Vicisitudes de las traducciones freudianas (o cómo mantener vivo un texto)  

 

 

I) Las coordenadas [1]

El acto de producir esos rasgos góticos con los que llenaba grandes hojas al final de su día de trabajo, en medio de una humareda de cigarros y de ideas, seguramente constituía para Freud una necesidad imperiosa. No se trataba sólo de dejar constancia de lo que hacía: era un intento dramático de fijar algo de la experiencia, de ese trabajo que amenazaba con escurrirse en el humo; un intento de precipitarla como experiencia, de sancionarla como tal. Me refiero tanto a las notas tomadas al final de las sesiones de sus pacientes, como a los trabajos teóricos de largo aliento. La escritura no era para Freud un corolario más o menos superfluo, sino una parte fundamental del psicoanálisis -tanto de su teoría como de su praxis-, un momento culminante.

La pasión por el acopio de esos escritos vino después. Inaugurada sin duda por el mismo Freud, pero fundamentalmente llevada a cabo por sus sucesores, sería un error considerarla motivada por un mero coleccionismo. Juntar textos, ponerlos en conexión, no es un simple acto de acumulación, sino la condición para una lectura.

La función que, para nosotros, lectores de Freud, tienen sus escritos es sin duda diferente a la que tenía para el autor. Pero no es sin relación con ella. ¿Acaso mediante esa operación de lectura no intentamos reproducir, en última instancia, aquel momento inaugural en que el surco aún no era surco porque estaba siendo cavado en ese acto, el momento de producción de las Bahnungen, podríamos decir, y no su mero recorrido “facilitado”? ¿No intentamos con ella evitar que se pierda aquel instante inaugural de la experiencia? ¿Para qué leer a Freud, aún hoy, sino por esta pretensión casi inútil?

 

El acopio

Leer “a Freud”. Estamos acostumbrados a hacer equivaler ese nombre propio a una “obra”. Ya Foucault advertía sobre la dificultad para delimitar ese término. Pero, como decíamos, una tal obra requiere, al menos en un primer momento, acumular, juntar, poner en conexión textos sueltos, y publicarlos en conjunto. La pretensión máxima de tal operación de acopio es que en la edición que surja de allí pueda figurar el calificativo de “completas”. Fue Freud mismo -la persona- quien osó titular Gesammelte Schriften (Escritos completos) a la compilación de 12 volúmenes que comenzó a hacer imprimir en 1924, y que en 1934 encontró su límite. Si no fuera porque el cáncer rondaba por ahí, podría parecer un chiste que fuese él mismo quien anunciara una “completud” que no podía ser tal mientras no renunciara a seguir escribiendo. Y se sabe que no se proponía hacer tal cosa mientras le quedaran fuerzas para sostener la pluma.

El nazismo, con su devoción por los absolutos, pretendió convertir ese “todo” en “nada”. Y fue así como quemó los Schriften. Afortunadamente el psicoanálisis no sucumbió a ese fuego “purificador”, pero sin duda este hecho no fue sin consecuencias para el proceso de lectura que se iniciaba. El psicoanálisis trasladó su sede a Londres donde, luego de la muerte de Freud, vería la luz la primera compilación que aludía a “obras” con pretensión de completud. Efectivamente, los 17 tomos originales de las Gesammelte Werke fueron publicados trabajosamente, heroicamente, entre 1940 y 1952, en alemán, en una Londres devastada bajo la Segunda Guerra y Posguerra. El mérito de rescatar la obra del maestro literalmente de entre las ruinas, y en su idioma original, relegaba a segundo plano las deficiencias de ordenamiento, la ausencia de algunos textos, y la falta absoluta de un mínimo aparato editorial que incluyera comentarios, aclaraciones o referencias. Otras versiones se encargarían de ello.

 

La estandarización

Circunstancias de diverso tipo hicieron que el cuidado del tesoro psicoanalítico fuese quedando cada vez más en manos inglesas. Sobre todo en las del inefable Ernest Jones, cuya tarea de administrador había comenzado mucho antes de la muerte de Freud. Se trataba de fijar pautas, de establecer estándares, de manejarse con criterios unificados, por ejemplo a la hora de la traducción. Ya en 1924 Jones había armado un Glossary Comittee, encargado de establecer traducciones “oficiales” de los términos técnicos. Era el primer paso para confeccionar una edición definitiva de toda la obra, una versión canónica, estándar. Se trataba de establecer finalmente el texto, luego de esas horribles versiones norteamericanas y francesas, incontrolables en su proliferación y en sus intenciones.

