente con el fascismo— que estructuran lo que conocemos hoy como psicoanálisis, así como en el estatuto de “maquinaria de traducción” que tiene el aparato psíquico en la “Carta 52”. La historia del psicoanálisis, dada por sus traducciones, versiones, diversiones y traslados, corre paralela a las vicisitudes y tropiezos del aparato psíquico y se manifiesta en aquellos “ombligos de intraductibilidad” (Braunstein, Traducir el psicoanálisis) en los cuales se materializa la consustancialidad entre el problema de la traducción y el problema del psicoanálisis. El texto sigue las elaboraciones de Néstor Braunstein, a quien se dedica este trabajo y de quien tomamos prestadas tantas palabras por ser, sin lugar a duda, el gran traductor en el sentido último y radical de la transmisión del discurso de Freud y Lacan. La exploración va de la naturaleza lingüística del inconsciente como una primera traducción siempre fallida para llegar a la instancia lacaniana del goce como trazado por Braunstein en su enseñanza: el discurso como textura de la (in) traducibilidad “domeñado” por el estilo lacaniano del equívoco, el juego de palabras y el deslizamiento fonético…estilo con el que se demuestra y despliega la compleja relación gozosa entre el sujeto y su amo, el inconsciente.
Las traducciones del discurso
No solo la experiencia humana tiene la textura de la traducción de lo intraducible, aquel meollo sobre el que necea el poeta, sino que el cuerpo del “hablente” es uno marcado, anudado por traducciones y re-traducciones subjetivas —acertadas, fallidas, truncas o perversas— del aparato psíquico. El síntoma mismo, con su contorsión y su queja devela ciertas trabas de la traducción tanto para Freud como para Lacan y muestra aquella barra infranqueable entre significado y significante alrededor de la cual se da la socialización del goce en el discurso. Operación que no es sin sus restos, no sin sus consecuencias. La traducción y sus problemas nos demuestran la radical sujeción que tenemos a la tiranía del lenguaje, al inconsciente, que, estructurado como un lenguaje no nos pertenece…uno sueña que lo hace suyo, pero se demuestra, sin falta, que le pertenecemos.
La historia del psicoanálisis está marcada por la traducción, las traducciones constantes, tanto fallidas como acertadas, obturadoras y develadoras, las represiones y denegaciones de la lengua madre del psicoanálisis, en tanto las metamorfosis del discurso freudiano han formado y esculpido el cuerpo y la consistencia del discurso psicoanalítico. Decimos “las traducciones” en tanto, consistente con la doctrina de la pulsión como pieza fundamental del descubrimiento freudiano, el psicoanálisis no es desde su incepción ni estandarizante ni unívoco, sino lo contrario: escandaloso y polifónico.
Braunstein nos dice, “todo en la teoría Freudiana conspira contra una lectura normativa” (El goce 167), y agrego: es gracias a la subversión psicoanalítica que podemos traducir el drama humano desde el concepto nuclear de la “pulsión”: aquel matrimonio infeliz entre la biología y la palabra que gesta la condición humana y recopila en sus tropiezos las conspiraciones constantes en contra de la lógica racional. El discurso freudiano es desde siempre una traducción transgresiva del síntoma como puesta en escena, no de la histérica como lo insistía el obturado oído médico de la época sino la puesta en escena de una lógica cifrada, enigmática de la dimensión consistentemente contradictoria de la psique humana. Freud traduce el síntoma, descifra una dimensión que antes de él no hallaba lengua propia. La lengua psicoanalítica es, en tanto traducción de la contradicción y el conflicto, desde su incepción una lengua transgresiva cuya misión es apalabrar las fallas de traslación (translation) a la norma, no para subsanarlas ni rectificarlas sino para darle lugar al equívoco el cual, en psicoanálisis, siempre es generativo. El modelo de dicha “falla” es la histeria: aquello que no logra traducirse ni por la medicina ni por la religión que no es simulación y tampoco despliegue voluntario. Del síntoma florido, en su estatuto de litoral, surge el psicoanálisis que poco a poco se desviste de sentidos lógicos para tomar la contradicción como tropo central y emproblemarse, a nivel del lenguaje, con ella.
Histeria y psicoanálisis son consustanciales, sostiene Braunstein en Traducir el psicoanálisis…en tanto destaca la imposibilidad de discernir quién produce a quién: la histérica al analista o el psicoanálisis a la histérica. En esta consustancialidad, en la intersección euleriana de los reinos de la histeria y el psicoanálisis, está la traducción como problema central e irreprimible para quien se atreva a practicar el análisis. La queja dirigida al otro, el “teatro” involuntario tiene destinatario, este destinatario es la condición de posibilidad de despliegue de la vida anímica que surca e insiste en la escucha y la demanda de traducción. El psicoanálisis será entonces una lengua dedicada a la traducción cifrada para acotar el litoral, esta extraña confluencia palabra-cuerpo, analista-histérica. Transferencia, interpretación, desciframiento, todo huele a traducción.
Son conocidos los ejemplos dentro en el canon freudiano que giran sobre la traducción como operación básica de la psique. Traducción cuyas desviaciones, saltos y obturaciones insisten sobre la escucha analítica. Para Freud, el aparato psíquico será una doble vía marcada por la traslación (translation) de los materiales en el sistema percepción-conciencia. El significante dirigido al otro, la palabra que busca un Sentido, la queja histerizada que exige explicación del médico, del analista o del cura, es una búsqueda de traducción que se materializa en la relación transferencial con el analista, al cual se le supone el poder de la traducción última. (Übertrangung, es tanto transferencia como traslado, trasmisión, traspaso, cesión, traducción)
Es clásico el ejemplo del hombre de las ratas nos despliega las consecuencias psíquicas del traslado atropellado de una frase gestada en el inglés materno como un “brillo de la nariz”, el “Glanz auf der Nase” que al ser arrastrado del seno materno al orden social (o a la vida del paciente “en alemán”) se “mal-traduce” dejando atrás su sentido y quedándose en la materialidad, la literalidad fonética de la voz materna. El significante, en su arrastre, en su translación que le arranca las raíces lógicas, re-aparece como insistencia fetichista vacía de significado contextual. El traslado en este caso, la traducción accidentada, marca un sentido, un rumbo, que gracias a su sin-sentido excede la significación: el sentido es una dirección, no un significado, el sentido -en este caso- es aquello que retorna y que traza una línea desde el paciente hacia la madre. Otro ejemplo clásico es el de la traducción fallida como modelo operativo en la histeria, de la cual se reconoce la lógica oculta, invisible, del significante y sus recorridos, los cuales inciden, definen, inervan el padecer corporal inaugurando una nueva lógica biológica y anatómica. Al examinar la traducción que inerva al cuerpo en las psiconeurosis, esto es, el brazo que no responde a las terminales nerviosas descritas por la ciencia sino el brazo que se articula nerviosamente justo donde caen las costuras del vestido, lleva a Freud a descubrir esta lógica oculta que evade al sentido racional y la traducción “correcta” (la del Sentido-significado). Freud descubre que, aquello que médicamente ya no puede sostenerse responde más bien a las perversiones de la homonimia, al arrastre de un mensaje cifrado, a la dictadura de los significantes del Otro.
Si la traducción, nos dice Braunstein en Traducir el psicoanálisis…, es demostradamente consustancial al discurso psicoanalítico, entonces la historia del psicoanálisis nos ha de hablar de ello, del estribillo recurrente, del recorrido de tropiezos generativos sin los cuales el discurso psicoanalítico no habría sobrevivido las vicisitudes de censura que van con su naturaleza subversiva. Esto es, el discurso analítico, como el cuerpo de la histérica, es uno cincelado por los intentos fallidos de traducción que brotan de cada traslación de una lengua a otra. Es la encarnación en el traductor de lo traducido, modelado por la innervación de la palabra en la histeria, lo que se describe es una suerte de toma de posesión de la palabra freudiana en cada uno de sus portavoces– cuyo recorrido no solo le permite sobrevivir en su estatuto de práctica subversiva, sino que lo re-define como práctica: “…la falta es lo que no falta en la traducción. En la perspectiva del psicoanálisis, esa falta— nostalgia del tiempo anterior a Babel— es constituyente de la riqueza de la traducción. Toda traducción es una “interpretación” de lo traducido que lo enriquece…por lo que no llega a decir, por su encontronazo con lo intraducible” (Braunstein, “Traducir el psicoanálisis” 53).
