Traducción en psicoanálisis; el enigma de la interpretación

Resumen

La traducción de cualquier texto implica una interpretación por parte del traductor. En la práctica psicoanalítica suele considerarse que el analista sería el traductor ─el intérprete─ de los contenidos inconscientes del sujeto. Según este punto de vista, el analista traduciría dichos contenidos al lenguaje preconsciente, dominio donde rige la palabra, y utilizaría para ello los recursos teóricos y técnicos, así como el conocimiento de los mecanismos inconscientes alcanzado en su propio análisis. En el presente artículo intento señalar los aspectos erróneos de esta forma de entender el funcionamiento del dispositivo lanalítico. Es cierto que el psicoanálisis apunta, como Freud indicó, a hacer consciente lo inconsciente; el problema es que no existe un texto de las representaciones de cosa inconscientes. ¿Cómo traducir, entonces, un texto inexistente? El analista dispone de los medios citados más arriba para trabajar, como hizo Champollion con la piedra de Rosetta, el texto conocido del discurso del sujeto analizante. El analista pone esos medios al servicio del paciente, escucha las traducciones que éste ensaya, intuye o adivina. El analista abre nuevas preguntas y ayuda con sus intervenciones a gravitar en torno al texto original, sin alcanzarlo más que asintóticamente. Pues ese texto original −el inconsciente─, nunca escrito y, por tanto, nunca hablado; ese texto mutante, escurridizo e intemporal, es un texto intraducible. Es un original inexistente.

Si le désir n’ose pas dire son nom, c’est que ce nom,                                                                                      le sujet ne l’a pas encore fait surgir.                                                                                                              (Lacan, “Le moi dans la théorie de Freud” 267)

Si el deseo no osa decir su nombre, es que,                                                                                                  ese nombre el sujeto todavía no lo ha hecho surgir.

 

Introducción

Hace unos años, un amigo me recomendó la novela Her body knows del escritor israelí David Grossman. Entré en Internet para comprar el libro y, aprovechando que la web ofrecía las novelas de Grossman en los distintos idiomas a que había sido traducido, me pregunté qué título le habrían puesto a la novela en español. No parecía sencillo traducir ese pronombre de la frase inglesa que implica un sujeto femenino ─her─, ya que, en nuestra lengua, el pronombre”correspondiente ─su─ no discrimina géneros.

Movido por la curiosidad, repasé los títulos de Grossman traducidos al castellano, prácticamente todos los del autor. Ninguno de ellos coincidía ni se aproximaba al título del libro que acababa de comprar. Una rápida lectura de las primeras líneas de las ediciones en español me permitió detectar el título español de la novela: Delirio. Me sorprendí.  No tenía nada que ver con Her body knows. Tal vez, pensé, a causa de la dificultad de traducir el título principal, los editores españoles eligieron poner en portada el título de una de las dos partes, o novelas cortas, en que el texto se divide; en inglés: Frenzy. A mi modo de ver, la palabra española “frenesí” casaría mejor que “delirio” con la palabra inglesa “frenzy”. Pero lo que me interesaba era leer la novela, así que olvidé el laberinto de posibles traducciones, y comencé a leer.

Olvidé también mis dudas sobre la traducción del libro de Grossman.

Hasta que fui invitado a escribir este artículo.

Entonces se me ocurrió que la anécdota de años atrás, nada importante en apariencia, podría ser la puerta de entrada al tema de la traducción en psicoanálisis. A menudo, los pequeños problemas de la traducción se infiltran en el día a día de los psicoanalistas, sea en la lectura de textos psicoanalíticos traducidos, sea, caso de trabajar con pacientes bilingües, en los deslizamientos homofónicos o de sentido entre una lengua y otra. Barcelona es una ciudad bilingüe. Alterna con naturalidad catalán y castellano, idiomas nativos para la casi totalidad de barceloneses. Es además una ciudad cosmopolita, con decenas de miles de residentes procedentes de otros países, lo que representa un desafío para psicoanalistas que dominan más de un idioma. ¿Quién diría que la palabra inglesa predicament (apuro, atolladero, aprieto) encierra una significación tan distinta de la española predicamento (prestigio o estima)? Un psicoanalista debe estar atento a los matices de la traducción.

Como intenté estarlo al utilizar la novela de Grossman para redactar estas líneas introductorias. Comprobé que en 2016 la Editorial Lumen publicó el mismo texto, traducción de Ana María Bejarano, con el título Lo que el cuerpo sabe. Con idéntico título lo publicó también, en 2019, la editorial DeBols!llo.

Fue entonces cuando volvió mi curiosidad. Esta segunda traducción pierde la notación de que quien sabe con su cuerpo (no con el cuerpo) es una mujer. Me dije que la novela de Grossman no fue escrita en inglés. Su autor es israelí y, pensé, debió escribir en yiddish. Comprobé que el título original es Ba-guf ani Mevinah y pregunté a mi amigo el Dr. Néstor Braunstein, fuente de erudición, si sabía de alguien que, conociendo la razón que generaba mis dudas, pudiera ayudarme en la interpretación de estas palabras.

A los pocos días, el D\r. Braunstein me hizo llegar un mail del Dr. Daniel Koren, residente en Paris. En él, corregía mi error; el libro de Grossmann no fue escrito en yiddish, si no en hebreo. Agregaba que Ba-guf podría ser traducido “en el cuerpo o con el cuerpo”, en tanto que ani Mevinah significaría “yo entiendo o yo comprendo” confirmando que (cito el mail en cursiva) quien enuncia la frase es una mujer (mevinah): conjugación femenina, si fuera masculina sería « mevin ».

Como interesante añadido, el Dr. Koren comentaba que:

En francés la tradujeron como « J’écoute avec mon corps », que es discutible porque el verbo lehavin es claramente entender, comprender. De él derivan tvuna, comprensión, vina, entendimiento, etc. 

De todos modos el “Her body knows” de la traducción al inglés respeta el femenino hebreo, pero opta por knows en vez del écouter francés. Hasta aquí la explicación hebrea literal. Después podemos discutir sobre cual traducción sería la más acertada (sabiendo que ninguna lo es realmente). (Koren, Comunicación por Email 2022).