La famosa Standard Edition, la monumental edición en inglés, fue encargada finalmente a James Strachey, un miembro de la más rancia inteligentsia inglesa -participante del famoso grupo Bloomsbury, junto a su hermano Lytton y a Virginia Woolf, entre otros- y antiguo paciente de Freud. Los 23 tomos vieron la luz entre 1953 y 1966. Strachey ya había realizado numerosas traducciones, con el beneplácito del propio Freud, pero a esta edición le sumó un enorme trabajo de sistematización que fue supervisado desde las sombras por el mismo Jones. De modo que no sólo se trataba de la primera traducción rigurosa y sistemática de Freud a otro idioma, sino que se daba la curiosidad de que era también una versión mucho más completa que la del idioma original. Tenía un ordenamiento más cuidado, y estaba dotada de un verdadero aparato editorial, con introducciones contextuales a todos los textos, y numerosos comentarios y remisiones internas a lo largo de la obra.

La traducción de Strachey, por supuesto, no es inocua. Él alega que su regla fue: Freud, the whole Freud and nothing but Freud (”Freud, todo Freud y nada más que Freud”) (Strachey 1966: xix), pero es obvio que eso no es más que declamación. En la Standard Edition, en verdad, habla su Freud.

Las características de ese Freud pueden encontrarse en las críticas más conocidas que ha recibido su trabajo: por una parte, la de haber vertido en un inglés erudito y sofisticado el alemán coloquial en que Freud hablaba. Su Freud es, como él mismo lo confiesa, un culto caballero inglés del siglo XIX: “El modelo imaginario que tuve siempre ante mí es el de los escritos de algún hombre de ciencia inglés de amplia educación nacido a mediados del siglo XIX” (Ibid.). Las opciones de cathexis por Besetzung (‘investidura’), de anaclisis por Anlehnung (‘apoyo’, o ‘apuntalamiento’), o de parapraxis por Fehlleistung (‘producción u operación fallida’), son los ejemplos más conocidos en apoyo de esta crítica.

Otra objeción muy difundida, y no menos justificada, es su apuesta por un Freud biológico, médico (Véase, por ejemplo, Bettelheim 1983). Esto queda ya plasmado en las opciones de traducir Seele por mind, o Trieb por instinct -opciones que marcarían a numerosos lectores- pero también se hace evidente en problemas más sutiles.[2]

La versión freudiana de Strachey es un trabajo coherente y sistemático. Quizá demasiado. Efectivamente, otra crítica afirma que el Freud de Strachey no sólo es mucho más erudito, sino también más didáctico y claro que el original: “la traducción de Strachey a menudo parece más fácil de entender que el original -dice un analista alemán que conoce bien la versión inglesa-. Cuando leo a Strachey estoy leyendo un Freud domesticado” (Junker 48).

Desde luego, esa lectura de Freud no estaba determinada solamente por los ideales del señor Strachey, que seguramente estaban teñidos de erudición, claridad y cientificidad. También respondía al lugar y a la función que esa versión estaba llama a ocupar.

Los administradores estaban orgullosos con esta traducción, y no dudaban en alentar a que se tomara esa lectura por el original. Es elocuente en este sentido recordar el mensaje con que el mismo Ernest Jones, a la sazón presidente de la IPA, saluda la creación de la Asociación Psicoanalítica Argentina, en 1943. Allí afirma: “El conocimiento del alemán, aun deseable, fue en otra época indispensable para los propósitos de vinculación internacional relacionados con nuestra labor, pero está cediendo su primer lugar al inglés…” (Jones 3). Nos dice a los sudamericanos: ya no hace falta saber alemán, sólo aprendan inglés. Ellos nos lo habían simplificado todo.

Así, la lectura de Strachey/Jones nos proponía una versión oficial, un texto que fungía de original, y al que se nos invitaba a tomar por tal. Desde luego, los analistas de habla inglesa lo hicieron. Pero también muchos hispanoparlantes aceptaron el convite. De hecho los estudiosos de Freud de los ’50 y los ’60 en la Argentina apelaban a la Standard Edition como autoridad incontrastable, por sobre cualquier versión en castellano.