El texto freudiano en su lengua madre, en la compresión germana que se esconde a plena vista (habrá quien insista que solo el alemán lo pudo haber gestado), es el significante en mutación que recorre el cuerpo teórico del análisis. Sus traducciones, fallidas o acertadas, muestran una sintomatología quizá regida por el goce Uno: qué fue lo que Freud dijo o quiso decir, la traducción correcta, la traducción fiel. Las traducciones dejarán al significante psicoanalítico nunca perdido, sino en souffrance y bajo la condición de quién lo detenta.
Abuso del asunto de la consustancialidad entre la histeria y el cuerpo discursivo del análisis para decir: así como el cuerpo de la histérica no responde a su biología o a su diseño anatómico en su supuesta medida universalizable y estandarizable, el cuerpo teórico del análisis tampoco responde totalmente a su anatomía freudiana, a su origen “natural”. Lo que tenemos hoy de Freud es también, el producto— así como la conciencia es producto de la operación psíquica— de un trabajo retroactivo que apunta a las traducciones y traiciones a la lengua materna. Igual que entre la histeria y el análisis, en tanto no hay distinción de quien gestó a quien, las traducciones —tanto las fallidas como las afortunadas—de los significantes que inervan el cuerpo del discurso psicoanalítico articulan, dan consistencia y generan nuestros síntomas teóricos. El psicoanálisis así, como el síntoma, “no cesa de no escribirse” …
Los cortes e incisiones, las parálisis y parapraxis del cuerpo teórico o del discurso freudiano tendrán que ver con aquello que el revisionismo, el trabajo de las traducciones constantes, deja instaurado como práctica por los analistas franceses. Intervencionismo cuya paternidad debemos a Lacan. Habrá, nos dice Braunstein, una sintomatología en el pensamiento de Freud que quedará develada por sus traducciones, las cuales como la práctica honesta de la traducción lo exige, son muchas, constantes, y siempre insatisfechas como la histérica: unas refutándose a otras, unas interpelando a otras. Unas motivadas por un goce de fidelidad al original y a la unidad, y otras, asumiendo su particularidad y su singularidad castrada dada por la barra lingüística como lección aprendida, aquella barra que irrumpe en el matrimonio feliz entre significado y significante. Quizá, el analista que se suscribe a la lectura pulsional del cuerpo estará (felizmente) siempre dividido entre la lealtad a la lengua materna freudiana y la ley intervencionista del padre que castra.
Desde ahí, desde el reconocimiento de la barra lingüística, podemos dar lugar a una condición humana que no es instinto ni biología sino un excedente llamado pulsión. Y será gracias a que “la pulsión” se ha traducido “estandarizadamente” como instinto que se ha dado lugar a transgresión del comentario, la expurgación y el revisionismo irreverente. Polimorfa, perversa, infantil, inconforme, un bottomless pit, la pulsión como motivo fundamental, como res del psicoanálisis orienta la traducción desde su esencia: Trieb es también retoño, aquello que insiste en brotar, abrir un camino otro más allá del camino central del tronco en el que se gestó. Su materia cruda es el Drang, el impulso al desnudo al cual da forma la ortopedia estrujante de la palabra, de la estética y de la gramática del Otro. Pulsión es la inervación del cuerpo, el caudal energético de la joven decimonónica hilvanada, torcida, paralizada en la transgresión a las reglas de la buena neurología. “La pulsión es un “aiming at” cuyo resultado es la inscripción del fracaso” (El goce 52), aseveración en donde la palabra “pulsión” se puede sustituir perfectamente por “traducción”.
Dos aspectos claves tendrán que ver con la forma del cuerpo analítico actual dada por las traducciones: la consustancialidad del psicoanálisis con el alemán, y el efecto retroactivo de las traducciones sobre el original. Sobre este compartir cuerpo el pensamiento psicoanalítico con la lengua germana, de su consustancialidad, habrá que pensar en la desterritorialización, en el exilio o la cirugía que sufre el discurso para su transmisión en otras lenguas. Traslación (translation) y exilio que pronto se magnificará con la censura y persecución del fascismo. Persecución y ordalía a la que será re-sometida la lengua madre del psicoanálisis tras la segunda guerra mundial al ser exiliado el alemán, lengua en la que también se gesta el fascismo, como aparato para teorizar, como tierra natal de la filosofía y el psicoanálisis.
El segundo aspecto, también relacionado con la diáspora y el destierro, tendrá que ver con la retroactividad que las traslaciones y traducciones, versiones, diversiones y perversiones (père-version) que otras lenguas han tenido sobre el cuerpo freudiano. Del impacto retroactivo que las traducciones tienen sobre el original Braunstein ofrece un ejemplo develador y emblemático:
El sustantivo “mente” (del latín mens, en inglés mind) no existe en alemán, ni en francés. Ni Freud ni Lacan pudieron haberlo utilizado en el momento de escribir: sus respectivas lenguas maternas no lo permitían. ¿Es legítimo que un traductor de sus escritos al español, o al inglés, haga aparecer la palabra inexistente —“mente”—que no existe en la “lengua fuente” (la original, la traducida, la que está sometida y resiste a los empeños del traductor), pero que si existe en la “lengua blanco” (la secundaria, traductora, activa y selectiva), en las frases donde estos fundadores de la discursividad psicoanalítica usaron términos como Geist, Seele, Gemüt, —en Freud—esprit, âme, psychisme, psychogénèse— en Lacan—? ¿Puede el adjetivo “mental” — que si existe en francés a pesar de que no exista el sustantivo del cual se deriva— corresponder a psychische, geistig o seelische, en alemán y que el traductor prefiera el vocablo “mental” — más laico—a los conceptos de “psíquico” y “anímico”, que serían más precisos en una traducción literal del alemán, pero que están cargados de seculares resonancias míticas, escolásticas y religiosas? (Traducir el psicoanálisis 18).
En la serie de dificultades intrínsecas a la traducción del discurso psicoanalítico, tanto en lo traducible como en lo intraducible, en lo que de inicio falta y en lo que acaba sobrando en el original, está el goce en el horizonte: aquella ingenuidad que sostiene la idea de poder trasladar las palabras y su sentido, tomar un tejido y verterlo enteramente y sin faltas en otra lengua. Esto es, el traductor se enfrenta siempre con ese mismo goce Uno que moviliza al psicoanálisis (y también la pulsión lingüística per se) aquel goce totalizador de la omnipotencia médica al que se resiste Freud abriendo paso a una escucha singular, difícil, antirreligiosa, anticapitalista, antifascista.
Nunca habrá, entonces, identidad entre el original y su traducción como tampoco hay identidad (realidad intrínseca del lenguaje), entre la Cosa y su nombre, entre Das Ding y die sache, entre el goce Uno (jouissance) y el goce de Sentido (j´ouis sens). Mucho sucede, nos dice Braunstein, en el acto traductivo/transferencial (Übertrangung): la traducción, la transferencia en tanto desplazamiento es también es un síntoma al cual le corresponde una cierta denegación de la distancia entre la palabra y la cosa, entre el goce y el cuerpo. La traducción es un modo de esquivar lo Real, una vía inestable que va dejando, en su traslación, saldos y restos sin metabolizar:
Un concepto no es una “cosa en sí”, es una invitación imperiosa a que se lo traduzca. Ninguna traducción lo expresará a la perfección. Todas ellas construyen un babélico laberinto en torno a él y el concepto se aproxima de tal modo al lenguaje puro; alcanza con esas insuficiencias una nueva dimensión; no es un significante aislado provisto de equivalentes sino una telaraña de equívocos en sus traducciones, en sus sinónimos, en sus usos y en sus reglas de uso (Braunstein, “Traducir el psicoanálisis” 52).