Que ninguna lo es realmente. Las sabias palabras del Dr. Koren, a quien expresé en su momento ─y reitero aquí─ mi agradecimiento, tanto por su correo como por permitirme publicar una parte del mismo, apuntan a una verdad inquietante: las cosas que parecen complicadas se pueden complicar todavía más.

 

Problemas de la traducción en los grupos de estudio.

He tenido ocasión de comprobarlo en los grupos de estudio que coordino en torno a la obra de un psicoanalista de lenguaje complicado: Jacques Lacan. Sus publicaciones, sean Escritos o Seminarios transcritos, nos han sumido, con mayor frecuencia de la deseable, en enigmas de traducción ante las cuales la curiosidad sobre la traducción del título de la novela de Grossman es un juego de niños.

Dejaré aparte aquí la cuestión de la transcripción, otro importante problema cuando se pasa del lenguaje hablado al escrito, especialmente en los seminarios que Lacan impartía ante centenares de asistentes en épocas en que los dispositivos de grabación eran rudimentarios. Según Elisabeth Roudinesco (531-549), las transcripciones oficiales de los seminarios fueron llevadas a imprenta sin notas, sin índices, sin bibliografía, sin correcciones de los errores o lapsus cometidos por Lacan, confundiendo, por ejemplo, en alguna de sus citas, Musset o Hugo, con Balzac o La Rochefoucault. La autora francesa escribe: ”El texto establecido [por Jacques-Alain Miller] traducía el contenido de una doctrina que, permaneciendo lacaniana, portaba cada vez más la huella de la lectura milleriana” (Roudinesco 534) (La cursiva es mía).

La cita de Roudinesco confirma que, en efecto, establecer, no deja de ser una manera de traducir, y me sirve para introducir la cuestión que me propongo plantear en el presente artículo: que la traducción es una forma de interpretación, comparable a la del psicoanalista en su consulta. El analista, podría pensarse, oficia de traductor entre las representaciones inconscientes y las conscientes. Podría pensarse, pero no es eso en absoluto lo que quiero decir. Más bien lo pienso en sentido contrario: si los contenidos manifiestos (por ejemplo, en los sueños) y las representaciones latentes del inconsciente pueden considerarse dos idiomas distintos ─el propio Freud establece esta similitud como veremos más adelante─, la función del analista se puede comparar, sí, a la del traductor, pero por serle, en cierto modo, opuesta. Volveremos sobre este punto.

Antes, me interesa aclarar que el interés del tema que Roudinesco aborda, el problema de las transcripciones, no me ocupará aquí. Lo considero circunscrito a factores hereditarios, jurídicos y económicos, antes que a los psicoanalíticos. Más arriba he expresado la intención de dejar esa cuestión de lado, como lo haré también con los motivos por los que los psicoanalistas interesados en Lacan nos vemos obligados a trabajar con una diversidad de traducciones, la establecida oficialmente y las estenografiadas por otras instituciones no adscritas a la corriente milleriana, sin garantías de que unas serían preferibles a las otras. Queda, no obstante, apuntada la dificultad.

Lo que por el momento me interesa es dar cuenta de los problemas de traducción con que nos enfrentamos los psicoanalistas, en la esperanza de que las reflexiones sobre estos problemas sean útiles para profundizar después en el ombligo del enigma de la posición del analista con respecto al binomio traducción/interpretación.

En este sentido, la novela de Grossman me llevó a evocar el grupo de estudio citado más arriba, durante el cual, mis colegas y yo, interesados en Lacan, y provistos tanto del texto francés, ya establecido, como del texto español, ya traducido, atravesamos una larga serie de situaciones entre inquietantes y divertidas. Perplejidad, sería la palabra que mejor se ajustaría al sentimiento de los participantes en el grupo.

Ilustraré esta sensación eligiendo un par de ejemplos.

El primero que he seleccionado se produjo mientras trabajábamos el Seminario XVII. En la sexta reunión, capítulo VI del libro, bajo el título de El amo castrado ─curioso título, establecido por Jacques Alain Miller, ya que Lacan no titulaba sus seminarios. La frase corresponde a la reunión del dieciocho de febrero de 1970─, Lacan alude a un saber que Freud define como no habiendo sido nunca reprimido, puesto que ya lo estaba desde el principio por efecto de la represión primaria (Urverdrängung, de donde se deriva Urverdrängt). El psicoanalista francés relaciona la “producción” de ese saber sin cabeza, con el saber del mito, un saber políticamente estructurante, puesto que nadie lo sabe. Algo parecido ocurre en el dispositivo analítico, donde se produce un saber nuevo, el saber inconsciente. Veamos el texto en francés de un párrafo del seminario:

Tout ce qui se produit par le travail ─je l’entend au sens propre, plein du mot produire─ tout ce qui se produit concernant la vérité du maitre, à savoir ce qu’il cache comme sujet, va rejoindre ce savoir en tant qu’il est clivé, urverdrängt, en tant qu’il est et que personne n’y comprend rien. (Lacan, “Livre XVII, L’envers de la psychanalyse” 102)

Siguiendo su costumbre, Lacan prefiere mantener la palabra alemana, en este caso urverdrängt, al tiempo que la equipara a un término francés: clivé; en español: escindido, dividido, separado, exfoliado.

La traducción del fragmento en versión oficial es la siguiente:

Todo lo que se produce mediante el trabajo ─lo entiendo en el sentido propio, pleno, del término producir─ todo lo que se produce y que concierne a la verdad del amo, a saber, lo que lleva escondido como sujeto, se reúne con ese saber, en tanto está separado, o urverdrängt, en la medida que está ahí y nadie entiende nada de eso (Lacan, “Libro 17” 94)

La última parte de la cita es la que me interesa. Permítaseme plantear otra posible traducción:

…todo lo que se produce concerniendo a la verdad del amo, a saber, lo que esconde como sujeto, se reúne con ese saber en tanto está escindido, urverdrängt, en tanto que es y nadie entiende nada de él.

He subrayado las diferencias entre las dos traducciones al español. Además, he señalado en bold las que me parecen importantes, y que abrieron un interesante debate en el grupo de estudio.

En primer lugar, la expresión “en tanto”. Es la que utilizan los traductores de Paidós para el primer “en tant” de Lacan. Sin embargo, para el segundo, pocas palabras más allá, utilizan otra expresión y la traducen como: “en la medida en que”. ¿Lo hacen a causa de que consideran más elegante evitar la repetición de una misma palabra? Puede ser. En cualquier caso, la edición francesa no tuvo ningún problema en mantener los dos en tant. A mi modo de ver, “en la medida en que” ofrece un sentido ligeramente distinto a “en tanto”; acaso más gradual, más posibilista, menos contundente.

En segundo lugar; el verbo Être en francés, al igual que To be en inglés, se desdobla en dos posibilidades para la lengua española: ser o estar. La primera apunta a la esencia, a la permanencia. La segunda al momento o la modalidad. No es lo mismo decir “en tanto que es” que decir “en la medida que está ahí”. Por cierto, la palabra “ahí” (“là”) no aparece por ninguna parte en la versión francesa. Lacan no dice “Qu’il est là”. Dice “Qu’il est”. ¿Debemos entonces traducir el verbo “être” como “estar” o como “ser”? ¿Debemos entender que el saber sin cabeza al que alude Lacan “está” o “es”?

Por último; ¿Qué es lo que no se entiende? La frase “…personne n’y comprend rien” apunta a que nadie entiende nada de algo; algo representado por esa “y”, que, en francés, es fundamentalmente un pronombre de lugar. ¿Hacia qué lugar apunta ese “n’y comprend rien”? ¿Qué es lo que no se entiende? ¿No se entiende nada de “eso”, o, no se entiende nada de “él”, del saber inconsciente?

Dios me libre de afirmar que alguna de las traducciones consideradas es mejor o peor que las otras posibles, especialmente en un pasaje y sobre un psicoanalista de cuya obra puede decirse, parafraseando lo que él mismo afirma cuando habla del mito: que nadie entiende nada.

Sin embargo, dos efectos pueden garantizarse en toda traducción: por una parte, algo se pierde en ella ─lost in translation─, pero, por otra, algo se gana en la interpretación que siempre lleva unida ─found in translation─.

 

La traducción como interpretación

Quedémonos con este postulado: el traductor nos brinda una interpretación. Con la elección de determinadas palabras, y no de otras, él Interpreta el texto, como un clavecinista interpreta un concierto de Bach. Las notas de la pieza deben ser las mismas, pero dos intérpretes distintos les darán un sentido diferente, por la rapidez de ejecución, por el predominio de la melodía o de los mecanismos estructurales, o, incluso, por el añadido de algún trino inexistente en la partitura original.

Del genio del intérprete, o de su capacidad para adentrarse en la mente del compositor, dependerá el resultado del concierto. Tomo “concierto” en el doble sentido de la palabra: como espectáculo musical, y como acuerdo, armonía o avenencia.

Veamos un segundo, y último, ejemplo que nos acerca a mi intención en este artículo.

En el Seminario XXIII, Le Sinthome, Lacan introdujo sus desarrollos de la época, 1975-1976, ya cercana a su muerte. Con el paso de los años, su discurso se había alambicado todavía más, si esto era posible. En sus últimos seminarios jugó con el lenguaje, como si estuviera en posición de analizante, cosa que él mismo sugirió en algunos momentos, y creó neologismos de continuo, para exasperación, cabe pensar, de sus traductores. Por ejemplo, aunque no me voy a detener en esto, un determinado pasaje de la transcripción escinde su famosa expresión ex-sister, utilizando la segunda parte de la misma como sister, la palabra inglesa correspondiente a soeur en francés o hermana en español. La traductora sale airosa del zarzal mediante el invento del inexistente verbo castellano Sister ; en gerundio: Sistiendo.

Unas líneas más abajo, encontramos la frase que me interesa comentar, una conocida expresión de la teoría lacaniana de los tres registros. Él está trabajando en ese momento la articulación de Real, Imaginario y Simbólico por medio del nudo borromeo; una de las aplicaciones de la topología al psicoanálisis.

En el mencionado seminario, dice (versión francesa): «…le Réel n’a d’ex-sistence ─et c’est bien étonnant que je le formule ainsi─ n’a d’ex-sistence qu’à rencontrer, du Simbolyque et de l’imaginaire, l’ârret». (Lacan, “Le Sinthome” 61)

La traducción, en la versión española es la siguiente: “…lo real solo tiene ex-sistencia si encuentra el freno de lo simbólico y de lo imaginario” (Lacan, “Libro 23, el sinthome” 50). Pese a omitir que la formulación de Lacan sea étonnant, sorprendente, esta es una traducción escueta y correctísima, de la que, en el grupo de estudio, llamó la atención la palabra “freno”. ¿Cómo actúa ese freno? ─preguntó uno de los asistentes─, ¿aminora el efecto de los otros registros? ¿disminuye su capacidad de articulación?

El vocablo “ârret” se puede traducir al español como “parada” (la del bus, por ejemplo, o el tren), “detención” (sea por un arresto ─término en español etimológicamente hermano al del francés─ o por estar en paro o descanso). La palabra “ârret” admite también el sentido de “tope”, un obstáculo que te obliga a parar.

Pero, ¿”freno”?

La voz francesa correspondiente a “freno” es “frein”, tanto cuando se aplica al mecanismo de un vehículo, como en sentido figurado, por ejemplo, las medidas que los estados pueden tomar para frenar la inflación. No tenemos motivos para dudar de que, si Lacan hubiera querido decir freno, hubiera utilizado la palabra “frein”.

¿Cuál es la importancia de que la traductora escriba “freno” en lugar de, por ejemplo, “tope”?

En mi opinión, la traductora, con la elección del término “freno”, le da cierto sentido a la expresión; la relativiza. En su interpretación, al incluir la palabra “freno”, se difumina, a mi modo de ver, la característica de lo real de ser imposible. Imposible, según dice Lacan, esto es: fuera de la ex-sistencia en su anudamiento con lo imaginario y lo simbólico. Esa imposibilidad, que el texto en francés destaca, queda frenada por la elección de la palabra “freno”.

 

De los detalles insignificantes (¿in-significantes?) y otras oscuridades

O tal vez lo verdaderamente imposible es el acto en sí de traducir. No solamente cuando nos enfrentamos a un texto críptico como el lacaniano, rico en oscuridades hasta el extremo de que algunos detractores del analista francés no quieren saber nada de su obra. No están dispuestos, afirman, al esfuerzo de leer en lacanés, según ellos, un idioma inventado para complicar, más que para comprender, los conceptos psicoanalíticos.