La distancia entre “mente”, “psíquico” y “anímico” ilumina la dificultad de trasladar un texto de una lengua a otra, la dificultad con la que uno se puede topar al intentar trasladar una noción del alemán aglutinante y flexible a lenguas más rígidas y analíticas como puede ser el inglés. De esta dificultad, el bypass de las invenciones lacanianas: el parlêtre por ejemplo, que traduce bien al neologismo “hablente” pero que de ninguna manera despliega la misma consustancialidad entre el habla y el ente cuando se traduce al inglés en el speaking-being. Los esfuerzos del guion no se sobreponen a la pérdida traductiva: en el inglés nunca habrá “hablente” sino una intermitencia entre el hablar y el ser. Como este caso particular hay una plaga de casos que develan los síntomas de cada lengua de los cuales se ha de encargar el psicoanálisis.
Nos encargamos todos, entonces, también del síntoma original: la parlanza singular freudiana cuyas intraductibilidades, nos dice Patrick Mahoney, responden a la ineludible consustancialidad entre el alemán y el psicoanálisis. El autor señala una cierta naturaleza lingüística de la lengua materna de Freud cuya lógica gramatical fue tierra intrínsecamente fértil para el pensamiento psicoanalítico:
…aquellas formas verbales que pueden expresar un modo pasivo, la flexibilidad de convertir una parte del enunciado en otra, esto es, sustantivar un verbo o hacer verbo un sustantivo, añadir prefijos y sufijos de modo aglutinante para lograr una palabra-concepto, una palabra-imagen, quizá hasta una palabra-rebus, en donde las fronteras entre el verbo el sustantivo y el adjetivo se suavizan y resultan tanto más propensas a evocar la naturaleza de un proceso primario a partir de un proceso secundario… (Mahoney 24).[1]
El alemán, para Mahoney (1992), tendría así un pie en el proceso primario y otro en el secundario siendo un “constructo lingüístico de sí propicio a la condensación y el desplazamiento [la traducción es mía]” (p. 25) . En la traducción, sin embargo, en el éxodo del alemán freudiano no hay más que traición: si se atiende al contenido “secundario” en la palabra, se desatiende lo “primario”, la traducción está en términos del éxodo, siempre en el reino de la pérdida.
La segunda realidad que ilumina el ejemplo de Braunstein, versa sobre otro de los tropos teóricos de análisis: la retroactividad. La retroactividad de la práctica traductiva, pensando en el sustantivo “mente” que nunca estuvo ni en Freud y ni en Lacan, pero sí se puede encontrar en sus traducciones, nos señalará el poder transformativo de la traducción sobre su original. Nos dice Braunstein:
… la traducción no se opone ni complementa a la obra, sino que, como suplemento del original, puede llegar a mostrar cierta “verdad” oculta del texto fuente cuando señala el tropiezo con el núcleo intraducible. El “original” se leerá en el futuro anterior: habrá sido a partir del cumplimiento cabal de “la tarea del traductor” … o la del psicoanalista que escucha el sueño (Traducir el psicoanálisis 31).
Así, las lenguas traductoras impactan sobre su vieja lengua y lo traducido devela “un síntoma” (una represión en el caso de “mente”) en el original. Este síntoma acusa una obturación tanto en el texto como en su autor como sujeto radical a su lengua madre, quien, por ejemplo, no pudo tener la categoría “mente” en mente. Este “síntoma lingüístico” (Braunstein, “Traducir el psicoanálisis” 18) no se hace evidente hasta que es “per-vertido”, hasta que algo de la ley no se acata o algo del traductor (como encarnador del significante) se impone como ley sobre la del autor. El buen traductor, nos dice Braunstein “comprende que un aspecto esencial de su tarea consiste en hacer sufrir al autor, contaminarlo, llegando a revelar sus déficits” (Traducir el psicoanálisis 18), mostrando su falta o el -1. La traducción entonces, en su sentido amplio y en su versión más apasionada que es la del traductor-analista, no es más que generativa para el discurso: la teoría de la pulsión, del cuerpo lingüístico, se lleva en el cuerpo y se materializa volviéndose aquel texto que “se esconde a plena vista” para librar la ordalía. “Sin las traducciones, mejores o peores, el psicoanálisis no habría sobrevivido a la diáspora de sus oficiantes y a la quema de los libros que se produjo entre 1933 y 1940” (Braunstein, “Traducir el psicoanálisis” 43).
Siguiendo la genealogía que nos traza Braunstein se ubica un primer momento en la traducción del discurso freudiano, una explosión a partir de la euforia mundial dada por la innovación y el escándalo que generaron las Cinco lecciones introductorias originalmente dictadas en alemán y traducidas al inglés por el mismo Freud para su viaje a la universidad de Clark. Viaje del cual surge la mítica asociación del psicoanálisis con la plaga que, apócrifa o no, y teniendo en mente a Lacan, nos develaría un sentido propio del psicoanálisis como práctica traductiva. Nos dice Lacan:
…un mito es siempre una tentativa de articular la solución de un problema. Se trata de pasar de cierta forma de explicación de la relación con el mundo del sujeto, o de la sociedad en cuestión, a otra —lo que requiere la transformación es la aparición de elementos distintos, nuevos, que entran en contradicción con la primera formulación y exigen de alguna forma un paso de por sí imposible, un salto (La relacion de objeto 293).
Si bien el mito que vincula al psicoanálisis con la plaga puede ser solamente eso, un mito, podemos seguir a Lacan quien sostendría este mito como una solución, un sistema que articula viejos elementos que nunca antes habían sido articulados para lograr traducir una dimensión muy particular: la de la sujeción de la psique al lenguaje en sus dimensiones políticas, históricas, sociales como aquello que plaga e inerva al cuerpo. El psicoanálisis desde entonces, como práctica traductiva de la experiencia subjetiva, como traducción del peso que es habitar al lenguaje, cargará desde entonces con el mito de la mal-dición (su materia es el medio-decir, el maldecir y el lapsus). El psicoanálisis así no solo abriría un espacio a lo no traducido por el saber médico, sino que inscribirá la falta, dará lugar en el lenguaje a la plaga de tropiezos humanos que no pueden ser reconciliados dentro de los demás cuerpos existentes del saber. Esta plaga explosiva de las formulaciones freudianas quedaría pronto traducida al holandés, ruso, polaco y húngaro, y el psicoanálisis así logra rápidamente captar el interés mundial ya sea por vías del querer saber lo in-sabido (Unbewusst) como por las vías del escándalo y la transgresión.
Entre las vicisitudes traductivas y translativas en las distintas lenguas, la lengua castellana tiene un estatuto privilegiado. Mucho antes de que Freud tuviera terminada su obra, Ortega y Gasset, conocedor del alemán, había instigado a la traducción de la obra “completa” bajo la supervisión de Freud, a cargo de López Ballesteros. Con esto se inaugura un movimiento traductivo al español (empresa que continúa Rosenthal en Argentina) sembrando la cálida y generativa acogida de Freud en Latinoamérica, prodigiosa relación— casi sin resistencias— que no se repetirá en ninguna de las traducciones a otras lenguas. Francia, por ejemplo, corre con “la otra” suerte: “los infortunios del psicoanálisis en Francia (en la lengua francesa) que nunca, ni aun hoy, ha llegado a disponer de una traducción confiable del texto de Freud” (Braunstein, “Traducir el psicoanálisis” 22) abre espacio para la lectura minuciosamente crítica y al incansable revisionismo de los originales en alemán. Esto es, cuando la cosa nunca estuvo herméticamente traducida y ningún erudito funcionaba como garante organizador y transmisor del discurso analítico se gestó la oportunidad, la necesidad quizá, a la lectura innovadora, blasfema, desacralizada encabezada por Lacan. En palabras de Braunstein:
El judío austriaco, inventor de inconsciente, salió renovado y más brillante después de los desvelos incalculables de sus “pasadores” al francés. …Lo simbólico, lo imaginario y lo real, inventados como “registros” por Lacan, llegaron para fecundar y, muchas veces, desviar el vocabulario de Freud, Las discusiones acerca de la traducción al francés de términos como Umheimlich (ominoso), Entstellung (desfiguración), Anlehnung (apuntalamiento/apoyo) , Trieb (pulsion), Instinkt (instinto), Wunsch (deseo), Verneinung ( negación), Lust (placer), Unterdrücktung (supresión), Vorstellungrepräsentanz (representante-representación), etcétera, se hicieron inacabables. Después de cada tropiezo con la dificultad de traducir el psicoanálisis, los conceptos de Freud salían revitalizados. (…) Cada significante era insuficiente, todos juntos, en su disonancia, eran el concepto de Freud. Finalmente aprendido…porque intraducible. Mas aun, el empeño de los lectores franceses tenía como referente el original freudiano en tiempos en que ya había sido publicada la traducción de la “edición estándar” al inglés. En esos tiempos funcionaba ya como lengua “oficial” del psicoanálisis, a través de la Asociación Psicoanalítica Internacional… (Traducir el psicoanálisis 23-24).