No son las oscuridades de Lacan las que hacen que toda traducción sea imposible. Tampoco son las únicas que nos ha dejado el pensamiento del ser humano a lo largo de los siglos.

El escritor y filósofo francés Maurice Blanchot escribe en su libro La conversación infinita:

…no formalmente… sino con el firme propósito de hacer que se respondan, dentro de la escritura, la severidad y la densidad, y la sencillez y la compostura compleja de la estructura de las formas, y, a partir de ahí, hacer que se respondan la oscuridad del lenguaje y la claridad de las cosas, el dominio del doble sentido de la palabra y el secreto de la dispersión de las apariencias, es decir, quizá, el dis-curso y el discurso. (108)

Blanchot no se refiere en este párrafo a la oscuridad de Lacan, sino a la de alguien que escribió milenios antes: Heráclito, premeditadamente oscuro.

Lacan fue premeditadamente críptico, así lo reconoció él mismo. Quería dar cuenta, en su discurso o sus escritos, de ciertas imposibilidades, de la articulación heideggeriana entre noche y relámpago, luz y sombra. (“La oscuridad del lenguaje y la claridad de las cosas” de Blanchot). Era inviable hacerlo con palabras sencillas y lenguaje coloquial. Sus traductores debieron enfrentarse a las imposibilidades que Lacan mismo postulaba.

Pero la imposibilidad de la traducción no es privativa de las obras complejas; también cuando intentamos traducir otros textos, supuestamente más sencillos, tanto los psicoanalíticos como los literarios, nos enfrentamos a la misma dificultad. Lo hemos visto en los primeros párrafos del presente artículo al referirnos a la novela de Grossman.

Toda traducción implica una interpretación.

Podría pensarse que, si nos dejamos llevar por esta manera de ver las cosas, sería preferible dejar de traducir o, a lo sumo, presentar el texto en versión original junto a una traducción literal con profusión de notas al pie dando cuenta de las dificultades con que se ha encontrado el traductor. Suele hacerse al traducir a los clásicos o en el caso de la poesía. En poesía, si la dimensión cuantitativa puede aplicarse a la imposibilidad, aún es más imposible traducir. Sin embargo, pese a dar por sentado que la rima va a perderse, que el ritmo del poeta es intraducible y que algunas de las figuras literarias que utiliza son propias únicamente del idioma en que se expresa, seguimos interesados en conocer qué escribió, por ejemplo, Kavafis. Y muchos de nosotros no tenemos el tiempo o la paciencia para aprender griego.

Nos enfrentamos así al sinsabor de Babel, la desesperación por no poder traducir a un mismo idioma los miles de lenguajes diferentes. Paradigma de esta desesperación es la edición del Codex Seraphinianus, diseñado por Luigi Serafini, y publicado, entre otros, por Franco Maria Ricci en 1993 y 2008. La peculiaridad de este libro es que está escrito, si se puede utilizar aquí esta palabra, en un alfabeto inexistente, un código imposible y, por tanto, intraducible. Trazos con apariencia de letras en una lengua muerta, ni cuneiforme, ni olmeca, ni arábica. Una lengua inventada, un enigma que nos enfrenta a la mencionada desesperación.

Esta desesperación es contraria a la esperanza; la esperanza, por ejemplo, de un niño, pongamos de dos años, que abre un libro y, aunque ignore todavía la magia de leer, sabe que esos garabatos impresos significan algo.

Similar esperanza albergamos cuando leemos una traducción. O pudo albergar Freud cuando, en su deseo de leer a Cervantes, se hizo él mismo traductor y aprendió el español. Tal vez con ese acto de su voluntad, nos mostraba sin saberlo que, del mismo modo en que para hablar bien un idioma es necesario pensar en ese idioma en lugar de pensar en el propio y traducirlo mentalmente, el arte del buen traductor consiste en pensar como pensaba el autor que escribió el texto original. Meta imposible. Freud disfrutó en su juventud del placer del diálogo entre Cipión y Berganza, pero no llegó a intuir lo que había más allá del placer hasta mucho más tarde. Imposible.

Pese a lo cual, las buenas traducciones existen. En castellano contamos con dos excelentes versiones de los textos en lengua alemana de Freud, además de la traducción de las notas en inglés de James Strachey, traductor él mismo de Freud a lengua inglesa. El propio Strachey señala, en sus comentarios a la obra freudiana, las dificultades de desentrañar el sentido de algunos neologismos y de traducir palabras o agrupaciones de palabras del alemán (Obras Completas Vol I xviii-xxii).[1] El problema de la traducción en psicoanálisis no aparece, pues, con Lacan. Se remonta a los tiempos en que vivió el padre de la teoría psicoanalítica.

Contamos con el privilegio de disponer en nuestra lengua de dos traducciones de las obras completas de Freud, una de ellas, la de López-Ballesterosrefrendada por el autor del texto original con una carta elogiosa en extremo. La otra, debida a Etcheverry, es destacable por la practicidad de su manejo, en tanto pone en relación los diferentes artículos o libros donde Freud toca el mismo tema, y ha tenido gran aceptación desde su aparición en los setenta.

Podría pensarse entonces que ese afán de delimitar hasta el mínimo detalle el sentido de los términos en las diferentes lenguas; ese punto de minuciosidad en la búsqueda de la palabra o frase más próximas a las originales; ese cuidado por lo insignificante nos obliga a un esfuerzo excesivo y, tal vez, superfluo.

A la vista de que existen diferentes traducciones de la obra de Freud y de que este hecho en nada dificulta la lectura en profundidad de su obra, sea en una o en la otra versión, ¿merece la pena descender a detalles minúsculos, como los que he mencionado antes, cuando me refería a los grupos de estudio de la obra de Lacan? ¿Es eso productivo o debemos tomarlo como un rasgo entre obsesivo y elitista?

Muchos pensarán que no es del todo imprescindible el gasto de energía, o lo considerarán poco práctico.

Su argumento se ve refutado por el hecho de que los grandes creadores mencionados, Freud, Lacan, y otros analistas pioneros, fueron los primeros en preocuparse por la pulcritud de las traducciones, tanto las de sus propias obras, como las de otros colegas.