La práctica de la traducción, en especial en Francia reformaría el modo de practicar psicoanálisis, que, sumado a otros desplazamientos que ocurrieron con el ascenso del fascismo agregaron a la diáspora y a la diseminación. No solamente el psicoanálisis se habría sometido a la censura del autoritarismo, sino que el inglés se convirtió en la lengua blanco de psicoanálisis cuando los analistas perseguidos huyeron a Estados Unidos y a Inglaterra. Pronto, se figuró una dicotomía: el idioma oficial del psicoanálisis académico se convirtió en el inglés, mientras el del psicoanálisis subversivo, el francés. Dicotomía que se magnifica con la publicación de la Standard Edition la cual no ha dejado de producir debates, entre sus innegables aciertos como en sus claros yerros. “Criticable como lo es en muchos aspectos por algunas insólitas elecciones y por las innovaciones terminológicas (por ejemplo, instinct para Trieb (pulsión) cathexis para Besetzung (investidura), ego y superego para Ich (yo) y Überich (superyó), id para Es (Ello) fue, en otros puntos, también ejemplar” (Braunstein, “Traducir el psicoanálisis” 25).
La edición estandarizada, donde muchas de las elecciones de traducción evocan un esfuerzo domesticador disonante con espíritu freudiano, también, nos dice Braunstein, tuvo un efecto unificador sobre la obra original gracias al inmenso aparato crítico que había construido y que ninguna edición, ni aún la alemana, poseía. La edición Standard contribuyó también a la segunda y monumental traducción al español de José Luis Etcheverry, la cual logró unificar, sintetizar los aciertos de la traducción de Ballesteros y de Rosenthal, asentarse sobre el cuerpo crítico de la Standard Edition además de incorporar una sensibilidad al comentario lacaniano cuyo portavoz era el Diccionario… de Laplanche y Pontalis.
El recorrido histórico de las traducciones abrirá camino a dos conclusiones en apariencia contradictorias: hay algo de la lengua madre, el alemán, que no se puede rehusar, que es consustancial al pensamiento psicoanalítico y que de alguna manera resulta intraducible pero que, en su intraducibilidad, en ese topar con lo imposible, se revela como Real, aquello, que para Lacan, siempre volverá a su lugar. Y ante dicho la intraducibilidad, como punto donde el traductor/analista al mismo tiempo topa y llega a su meta, dos vías: la invención que cierra, la invención que abre. En la primera cabría la traducción estandarizada, canónica, lapidariamente unívoca (quizá, la traducción que incorpora cierto grado de denegación) …en la segunda, la traducción que se suscribe, se rinde desde el inicio, al equívoco y a la polifonía de la homonimia (quizá la traducción que asume su propia castración). Esta segunda tradición, inaugurada por Lacan en la que se muestra la consustancialidad entre teoría y práctica, encontrará reciprocidad con la materia que traduce al ser congruente con el discurso de la falta. De esto, Braunstein (2012) nos dice, “la tarea del traductor consiste en pasar de la impotencia (imaginaria) a la imposibilidad (real)” (p. 43), equiparando entonces la tarea del traductor con la tarea del análisis. La práctica de la traducción abierta a la re-traducción, reelaboración y reabordaje es una que asume el -1. Una tarea que podría verse animada por una suerte de resolución del complejo de Edipo en tanto jugar el juego de la castración, como el de la traducción, es jugar “el juego de que gana el que pierde” (Lacan, “La relación de objeto” 211 ).
Sobre esta línea asociativa, la traducción será la operación que revivifica el complejo entre la lengua materna y la incidencia de la ley dentro del escenario de la falta. Y el psicoanálisis así será el “efecto retroactivo de las traducciones más o menos afortunadas que ha recibido” (Braunstein, “Traducir el psicoanálisis” 26). De tal modo que:
…el clásico traduttore traditore se entiende como una fatalidad (un double bind) inherente al trabajo del traductor que es llevado a una aporía insalvable… El double bind del que hablamos, la exigencia contradictoria, es la de pasar entre dos abismos igualmente criminales: el parricidio que implicaría anular la originalidad del padre por respeto a la lengua materna y el matricidio ejercido (Braunstein, “Traducir el psicoanálisis” p. 41).
Así, la traducción unívoca, “La traducción”, se podrá entender como un efecto del discurso del amo y aparecerá hoy en día en sus versiones comodificadas por el discurso capitalista que ofrece una sola traducción “ready made”, para cada uno de los males, las mal-diciones de nuestra época: el automatismo repetido al infinito de “las soluciones”, el destierro lingüístico de la imposibilidad; la posibilidad del rescate del goce primario mediante las prácticas de la tecnología corporal, de la psicodelia o de la iluminación. En cambio, pensar en el plural, en “las traducciones” del psicoanálisis, suscribiría al reverso de aquel discurso que al hacernos “consumir” un saber, consume al saber. La pluralidad traductiva suscribe al discurso de las preguntas, del no-saber, del cambio de posición que implica la difícil, improductiva tarea de cavar lugar para la falta. Si alguna vez el psicoanálisis se salvó de la ordalía del fascismo, hoy, la ordalíaque quedaría sobrevivir es la traducción lapidaria del capitalismo tecnológico con sus tantas barredoras del inconsciente.
El aparato psíquico como aparato traductor
En Traducir el psicoanálisis…, Braunstein repara sobre el doble uso del genitivo en “las traducciones del análisis” y encuentra algo de esencial en el equívoco, en el tomar el psicoanálisis como una operación de traducción en su sentido amplio. No sólo el discurso analítico carga y se recarga históricamente de los saldos de las traducciones de una lengua madre atravesada por sus portavoces, así como de las subsecuentes re-traducciones que la clínica provoca, sino que la materia misma a analizar, el aparato psíquico, es, en su mínima expresión un aparato traductivo, como establecido por Freud en la “Carta 52”, cuya textura traductiva dicta, en sus vicisitudes, la condición subjetiva.
El aparato psíquico como aparato lingüístico, se leerá en el aforismo lacaniano re-traducido como: “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”. La pizarra mágica, como máquina de inscripción y colección de restos (trazos) es también útil para suplementar la traducción, aquella que en la metabolización lacaniana del descubrimiento freudiano demuestra: la anatomía del sujeto más allá de la biología responde a la determinación del significante, el significante hecho carne. Las repercusiones traductivas, las traslaciones (translations) entre la experiencia, el cuerpo y la palabra imperan, en tanto, el trabajo de cernido de la experiencia por el colador del lenguaje manda por sobre la neurología tal y como lo expresan los Estudios sobre la histeria. Cualquier médico exasperado ante las fallas del tratamiento médico, las sales y las cirugías ante a la queja insistente, sabrá decir: “vaya Usted al diván!”