El joven Freud no estudió y aprendió español para supervisar en un futuro las traducciones de sus escritos. Lo hizo para gozar de la literatura en nuestro idioma, pero, al igual que en el caso de las otras lenguas que dominaba: francés e inglés, tuvo ocasión de conocer y valorar, posteriormente, la traducción de sus obras completas. Ya he mencionado que Freud felicitó con calidez a López-Ballesteros por su excelente traducción, la primera que salió a la luz en lengua distinta a la alemana, mediante carta fechada en siete de mayo de 1923.

 

La carta volada (perdida).

Esta carta plantea un interesante enigma. Strachey, en nota al pie de texto y tras dar cuenta de las distintas ediciones en inglés y español donde la carta puede encontrarse, apunta: ”No hay original alemán de la carta, y no es imposible que Freud la escribiera en castellano, lengua de la cual poseía un buen conocimiento”. (Obras Completas Amorrortu Editores 291). La frase insinúa que pudo haber existido un original alemán (y, en consecuencia, habría sido traducido por el propio López-Ballesteros para encabezar las obras completas de Freud en la edición de Biblioteca Nueva), o pudo también ─ «no es imposible» ─ haber sido escrita directamente en castellano por Freud.

La alusión, por parte de Strachey, a un hipotético original alemán me sugiere la siguiente pregunta: ¿puede hablarse de una traducción de la que no hay texto original? Retomaré esta pregunta más adelante, y trataré de mostrar que no es tan ingenua como pudiera parecer.

Señalaré también, en la evaluación positiva que Freud hace en su carta, el agradecimiento al traductor «por la correctísima interpretación de mi pensamiento y la elegancia del estilo» (291).

No fue esta la única incursión de Freud en el terreno de la traducción. Aparte de traducirse a sí mismo redactando ─posiblemente─ una carta en castellano, se ofreció como traductor al alemán de dos textos franceses de Charcot. En carta dirigida a quien fue su maestro en Paris, afirma con humor: ”En cuanto a mi capacidad para esta empresa [la traducción], debo decir que solo padezco la afasia motriz del francés, pero no la afasia sensorial” (Jones 219). Incluir esta frase en un escrito de varios párrafos en perfecto francés, indica la seriedad con que Freud abordaba la cuestión. Máxime cuando añade en la misma carta: “He dado prueba de mi estilo en alemán en mi traducción de un volumen de estudios de John Stuart Mill” (Jones 219).

De nuevo la preocupación por el estilo, mencionado también cuarenta años más tarde en la carta que Freud dirigió a López-Ballesteros. No es de extrañar que Lacan, igualmente escrupuloso con las traducciones, arremetiera contra los traductores al francés de las obras de Freud:

Je vous laisse à juger quelle sorte de maléfice il faut admettre dans le sort fait aux textes de Freud en français, si l’on se refuse à croire que les traducteurs se soient donné le mot pour les rendre incompréhensibles, et je ne parle pas de ce qu’ajoute à cet effet l’extinction complète de la vivacité de son style.(Lacan, “Réponse au commentaire” 387)

Según él debería admitirse, en efecto, (mi traducción):

algún tipo de maleficio en la suerte corrida por los textos de Freud en francés, aun rehusando creer que los traductores se hayan pasado la palabra para convertirlos en incomprensibles. Sin hablar de lo que le añade a este efecto la extinción completa de la vivacidad de su estilo.

La extinción completa del estilo. Lacan, especialmente en sus tres primeros seminarios, donde se siguieron con detalle algunos textos de Freud, expresaba los términos de la teoría freudiana en alemán y los acompañaba con su propia traducción, a menudo contraria a la ofrecida por los traductores al francés de Freud. Destaca entre estas correcciones la traducción de verwerfung en el seminario de Las psicosis. En la última reunión Lacan acuña (o toma prestado, según las versiones) el término forclusion para sustituir a «retranchement» (386), usado por él mismo con anterioridad, al igual que, ocasionalmente, usó refus (rechazo). En el seminario de Los escritos técnicos de Freud, no deja de criticar a los autores de la traducción francesa, ”due à des personnes que leur intimité avec Freud aurait dû, peut-être, un peu plus illuminer” (Lacan, “Les écrits techniques de Freud“ 54). (Debida a personas cuya intimidad con Freud hubiera debido quizás iluminar un poco más). Alusión envenenada a la princesa Bonaparte, quien, por un lado, financió la traducción de la obra freudiana al inglés de James Strachey, la mencionada Standard Edition, mientras que, por otro, en los turbulentos tiempos de la expulsión de Lacan de la SPP, bendijo la traducción de la famosa frase en alemán: Wo Es war, soll Ich werden a un más que cuestionable francés: Le moi doit déloger le ça. Esta traducción, debida a Anne Bermann, indica a las claras la posición de la IPA en los cincuenta: el yo debe desalojar al ello; deben enaltecerse los componentes yoicos, susceptibles de integrar al ciudadano en la entonces inminente sociedad de consumo en masa.

 

Las preguntas nunca están de más

Los asistentes a los seminarios de Lacan compartían su posición estricta respecto a la traducción. En una intervención en el seminario de La Angustia, reunión del veintisiete de febrero de 1963, Piera Aulagnier comenta un artículo de la psicoanalista inglesa Margaret Little sobre la relación analista-analizante. La francesa sintetiza el artículo citando una frase en inglés que, según la autora británica, definiría esta relación. La frase es ”Person-with-something-to-spare meets person-with-needs” (La Angustia 19). Aulagnier, tras señalar que los guiones fueron puestos entre las palabras por la propia Little, explica que el verbo to spare, en inglés, tiene una significación particular, ya que apunta a algo de lo que el sujeto puede disponer, algo que tiene de más, que tiene para dar. Ella traduce la frase como «Una persona que tiene algo de lo que dispone encuentra a una persona con necesidades». Mi impresión es que esta traducción pone el acento en la posesión del analista más que en su posición.

Poco después, otro asistente al seminario, Vladimir Granoff, expondrá sus dudas sobre la traducción de to spare: para él, ese verbo apunta a la posibilidad de cierto intercambio. Evoca como ejemplo los términos spare wheel (rueda de recambio) o spare room (habitación sobrante o de invitados), y denuncia la politización del análisis en relación con ese sobrante, con ese algo de más, que implica la dimensión económica, presente, según él, en el sobrante que corresponde al analista en la visión de Margaret Little. Granoff aporta una visión marxista de la relación.

Como puede verse, dos interpretaciones distintas y distantes según el punto de vista de cada ponente. Puede apreciarse también la importancia que le daba el impulsor del seminario, Jacques Lacan, a una traducción abierta y a la vez meticulosa.

No nos sorprende que así fuera. Años antes, en el seminario sobre El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica, él mismo enunció los dos peligros que se ciernen sobre el dominio clínico en el terreno psicoanalítico. En primer lugar, sitúa (o por lo menos, menciona antes) el peligro de perder la curiosidad; de no ser lo suficientemente curioso. En segundo lugar, ubica el peligro de comprender. “Siempre comprendemos demasiado” (Lacan, “Les écrits techniques de Freud“ 178) (traducción mía), afirma.

Ambas premisas podrían parecer contradictorias. Si seguimos el consejo de no caer en la segunda de ellas, no debemos empecinarnos, como psicoanalistas, en los caminos de la comprensión. Al mismo tiempo, adoptar esta actitud ¿no implicaría cierta declinación, cierta merma en nuestra curiosidad?

Tal vez podemos encontrar una explicación, que no una respuesta, en el texto de Blanchot citado anteriormente. Para él, las opciones que pueden ayudar al ser humano en su búsqueda pueden ser cuatro: la enseñanza, el saber, la política y la escritura (Blanchot 10). Cada una de estas posibilidades, siempre que respeten la apertura necesaria en toda posición dialogante, le abrirán al deseo de aprender el vacío de la pregunta.

La pregunta reemplaza en el vacío la afirmación plena, la enriquece con el vacío previo. Merced a la pregunta, nos damos la cosa y nos damos el vacío que permite no tenerla …  La pregunta es el deseo del pensamiento. (Blanchot 13).

Reencontramos en esta frase los ojos abiertos del niño de dos años mencionado antes, su saber sobre la existencia de un saber que aún no posee, su esperanza.

El problema sería llenar esa esperanza con respuestas cerradas, inyectar comprensión en la curiosidad. El niño se protege reiterando al infinito la pregunta: ¿Por qué? No importa si obtiene una respuesta mínimamente razonable a su primera pregunta, Insistirá: ¿por qué? Y aún ¿por qué? Y después, ¿por qué? Algunos adultos se han olvidado de esta protección, o piensan que serían tomados por locos (o por niños) si la utilizaran.

De ahí la responsabilidad del psicoanalista en su ética; ética que Lacan sitúa en el registro real. Eso no quiere decir que, como psicoanalistas, eludamos sistemáticamente la interpretación o, incluso, la respuesta. El mutismo del analista equivaldría a la negación de traducir un texto. Puede ser imposible traducirlo, pero remedando a Charcot[2] eso no debe impedir que la traducción exista. Gracias a esa manera de ver las cosas, nos han llegado joyas en castellano como la traducción de Proust por Pedro Salinas, o la de Hölderlin, por José María Valverde. Lo mismo podríamos decir de la técnica psicoanalítica. La atención flotante del analista no debe impedir que sus respuestas existan. Lo fundamental es que el analista pueda preguntarse por los posibles efectos y peligros que las respuestas conllevan en el dispositivo transferencial.

Pues, volviendo a Blanchot: “En el Sí de la respuesta perdemos el dato recto, inmediato, y perdemos la apertura, la riqueza de la posibilidad. La respuesta es la desgracia de la pregunta” (13). Si la respuesta es la desgracia de la pregunta, la traducción es la desgracia del texto original y la interpretación en psicoanálisis es la desgracia de la asociación libre.

 

La traducción de un original inexistente

Quizás Freud lo supo. Quizás fue eso lo que le llevó a diferenciar en su primera gran obra, la Traumdeutung, el contenido manifiesto del contenido latente de un sueño. La riqueza, la vía regia al inconsciente, está en los mecanismos inconscientes del sueño. Pero un sueño no es un sueño hasta que es contado, no importa si el soñante se lo cuenta a sí mismo o a otro, sea psicoanalista o no. Es como el libro mencionado anteriormente, el escrito (¿?) por Luigi Serafini. En él, las letras, sílabas, palabras o frases están expresadas en un lenguaje inexistente. Un lenguaje que cada lector necesita inventar.

En el capítulo VI de la Traumdeutung, La elaboración onírica, Freud escribe:

Las ideas latentes y el contenido manifiesto se nos muestran como dos versiones del mismo contenido en dos idiomas distintos, o, mejor dicho, el contenido manifiesto se nos aparece como una versión de las ideas latentes a una distinta forma expresiva, cuyos signos y reglas de construcción hemos de aprender por la comparación del original con la traducción. (La interpretación de los sueños 516)

El padre del psicoanálisis pone como ejemplo los jeroglíficos donde el lenguaje gráfico ─”una casa sobre cuyo tejado descansa una barca … una letra … una figura humana sin cabeza corriendo desesperadamente” (Freud, “La interpretación de los sueños” 516), deben traducirse al lenguaje discursivo para su comprensión.

El ejemplo no resulta sorprendente, pues el proceso de traducción del que Freud habla sería comparable al desciframiento de los signos y reglas de los jeroglíficos egipcios que tuvo lugar con el descubrimiento de la piedra de Rosetta. Gracias al conocimiento de la escritura demótica y de la lengua griega, los lingüistas del Siglo XIX aprehendieron ─por la comparación del original con la traducción─ la significación de dichos jeroglíficos. En este caso desconocían, al igual que Freud con respecto al contenido latente de los sueños, la forma expresiva original. Ellos solo conocían la traducción.

Pero el trabajo con los sueños implica una traducción de un original inexistente.

Es lo que nos sucede con la carta de Freud a López-Ballesteros. Solo conocemos la traducción. Sea porque el original se haya perdido, sea porque nunca existió. O existió en el vacío del deseo de Freud.