En la lectura estructuralista lacaniana, nada existe divorciado de su expresión lingüística, lo corpóreo, lo social, lo político son textura verbal; sus traducciones, la textura del mundo. El lenguaje en sus traducciones y en sus faltas (la resistencia para Freud es una falla traductiva), no solo manda sobre el destronado imperio de los impulsos nerviosos, sino que produce al mundo. El aparato psíquico, como cualquier otra maquinaria de traducción, será un productor de restos y saldos que caen de sus múltiples fallas traductivas, e insisten, re-tornan sobre el cuerpo como síntomas que insisten una nueva oportunidad de traducción. Si bien Freud conservará el lenguaje celular y nervioso por mucho tiempo, de lo que habla, según nos re-traduce Lacan, es del sujeto lingüístico animado por los cauces del (sin)sentido. La genealogía de la servidumbre a la lingüística es sencilla: el sujeto en tanto que habla- y se separa del goce Uno, autista, de la acogida en el cuerpo de la madre, queda de facto y para siempre introducido en el reino y la potestad del Otro social y político. Este sujeto podrá paralizarse e inervarse de acuerdo con las leyes de la lengua en su acervo limitado de bienes (objetos para la pulsión) y males (padecimientos). En el centro del enigma de la histeria- aquel cuerpo cuyo padecer convoca al Otro mediante el otro- está el sujeto, no de la anatomía, sino de los cortes de la prenda del modista cuyo inventario coincide con el repertorio de la Lengua. De otro modo, lo que Freud demuestra y Lacan retraduce es que el cuerpo está articulado, en el sentido francamente literal de la articulación anatómica, por la palabra.
El sujeto con su parlanza, aquella lengua propia cuya anatomía Lacan comprime en el neologismo lalangue, protesta, acepta, negocia su condición de estar torsionado, tensado entre los dos lados de la moneda llamada Lengua: el lenguaje del Otro como estructurador por un lado y el lenguaje del Otro como alienador. “Extimidad” será el neologismo acuñado por Lacan que comprime en la imagen-palabra el trabajo de zurcido del cuerpo por el discurso del Otro, puntadas que agujerean la falsa distinción entre el afuera y adentro dibujando nuestra porosidad psíquica. El cuerpo así, pasado por los asideros del lenguaje, es la textura de un intento traductivo entre lo que parecerían ser dos polos y que, en realidad, es un solo polo moebiano. Esta forma, que manda sobre el cernido de las mallas del lenguaje producirá también como resto todo aquello que escapa como intraducible, que solamente podrá asirse de modo tangencial: mediante la circulación del significante, que, fabricando una nueva malla sintomática trata de capturar aquello que ha tomado la forma del registro llamado Real.
El aparato psíquico como maquinaria traductiva, como compacto lingüístico enfrenta una doble resistencia a la traducción. Por un lado, el acervo traductivo siempre viene del Otro y no nos pertenece, por el otro, este acervo siempre se ha de quedar corto: el lenguaje es excedido por la impronta del goce. El cuerpo será el lienzo sobre el que se dibuja dicho problema de traducción, un problema que se cifra, por ejemplo, en la dialéctica (que no diálogo) con la imagen. Traducción que siempre dejara ver la falta en el original, la imagen especular como ese “complemento ortopédico” que subraya la insuficiencia en la traducción arcaica del sujeto. La dialéctica entre el cuerpo y su imagen en tanto no hay cuerpo que no pase por el asidero del Otro, o por el panóptico de las miradas del otro, es una traducción siempre en cortocircuito que se escucha en la distancia irresumible, el terreno resbaladizo entre el sujeto de la enunciación y el sujeto del enunciado. Esto es, en la distancia entre el je y el moi se anuncia un problema infranqueable de “traición” que puede ser leído como una traición entre lenguas (entre el alemán y el francés, entre la lengua de la madre y del padre) o como el problema de las traiciones constantes entre el yo y el ego.
Aquello que descubre Freud, que el hombre no es dueño de su propia casa, y que, la maestría del yo es una cuestión alucinada, se puede cifrar como un problema de la traslación (translation) que va desde las primeras improntas del goce hasta la conformación del inconsciente como tirano oculto del “yo oficial”. El sujeto será un sujeto a este primer salto traductivo, al inconsciente, como instancia del primer desciframiento del goce (improntas desencadenadas, sueltas y sin sentido) cuya traslación hacia la palabra es siempre fallida y “no cesa de no escribirse”. La operación traductiva de la psique es una mandada por la insuficiencia de las palabras: el goce a traducir queda siempre “en traducción”, en souffrance. No habrá pues jamás una maestría sobre esta primera operación en tanto el goce, cercano a La Cosa (Das Ding), nunca cabe totalmente en las palabras-objetos (die sache). La lógica inconsciente entonces le pertenece al sujeto muy a medias en tanto el alfabeto con el que des-cifra es insuficiente, además de que el alfabeto, ya insuficiente, le viene del Otro quien lo aliena instaurando su censura. El sujeto así nos dice Lacan, se rige en la lógica de la extranjería:
… el inconsciente no debe su eficacia pura y simplemente al rasgo negativo de ser Unbewusst, un no-consciente. Traduciendo a Freud, decimos: el inconsciente es un lenguaje. Que esté articulado, no implica empero que esté reconocido. La prueba es que todo sucede como si Freud tradujese una lengua extranjera, y hasta la reconstruyera mediante entrecruzamientos. El sujeto está sencillamente, respecto a su lenguaje, en la misma relación que Freud (Lacan, 2004, 23).
Y así, Lacan nos presenta, primero que nada, a Freud como el primer descifrador de todo aquello que hasta su momento había quedado sin traducir, operación que pone a Freud en la misma relación de extranjería que tiene el sujeto con las traducciones de su aparato psíquico. Lo que Freud, o el sujeto al inconsciente en su batalla diaria logra traducir—descifrar— de esta condición es un golpe al narcicismo: el sujeto está respecto a su lenguaje en una relación de traductor de una lengua extranjera, lo sabe a medias, lo sabe trunco, lo padece… no lo posee más lo detenta. Lo padece en tanto queda mandado, desde el fondo del aparato psíquico, por los restos intraducibles, saldos, restos y ombligos que retornan fantasmáticamente. Queda mandado, organizado, por los productos de una traducción, un desciframiento a partir de un código, un acervo simbólico al que, según la re-traducción heideggeriana que hace Lacan, hemos sido arrojados también.
La condición humana en tanto hilvanada por el significante, producto de las traducciones exitosas, inhibidas, desviadas y censuradas descritas por Freud en la “Carta 52” se dibuja como un flujo constante de material que atraviesa el aparato psíquico en una operación de desciframiento constante e infinito, porque también está siempre obturado e impedido. El impedimento es infranqueable, se debe primero que nada a la naturaleza insuficiente del lenguaje (Das ding no cabe en die sache y en Freud, en el alemán, si está planteada esa distinción), como a las resistencias propias de la neurosis, “el rehusamiento (Versagung) de la traducción como aquello que clínicamente se llama represión” (Freud 219 ). El aparato psíquico así trabaja siempre a marchas forzadas: traduce los procesos primarios en secundarios, llevándonos de la experiencia cruda a la simbolización— una labor imposible en tanto, nos indica Braunstein, no existen dos lenguas más ajenas una de la otra:
Traducción, transferencia e interpretación son conceptos íntimamente relacionados entre sí y nos conformamos con dejar apuntada su vecindad con lo “intraducible” (…) y la imposible tarea del psicoanalista puesto a “traducir” e “interpretar” el lenguaje de los procesos primarios en términos de los procesos secundarios, las dos lenguas más incompatibles entre sí que existen, ya que una de ellas se erige en contra de la otra y manifiesta activamente su resistencia a la traducción (Traducir el psicoanálisis 19-20).
La traducción de la experiencia cruda hacia lo simbólico es el re-ordenamiento y transcripción que construye el “yo oficial” del sujeto y lo dispone hacia la conciencia, no sin sus resistencias. Verdrängung, noción traducida al español como “represión” quedará felizmente suplementada por su traducción en francés, la cual describe más que simple oposición, el proceso de destierro con el que se le impide el acceso a un extranjero llamado “refoulement”. “Represión” quizá describe sucintamente el asunto de que la palabra siempre que se queda corta frente al goce o señala la oposición llana regida por la censura. “Refoulement”, sin embargo, dará una imagen del peso completo de aquella operación que, en tanto se instala como oposición al goce cuando éste se erige en contra del vínculo social, genera un monto excesivo, que, como saldo expatriado quedará insistiendo, por una puerta de entrada a la conciencia. El saldo incluido en la imagen de refoulement, saldo que queda del otro lado de la palabra en tanto la palabra, nos dice Braunstein, es el diafragma del goce (2006, p.187), permite pensar mucho más orgánicamente el imperio de la compulsión a la repetición más allá de la “simple” noción de resistencia …Hay una oposición franca, como la del nacionalista resistiendo la extranjería, en la traducción del material insiste, empuja, se traslada (translates) hacia la conciencia provocando una dislocación, un exilio hacia los márgenes (los apéndices y las extremidades).