Lo cual nos ayuda a apreciar hasta qué punto resulta errónea la idea de que el psicoanalista sería el traductor del inconsciente, pues el relato del sueño es ya una traducción en vigilia de la experiencia onírica, por lo demás inefable. El analista, como Champollion, como el lector de la carta freudiana, tiene ante sí únicamente la traducción. Le falta el conocimiento del original. Si ha conseguido aprehender la forma expresiva, la forma en que se expresa el contenido manifiesto: sueños, lapsus, chistes, olvidos, formaciones del inconsciente, tal vez podrá ayudar al analizante a aprehender, por su parte, esta forma expresiva. No el original en sí, sino la forma en que el original se expresa, traducido, en otra lengua, la comprensible. Algo inexistente (imposible) se muta en algo que busca comprensión. La esperanza del niño ante la letra.

Freud fue el primero en deslindar el sentido de los sueños de las interpretaciones predeterminadas. No se trataba, supo, de acudir a un diccionario onírico para averiguar qué significaba soñar en una figura humana sin cabeza corriendo desesperadamente. En su día a día, aprendió que la clave del sueño está en las asociaciones del soñante, en las interrupciones u olvidos al compartir el contenido manifiesto, en los fallos al descifrar signos universalmente admitidos.

Pues los signos universalmente admitidos pueden envolver otra significación, a veces muy distinta según el sujeto que los comparte. Es lo que Lacan rescata de la obra de Freud. Para el psicoanalista francés, lo importante del hallazgo freudiano no es únicamente el descubrimiento del inconsciente o de la transferencia, ni el invento de la metapsicología o la comprensión de la etiología de las neurosis. Tampoco lo es el beneficio terapéutico que, por añadidura, se produce en el dispositivo analítico y que, malentendido y sobredimensionado, tiende a disparar los honorarios de analistas al servicio de una acomodación a la exigencia de felicidad de los pacientes.

Para Lacan, la verdadera grandeza de Freud estriba en el camino que siguió hacia su Ítaca y en el vehículo que le transportó a ella: el lenguaje. Únicamente el método verbal. En Función y campo de la palabra y del lenguaje, Lacan escribe: Notre tâche sera de démontrer que ces concepts ne prennent leur sens plein qu’à s’orienter dans un champ de langage, qu’à s’ordonner à la fonction de la parole“ (Fonction et champ 246).

Mi traducción es: Nuestra tarea será demostrar que estos conceptos [los que fundan la técnica psicoanalítica] solo toman su sentido pleno si se orientan en un campo de lenguaje, si se ordenan en la función de la palabra.

Esta función, marcada por la condensación y el desplazamiento señalados por Freud en el capítulo citado de La interpretación de los sueños, es la del significante, la que obliga a pensar en la existencia de una red por la que se deslizan las palabras y sus sentidos. Freud descubrió que cada sujeto es particularmente sensible al modo de su individual deslizamiento por esas representaciones. En el relato autobiográfico del olvido del nombre de un pintor ─conocido como el caso Signorelli(Freud, “Psicopatologia de la vida cotidiana“ 9) ─, él mismo explica cómo (y, tal vez, porqué) se sintió aprisionado (sujeto) por la palabra y sus imposibilidades. Esas imposibilidades no solamente conducen al error ─del lapsus, del olvido, del acto fallido, del síntoma, de la confusión o del fantasma─, sino que, al mismo tiempo, le velan al sujeto la verdad. Paradoja señalada por Freud: es precisamente en el error donde la verdad se des-vela.

Una verdad, podemos agregar, que tampoco existe.

Es conocido el ejemplo propuesto por Lacan de dos hermanos, un niño y una niña que viajan en tren. Su posición en el vagón, uno frente a la otra, hace que al detenerse en la estación justo frente a los lavabos de esta, el niño lee el rótulo que ha quedado a su vista, Dames (señoras), mientras que su hermana, en el asiento opuesto, tiene a la vista la entrada al servicio de caballeros, Hommes (hombres). El niño yerra; toma el rótulo que tiene delante por el nombre de la población en que el tren ha parado. ”¡Hemos llegado a Señoras!», dice. La niña le contradice: «Imbécil, responde, ¿no ves que hemos llegado a Hombres?” (Lacan, “L’instance de la lettre“ 500).

 

Puntuaciones y errores

El error revela una verdad, tanto en las antiguas estaciones sin rótulos adecuados para orientar bien al viajero, como en el diván del psicoanalista cuando, al igual que en el yerro infantil de los hermanos, solemos enfrentarnos al enigma de las diferencias entre géneros y de los significantes que las representan.

¿Puede el psicoanalista traducirle sus yerros al paciente? En la pregunta, encabezada por la palabra “puede”, se refleja la riqueza del doble sentido: ¿Puede porque entra dentro de sus funciones y es adecuado hacerlo? O bien: ¿Puede porque no es imposible?

Traducción en psicoanálisis; el enigma de la interpretación. Sabemos que intérprete es aquella persona que, en traducción simultánea o consecutiva, transporta las palabras de alguien que habla en un idioma, a la mente de alguien que escucha en otro idioma. En este sentido, un intérprete es un traductor.

Más arriba he escrito, y he intentado demostrar con los ejemplos propuestos, que un traductor es, también, un intérprete. Que cualquier traducción conlleva una interpretación. Pero me he negado a admitir que la función del psicoanalista sea la traducción, ni siquiera en sentido figurado. Me he opuesto a la idea de que un psicoanalista traduce las ideas inconscientes para transportarlas a un mundo de representaciones preconscientes o conscientes.

La interpretación en psicoanálisis es uno de los conceptos más delicados en la técnica psicoanalítica. Un verdadero enigma. Estamos interpretando algo que no existe, o solo existe en el saber no sabido del sujeto.

Freud inauguró el siglo XX, y su prestigio mundial como psicoanalista, con un volumen sobre la interpretación de los sueños, la Traumdeutung. Laplanche y Pontalis, en su impagable Diccionario de psicoanálisis, nos advierten de la dificultad de traducir Deutung. En la traducción al castellano, afirman:

La palabra interpretación no es exactamente superponible al término alemán Deutung. La interpretación hace pensar más bien en todo lo que hay de subjetivo, de forzado y arbitrario, en el sentido que se le da a un acontecimiento, a una palabra. Deutung tiene un sentido más próximo a explicación, esclarecimiento. (Laplanche y Pontalis 211)

Comprobamos que los autores del Diccionario mantienen el cuidado extremo que los analistas pioneros emplearon al traducir los términos psicoanalíticos de un idioma a otro. Cuando defienden que: ”Se podría caracterizar al psicoanálisis por la interpretación, es decir, por la puesta en evidencia del sentido latente de un material” (Laplanche y Pontalis 209), lo hacen a sabiendas de que esa subjetividad, que ellos enfatizan en la palabra española “interpretación”, debe ser esgrimida con prudencia.