Este proceso complejo, polidinámico y multifacético quedará mejor descrito por Braunstein quien ofrece una proposición tajante y definitiva, al leer la “Carta 52” a la luz de Televisión y frente a la noción del goce (jouissance) como motor de la repetición. Braunstein insertará sobre el “sencillo” esquema de la línea recta (el esquema del peine) los conceptos lacanianos, y con ello, re-traduce la enseñanza entera de Freud y de Lacan (El goce 177-197).
En el esquema del aparato psíquico “intervenido” por Braunstein, la línea con dos extremos (percepción—conciencia) se presta al suplemento complejizador si insertamos como punto inicial y final del aparato la noción de goce. De modo sucinto, este esquema “re-cargado” condensaría la enseñanza de Freud y Lacan en la siguiente trayectoria: del goce Uno, al goce de Sentido:
W—————————Wz———Ubw———Vb——————————-Bew
(Jouissance)—————————————————————————————(j’ouis sens)
El recorrido entre los dos extremos del goce y la secuencia de traducciones va como sigue: “Del goce en bruto (jouissance) (W) al Ello (Wz), del Ello al Inconsciente (Ubw), del Inconsciente al Preconsciente (Vb) y del Preconsciente a la Conciencia (Bew)” (Braunstein, “El goce” 195).
En tres estados intermedios: ciframiento, desciframiento, interpretación (productora de sentido) se condensan las dos tópicas freudianas (tanto el Ello como el Icc están ahí y no son lo mismo). De modo que el esquema describiría el recorrido de los dos momentos de la enseñanza de Lacan: del goce del Uno- jouissance hasta el goce del Otro—j’ouis sens a través de las tópicas freudianas.
El grueso del aparato psíquico estaría entonces compuesto por “las marcas y fatiga de tránsito por los puntos intermedios” (Braunstein, “El goce” 183), por los traslados de material, las traducciones repetidas compulsivamente de un goce primero que insiste en su intraducibilidad en tanto perdido. Este goce primero, impronta cifrada sobre el cuerpo, es transmutado, trasladado, traducido, des-cifrado a partir de los procesos primarios —desplazamiento y condensación—sobre el lenguaje del Otro, marco en el que habita el cuerpo en busca de un Sentido, donde fingimos, La Cosa se sostiene en la palabra.
Esta traducción es siempre una operación orientada a “triunfracasar” nos dice Braunstein (Traducir el psicoanálisis 32) en tanto nos habla de este gesto esencialmente humano y descaradamente futil de tratar de asir el mundo con las palabras, en donde siempre habrá un Real que queda de fuera, aquello que a la vez es imposible pero siempre vuelve a su lugar (Traducir el psicoanálisis 111). Entre Das Ding y die sache— entre La Cosa y las cosas, hay un saldo intraducible, que insiste. El problema en la traducción de estos términos es conocido— y hace eco con el saldo que queda de toda operación traductiva— en tanto sólo en el alemán se distingue “La Cosa” (Das Ding), trascendental, muda, ambigua, relacionada a la res filosófica frente a “las cosas”, el plural de la res extensa, los objetos materiales sobre los cuales tratamos de anclar “La Cosa”.
El saldo que insiste, entre Das Ding y die sache, entre La Cosa y los objetos, entre El Bien y los bienes (equívoco que Lacan explota en “Kant con Sade”) condensa la imposibilidad de éxito traductivo entre el goce y el inconsciente. El intento de traducción de La Cosa sobre los objetos materiales en que se ancla la pulsión será insistente y repetitivo en tanto que lo que se desea nunca es aquello en lo que se puede, tangiblemente, encarnar el deseo. Habrá un saldo obligado de insatisfacción que deviene de la naturaleza lingüística y que señala lo dispar entre la lengua primaria y la secundaria, disparidad que dibuja un hoyo alrededor del cual gira la pulsión. Pero la insatisfacción así, hecho intraducible por su contra-dicción inherente, también nos mantiene pulsando.
Este saldo desterrado entre La Cosa y las cosas recuerda a un cuento de Rubem Fonseca, donde se despliegan los groseros desatinos traductivos sobre los que se ancla la vida y subrayan la aseveración reiterada de Braunstein en Memoria y espanto de que el goce no se recuerda, sino se re-inventa. Una breve sinopsis de “Orgullo” ilustra el asunto. Fonseca dibuja a su personaje, el hombre común sin nombre, quien sufre un shock anafiláctico frente a un médico que, hundido en la marea de sus preocupaciones personales, no se ha podido percatar de la situación de emergencia de su paciente. El personaje rápidamente empieza a resbalarse hacia la muerte, se le cierra la garganta, se empieza a ahogar. Este desliz es narrado por Fonseca mediante el desfiladero de recuerdos de infancia, metonimias que, nos han contado a todos, anteceden a la muerte: el huevo con el que la madre zurcía los calcetines de pequeño, la pobreza en la que vivió de chico, la humillación del rechazo social, el orgullo que motivaba a la madre para obligarlo a pintarse el dedo gordo de negro para disfrazar el hoyo del calcetín…y con esa imagen condensadora, la memoria toca fondo. En el hoyo del calcetín como significante, en su concreción avergonzada se comprime todo el orgullo, la humillación y la rabia. Súbitamente, motivado por el significante, el personaje encuentra un pretexto, un mínimo monto energético suficiente, ¡para golpear sobre la camilla!… ¡BAM! El médico, aturdido con sus propios dramas silenciosos (el paciente lo había encontrado emperifollado y con prisa para salir) se percata de la muerte que sobrecoge al personaje… en seguida, buscando el antídoto, maldice, azota cajones. La garganta de nuestro personaje totalmente cerrada, el significante al acecho, engancha de nuevo el golpe: BAM!…golpea la lámina de la camilla, BAM!… recuerda a la madre…Bam! Bam!…las mujeres con las que ha estado, BAAAAM! El médico ofuscado le desata la corbata, le empieza a desatar las agujetas para quitarle los zapatos…con lo que el personaje logra una primera bocanada de aire. Al borde de aparecer el hoyo en el calcetín, el dedo pintado, la pobreza histórica, la mirada desaprobadora de la madre cuando le quitaran los zapatos, el personaje se incorpora, accede a la conciencia, se para de la camilla y se va….
En el comprimido de la ficción (el Seminario 4 de Lacan está dedicado a cómo hacemos verdad mediante la ficción) se cifra el mundo habitable de las metáforas y metonimias, el de los objetos- significantes, objetos y/o significantes, el del desfiladero mnémico que expresa el intento de traducir La Cosa (descifrada) en las posesiones, las cifras, que confieren un Sentido…. En este compacto ficcional también está el goce perdido como nostalgia, el cual, de traducirse del todo, nos dice Freud en Mas allá del principio del placer, nos regresaría a lo inanimado como al personaje a la muerte. Se goza de la idea de la traducción perfecta, en los motivos oceánicos, sin embargo, en las fallas traductivas, en la humilde y llana traducción sobre las cosas, es donde pulsamos, donde sobre-vivimos, nos enseña Fonseca. A lo que Lacan advierte: “Les non-dupes errent!”
De modo que se habita el sentido y se goza del Sentido (“yoigosentido”) y trabajamos, en el análisis en el deslizamiento generativo entre el sentido y sin-sentido. De la secuencia de traducciones, más o menos estables, caerán restos los cuales serán el material excedente que encontrará otras vías de significación fuera de la palabra aunque siempre dirigida al Otro. El cuerpo así se articulará en nudos sintomáticos o vías sublimatorias en las cuales se retaca excedente de lo intraducido: a veces la sublimación se vuelve sintomática, a veces el síntoma, sublime: recordemos el hocico del caballo en el caso Hans, el glanz auf der Nase en el hombre de las ratas, fetiche resultante del equívoco traductivo, o el vaivén musical de la indecisión materializada en el que faire? que al trasladarse de la lengua madre al discurso se presenta como la imagen insistente de un kä-fer (escarabajo)….
La taxonomía de la operación traductiva y sus tropiezos pueden verse en dos grandes saltos que responden también al desliz de la inscripción hacia la parlanza, esto es, en tanto la lengua se encarna, se pasa de lo lingüístico a los verbal o lo que se escucha como del Goce bruto/Uno (jouissance) al Inconsciente… y… del Inconsciente al Consciente (j´ouis sens):
Del primer salto, del goce bruto (jouissance) al Inconsciente: “…el inconsciente freudiano, que opera por condensación y desplazamiento, es el proceso por el cual el goce, cifrado, es descrifrado y trasladado al vinculo social, a la palabra articulada y dirigida a alguien, presta a cargarse de sentido en quien la escucha. Presta al malentendido. El goce es así trasplantado, exiliado del cuerpo al lenguaje” (Braunstein, “El goce” 177).
Se pasa entonces de un goce primigenio y arcaico, del Das Ding, al inconsciente, el cual, nos dice Braunstein, ya es discurso pero uno que no obedece ni a la sintaxis ni a la lógica, sino que es la lógica a través del cual se cuela el goce, ese “ goce antieconómico a contrapelo del principio de placer” (El goce 181), estructurado como un lenguaje que aún no se ha “travestido” de sentido.
El inconsciente como primer desciframiento, es un lenguaje todavía dis-locado para el Otro que posee una lógica, aunque esta le sea propia y singular, consistente con lalangue, la lengua particular, el significante privado del hoyo del calcetín, síntoma del matrimonio forzado del goce primero con el discurso del Otro. El sujeto, en tanto habla, estará pues siempre a horcajadas, dividido entre el reino del Otro (este registro simbólico, superpuesto, que se presenta como el repertorio (im)posible de la traducción) y las versiones, diversiones y perversiones singulares de traducción que forman el pastiche del “yo”.
Del segundo salto, del inconsciente a la conciencia, o, del lapsus hasta el goce de Sentido (j’ouis sens)—tanto la queja como el síntoma, apuntan al Otro encarnado en el analista a quien se le supone puede dar consistencia o Sentido, a las malas traducciones del goce. Así, el síntoma como consecuencia de la traducción trunca insiste para suscribirse al Sentido. Freud escribe a Fliess en su “Carta 52”: “Atribuyo las peculiaridades de las psiconeurosis al hecho de que no se haya producido una traducción adecuada para ciertos materiales, lo cual comporta ciertas consecuencias.”
De estas traducciones del material inconsciente hacia la conciencia se empezará a “gozar [el énfasis es mío] de un travestismo” (Braunstein, “El goce” 181-187). Se “goza” de un travestismo, en tanto la traducción como un “filtrado por las mallas del lenguaje” (Braunstein, “El goce” 184) pactará con los caudales especulares del sentido con los cuales pretendemos hay un Sentido último (significado). Es entonces cuando la traducción:
…conduce al sentido, un sentido que podemos considerar equivalente al sistema freudiano de la percepción-conciencia y que se vincula a la coherencia que impera en “nuestro yo oficial”. Del yo da testimonio no el proceso primario sino el proceso secundario, más concretamente en el caso del sueño, la elaboración secundaria, operación de maquillaje de la verdad que tiende a proteger el dormir y a amortiguar el impacto de lo real sobre el yo de la vigilia que se apega a la realidad, a esa realidad que está hecha precisamente de sentido, en el anudamiento de lo simbólico, y lo imaginario, con exclusión de lo real [el énfasis es mío].” (Braunstein, “El goce” 187).
Se trata entonces de la imposibilidad de la traducción del goce que, en tanto imposible, “goza” de travestirse de sentido, en una “operación de maquillaje de la verdad” que protegerá la existencia en términos del principio del placer. Pero habrá un Más allá…denunciado por la repetición, la insistencia del goce no traducido que acusa la dimensión imposible de la traducción, imposibilidad que hallamos en la misma de la noción de jouissance como noción central en la teoría lacaniana en tanto aquel elemento que opera siempre en contra del sentido. Esto es, a los dos extremos del esquema del peine tenemos dos ombligos, nociones intraducibles que exigen ser arrastradas de lo lingüístico a lo verbal, mediante el equívoco, para más o menos poderse perfilar. El juego con el equívoco no es gratuito sino necesario para expresar el problema de traductibilidad de una jouissance a un j’ouis sens, “vocablo intraducible de “lalengua” lacaniana para el que pudieran arriesgarse neologismos tales como gosentido, yoigozo, yoigosentido” (Braunstein “El goce” 181).
Esto es, en el re-torno a Freud se explota el equívoco que, erigiéndose en contra del reduccionismo conceptual, apunta a la obra lacaniana como una meditación sobre los problemas traductivos internos al discurso analítico develando que en el problema de inaugurar una lengua está el inventar los términos. El juego jouissance– j’ouis sens es uno de los modos con los que, mediante a invención o el uso del equívoco se apunta esa intraducibilidad interna de la experiencia analítica que puede describirse únicamente de modo tangencial, en el mal-decir y el mal-oir, y que, consistente con el descubrimiento freudiano, tendrá que ver con la apertura del inconsciente mediante el desliz— del Unbewusst al Une-bévue.
“Planteamos pues la siguiente regla— ningún elemento significante, objeto, relación, acto sintomático, por ejemplo, en la neurosis, puede considerarse dotado de un carácter unívoco” (Lacan, “La relación de objeto” 289). Con lo cual Lacan explora el significante con su valor de “puente” a propósito de la fobia de Hans en el seminario de La relación de objeto. El significante es un puente al inconsciente en tanto es un puente entre un goce Uno y un goce de Sentido. El significante, el de la fobia en este caso, el caballo y luego su hocico negro, nunca es, y en eso se distingue el psicoanálisis frente a sus traducciones terapéuticas, el sentido “en sí”:
El significante es un puente en un dominio de significaciones. En consecuencia, no reproduce las situaciones, sino que las transforma, las recrea. He aquí de que se trata, y por eso siempre debemos centrar nuestra pregunta en el significante. Tratándose de Juanito, debemos prestar atención al circuito significante que efectúa, de que parte y para llegar a qué. Así, en cada una de las etapas recorridas durante los cinco primeros meses del año 1908, le vemos interesarse sucesivamente en lo que se carga y se descarga, o lo que empieza a moverse de una forma más o menos brusca y es capaz de separarse prematuramente del andén de salida. Aquí hay elementos significantes vinculados, diversamente fantasmáticos, que giran alrededor del tema del movimiento, o más exactamente de lo que en el movimiento es modificación, aceleración y, por llamarlo por su nombre, meneo. Este elemento es esencial en la estructuración de los primeros fantasmas, y poco a poco hace surgir otros elementos, entre los cuales no podemos dejar de prestar una atención muy especial a las dos bragas de la madre, una amarilla y otra negra. (Lacan, “La relación de objeto” 298 ).
De modo que el caballo, o la fobia no significa nada, no es instrumento de comunicación, sino que está en juego con todo aquello con lo que se articula sintagmáticamente. Es únicamente un punto de partida— y esto será la virtud de la traducción freudo-lacaniana: no hay Sentido (significación), hay sentido (dirección, rumbo) circulante. Como en el “Seminario de la carta robada”, el recorrido significante articulará una estructura, una lógica, una coherencia sistemática dada por los juegos del señuelo de la significación. Dentro de la red significante armada por la parlanza singular, lalangue del parlêtre (dos intraducibles más), serán los recorridos los que tejen un texto que soporta aquello que insiste por simbolizarse. En el caso de Hans, las mutaciones del significante fóbico describen una estructura problemática dada por la presencia de “las bragas de la madre” frente a la no-intervención del padre, ante lo cual aparece la angustia del niño en su posible reencuentro con La Cosa. La fobia es entonces la traslación (translation) de un desfiladero ontológico volcando en el equino, como metáfora, como puente, como hilo que inerva el tejido. Encarnado en el caballo, el material inasible se sedimenta en el hocico negro tan cercano al hoyo negro del Das Ding. La insistencia fóbica cristalizada y materializada en el caballo, en el carruaje o en el “hace-pipi” … ponen al significante a circular en un espiral que intenta anclar en lo anecdótico, lo ontológico.