Prudencia extrema. Como señala Lacan, el ”suspiro de un silencio», o la «suspensión de la sesión” (Fonction et champ 252) (traducción es mía), ambos claramente intraducibles, adquieren su nivel interpretativo en la técnica.

Incluso lo que se da a entender en lo que no se dice suele alcanzar el mismo nivel. En este sentido, terminaré el artículo con un apólogo hindú que relata Lacan en el mismo escrito: Un perro aterrorizaba a una joven cuando se reunía con su amante a la orilla de un río. Un día, esperando a su amante en el mismo lugar, viendo que un brahmán dirigía sus pasos hacia allí, ella le tranquiliza: “Qué felicidad; el perro que hasta ahora nos asustaba ya no existe, acaba de ser devorado por un león” (Lacan, “Fonction et champ“ 295).

El perro ya no existe. Pero existe el león. ¿Cómo interpretar? En análisis, afirma Lacan ”no hacemos otra cosa que darle a la palabra del sujeto su puntuación dialéctica” (Fonction et champ 310).

O sea, pensaríamos nosotros: tal vez punto y seguido. Acaba de ser devorado. Punto. Por un león. El feroz protagonista del acto enfatiza su presencia por medio de ese punto.

O, incluso, multiplicaríamos por tres el punto, para obtener los puntos suspensivos… Pues, ¿quién es capaz de saber cuál era la verdadera causa del temor de la joven. ¿Era el perro? ¿Era el león?… O era el joven amante a quien ella esperaba.

Obras citadas:

Blanchot, Maurice. La conversación infinita, traducción de Isidro Herrera de L’entretien infini, Editions Gallimard, 1969. Arena Libros, 2008.

 

Freud, Sigmund. Obras Completas, Vol I, Amorrortu Editores, 1976.

—. Obras completas, Editorial Biblioteca Nueva, 1972.

—. Presentación autobiográfica, Obras Completas, Tomo XX, Amorrortu Editores, 1976.

—. Psicopatología de la vida cotidiana, Obras Completas, Biblioteca Nueva, 1972.

 

Jones, Ernest. Vida y obra de Sigmund Freud, Tomo. 1, Ediciones Horme, 1976.

 

Koren, Daniel. Mensaje email a Aurelio Gracia, 23 de junio de 2022.

 

Lacan, Jacques. El seminario de Jacques Lacan, Libro 23, El sinthome, 1975-1976, Traducción de Nora A. González, Editorial Paidós SAICF, 2006.

—. El seminario, Libro 17, 1969-1970, Texto establecido por Jacques-Alain Miller, traducción de Enric Berenguer y Miquel Bassols, Ediciones Paidós, 1992.

—. Fonction et champ de la parole et du langage, en Écrits, Seuil, 1966.

—. Le Séminaire, livre I, Les écrits techniques de Freud, Seuil, 1975.

—. Le séminaire, livre II, Le moi dans la théorie de Freud et dans la technique de la psychanalyse, Seuil, 1978.

—. Le Séminaire, livre XVII, L’envers de la psychanalyse, Seuil, 1975.

—. Réponse au commentaire de Jean Hyppolite, en Écrits, Seuil, 1966.

—. Seminario 10. La angustia. 1962-1963. Traducción de Irene Agoff. Documento de uso interno de la Escuela Freudiana de Buenos Aires, 1979.

 

Roudinesco, Elisabeth. Jacques Lacan. Esquisse d’une vie, histoire d’un système de pensée, Librairie Arthéme Fayard, 1993.

 

Serafini, Luigi. Codex Seraphinianus, con un texto a modo de prólogo, Orbic Pictus, de Italo Calvino, traducido por Carlos Alonso, Franco Maria Ricci editore S.p.A., 1993.

Notas al final:

[1] Véase especialmente el prólogo general de James Strachey a la Standard Edition, puntos 4: Comentarios y notas aclaratorias, y 5: La traducción, pp. xviii a xxii, con traducción del inglés de Leandro Wolfson.

 

[2] “La théorie c’est bon, mais ça n’empêche pas d’exister”. (Presentación autobiográfica Pág. 13. n26). La teoría es buena, pero eso no impide que las cosas sean como son.

Biografía:

Aurelio Gracia (aureli.gracia@yahoo.es)
Psicólogo Clínico por la Universidad de Barcelona (1976) Especialista en Psicología Clínica (2004), y Psicoanalista.

Supervisor del Hospital de Día de la Comunidad Terapéutica de Malgrat, 1992-2008. Docente estable del Colegio Oficial de Psicólogos de Catalunya, Barcelona, en cursos de Posgrado. (1983-1991) Docente estable en Escuela de Clínica Psicoanalítica con Niños y Adolescentes (ECPNA), Barcelona. (1992-2007). Cofundador de Apertura, Investigación y Estudios en Psicoanálisis (1981). Miembro cofundador del Espacio Abierto de Trabajo Psicoanalítico (1989). Miembro cofundador y colaborador habitual de la revista Tres al cuarto; actualidad, psicoanálisis y cultura (1991-2001). Autor del libro Psicoanálisis y psicosis, Editorial Síntesis, Madrid, 2001. Coautor de los libros: Teoría y práctica en Psicoanálisis; una articulación. Serbal, Barcelona, 1986. El narcisismo a debate, Gradiva, Barcelona, 2000. Testimonios de la clínica, JVE Ediciones, Buenos Aires, 2001. Conceptos freudianos, Síntesis, Madrid, 2005. Autor de la novela corta El ascensor, Itimad, Sevilla, 2012. Autor de la novela Sombras en el cristal, Oblicuas, Barcelona, 2018.

Fecha de publicación:

6 de febrero, 2023

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Topics

European Journal of Psychoanalysis