Vamos a terminar diciendo que, en el desarrollo típico de un sistema significante sintomático, siempre debe considerarse al mismo tiempo su coherencia sistemática a cada momento y su modalidad propia de desarrollo en la diacronía. El desarrollo en el neurótico de un sistema mítico cualquiera —lo que en otra ocasión llamé el mito individual del neurótico— se presenta como la salida, el despegue progresivo de una serie de mediaciones vinculadas por un encadenamiento significante cuyo carácter es fundamentalmente circular. El punto de llegada tiene una relación profunda con el punto de partida, aún sin ser exactamente el mismo. El obstáculo, cualquiera que sea, siempre presente al principio, se encuentra de nuevo bajo una forma invertida en el punto de llegada, donde es considerado como la solución, con sólo cambiarle el signo. El obstáculo del que se partió vuelve a encontrarse siempre de nuevo, bajo una forma cualquiera, al final del desplazamiento operatorio del sistema significante (Lacan, “La relación de objeto” 300).
De nuevo, como en el “Seminario de la carta robada”, lo que articula es la detención de la carta no su contenido, esto es, lo que se detenta como significante frente a otro significante. En el caso de Hans, se detenta un síntoma que lo representa ante el drama familiar: el significante de la fobia se hace circular como quien empuja a un re-ordenamiento, como quien dibuja la estructura de un problema. Algo de lo real insiste, y como intraducible, repite compulsivamente el intento de cinchar con el caballo fóbico en ese “conjunto de significantes que intervienen para estructurar lo real introduciendo en él nuevas relaciones combinadas” (Lacan, “La relación de objeto” 297 ). Como el Witz (el chiste ingenioso), el significante sintomático se muestra como imposible de traducir a otra lengua (la del sentido lógico) más que la propia (lalengua), la única porción que se traduce es “la posibilidad de poner en juego el profundo sinsentido de todo uso del sentido” (Lacan, “La relación de objeto” 294). De modo que, en tanto el significante nunca es plenamente traducible, como el lapsus o el chiste funcionaran paradigmáticamente núcleos intraducibles, nunca unívocos, habrá que hacer “como si” accediésemos al Sentido sin suscribirnos del todo a él. El significante estará en souffrance en tanto que nunca vehiculiza el “todo” y siempre está de camino a su destino en su apelación al Otro:
Mas el Otro no puede garantizar la plenitud de sentido porque hay un ineludible punto de tropiezo, un tope puesto al sentido, y ese no es sino la ausencia de sentido por la inexistencia de la relación sexual. En el lenguaje pueden reconocerse dos vertientes: la del sentido y la del signo. Lacan nos advierte que uno podría creer que la del sentido es la vía propia del análisis, el de Freud, y que esta vía nos entregaría chorros de sentido, siempre sexual; pero no es así, porque el sentido se reduce a la ausencia de sentido de la relación sexual (Lacan citado en Braunstein, “Traducir el psicoanálisis” 77).
En estos ombligos de intraducibilidad, para Braunstein, estará el punto de comunión entre la traducción del psicoanálisis y las traducciones que emanan de la clínica. En los ombligos, tanto psíquicos como textuales, en las traducciones difíciles que solo la hacen de semblantes de comunicación, que nunca encuentran identidad, y nos amenazan con el error de “haber entendido”, se encontrará algo de lo esencial, algo de la castración. Los Knäbels serán la vía regia a lo real del texto, apuntan al goce Uno, pero habrá que desuscribirlos al goce de Sentido último mientras coqueteamos un poco con este. Esto es, solo errando, metiendo la pata, se inscribe la castración: Les noms du père, se escucha también como “Les non-dupes errent”. Habrá algo del sentido con el que se juega con toda traducción y algo de la perdida que se inscribe en tanto toda traducción estará siempre sujeta a su repetición, la revisión y a la enmienda.
Lo que se pone en juego en la traducción entonces, tanto la del analista como la del aparato psíquico del sujeto, es la castración, con la que se despliega el “el profundo sinsentido del todo uso de sentido”, o, el juego en el que pierde, gana. El traductor así, analista o traductor de textos, tendrá que interpolar notas al pie y paréntesis y elipsis y hacer uso de la ficción para tratar de asegurar (pin down) el sentido que se desliza. El ombligo del inconsciente tirano (Umbewusst) se encontrará a condición del desliz (Une-bévue). El error, en psicoanálisis, es uno abierto al acierto, Lacan dice: “El sentido del sentido en mi práctica se capta (Begriff) por el hecho de que se fuga (…) Es por el hecho de que se fuga (…) por lo que un discurso toma su sentido (…) Hemos dicho lo que vale la vara del sentido. Desembocar ahí no le impide hacer agujero” (Lacan, 2021, 579).
El agujero es el goce Uno, alrededor del que gravita el significante:
Re-citanto: El inconsciente está estructurado como un lenguaje, pero es en el análisis (*interpolo añadiendo: o con el síntoma como significante o el significante como síntoma) donde se ordena como discurso. Y al ordenarse como discurso, palabra dirigida al otro, se carga de un sentido insólito, se revela como saber subyacente al sujeto, se muestra como portador del goce que atraviesa el ahora permeable diafragma de la palabra para articularlo, traducirlo, pasarlo a la contabilidad. Para ello es menester desarmar la coherencia discursiva, atentar contra la gramática, jugar con el equívoco lógico y homofónico, atravesar la aduana del sentido y descolocar al Humpty Dumpty que la controla, el llamado por Freud, ya en 1896, en esta misma carta 52, “nuestro Yo oficial (Braunstein, “El goce” 196).
“No hay metalenguaje” con lo que tendríamos que pensar que todo producto de las traducciones es la semblanza de un sentido, así como el vínculo social es una semblanza de la traducción-transcripción del goce. En línea con el discurso del analista, nos desuscribiríamos al Sentido último sabiendo que no hay relación sexual, el goce uno no se re-encuentra sino que se re-inventa, como descubre Braunstein en Memoria y espanto. Nos hemos de desuscribir ahí donde ni la religión, ni la ciencia ni la tecnología capitalista se desuscriben al Sentido y entronan al otro (imaginario) en el lugar del Otro (simbólico). Solo el psicoanálisis tiene un lugar privilegiado para la falta, para sostener que no hay Otro del Otro y aun así sostener un discurso, una traducción, en la cual se incluirá—dando lugar a la falta— lo real como excluido. Incluir la exclusión de lo real en el lenguaje, será pues, con lo que se puede llegar a términos.
Habitar el lenguaje es habitar fuera del Paraíso, nos dice Braunstein, es “Ese goce sin el cual sería vano el universo pero que no se alcanza sino que se evoca, se circunscribe, se deslinda, se convoca, se mantiene a prudencial distancia por medio de metáforas que atrapan al sentido y de metonimias que lo postergan” (El goce 179).
Obras citadas:
Braunstein, Néstor. El goce: un concepto lacaniano. Siglo XXI editores, 2006.
—. Traducir el psicoanálisis: interpretación, sentido y transferencia. Paradiso editores, 2012.
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Nota al final:
[1] La traducción es mía
Biografía:
Jimena Martí Haik es psicoanalista. Sostiene una practica clínica dual tanto en San Francisco, California como en la Ciudad de Mexico, su ciudad natal. Tiene estudios universitarios en literatura latinoamericana y critica literaria así como estudios de postgrado en teoría psicoanalítica y teoría critica. Su formación analítica es de corte lacaniano.
Fecha de publicación:
6 de febrero, 2023