¿Y el castellano?

 

“Todo el mundo puede entender a Freud”

A principios de la década del ’20, José Ortega y Gasset, junto a un grupo de intelectuales, propugnaba la introducción en España de las obras de grandes pensadores contemporáneos. En ese marco motorizó la traducción para la editorial Biblioteca Nueva, de las obras del tal Sigmund Freud ese médico vienés cuyas ideas constituían “la creación más original y sugestiva que en los últimos veinte años ha cruzado el horizonte de la psiquiatría” (Ortega y Gasset ix). Se encomendó la tarea a don Luis López Ballesteros y de Torres.

Seguramente la inquietud de Ortega y su grupo, y la avidez intelectual reinante en la España republicana hicieron que el proyecto adquiriera una celeridad inusitada. En 1922 ya había aparecido el primer tomo. La edición en castellano se convertía así en pionera. Pionera incluso en la utilización del calificativo de “completas”, aun antes de que al mismo Freud, movido por el diagnóstico que le harían en 1923, se le ocurriera utilizarlo,[3] y antes de que Jones tuviera una idea parecida para el inglés. Así, el castellano tuvo el privilegio de ser el primer idioma en contar con una edición de las obras de Freud tan “completa” como era posible en esa época.

Ortega no era médico, y no se interesaba especialmente por el psicoanálisis. López Ballesteros tampoco. No había analistas en España, y mucho menos instituciones de analistas. La intención que los movía era sencillamente la de divulgar, hacer conocer la obra de Freud a la mayor cantidad de gente posible: “Todo el mundo -no sólo el médico o el psicólogo- puede entender a Freud”, pregonaba Ortega. No se trataba de estudiar a Freud, sino simplemente de que se lo conociera. De modo que la traducción debía ser amena, comprensible, y atractiva a la lectura. A nadie se le hubiese ocurrido exigirle una precisión conceptual que en rigor ninguno poseía. Se podía polemizar con Freud, o seguir sus enseñanzas, pero nadie pretendía hacer una exégesis de sus textos, como la que posteriormente pretendimos hacer los analistas, motorizados por la famosa consigna lacaniana del retorno a Freud.

 

El poeta, el olvidado y el erudito

Si tuviéramos que calificar a López Ballesteros como traductor diríamos que se trata de un poeta. En primer lugar, porque su prosa es literariamente bella. Tiene un estilo muy agradable y se lee fluidamente. Esto puede deberse, en parte, a esa intención que señalábamos. Pero no sólo a eso. Es que la misma prosa de Freud es agradable y fluida en alemán. López Ballesteros respeta en verdad el estilo freudiano.

Pero, por otro lado, López Ballesteros también es poeta porque traduce muy libremente el contenido, los términos que Freud utiliza. Cuando se compara de cerca el original y la traducción, uno se encuentra siempre con que, quizás en consonancia con las coordenadas de esa edición, López Ballesteros traduce lo que entiende, y no lo que lee. Omite adjetivos, inventa perífrasis, reordena las oraciones, de modo de encontrar un sentido aun cuando en alemán no se lo halle tan fácilmente. Crea. Casi siempre con buen resultado: la idea de lo que Freud parece querer decir está plasmada, y las más de las veces resuelta de un modo elegante. Pero lo logra a costa de perder la rigurosidad con que Freud maneja los términos, los conceptos, y a costa entonces de impedir ese tipo de estudio que alguien hace cuando, por ejemplo, persigue el uso de un término en diferentes textos y contextos. No hay manera de encontrar la insistencia de verbos, de familias de palabras, de construcciones equívocas. Y no hay manera tampoco de detectar los puntos difíciles, incomprensibles, las lagunas en los textos de Freud. Todo está alisado; un planchado literario disimula cuidadosamente las arrugas del texto.[4]

Ahora bien, como decíamos, a nadie se le hubiera ocurrido criticar estas falencias en la España intelectualmente inquieta de los años ’20.

Esa es la traducción con las que contábamos cuando el psicoanálisis comenzó a desarrollarse en la Argentina. Y es por eso que el lugar vacante de la versión rigurosa lo ocupaba, como astutamente preveía Jones, la Standard Edition.

Pero la envergadura de la difusión de los estudios sobre Freud que se estaba produciendo en la Argentina desde la década del ’60 mostraba los límites de esa situación. La traducción de López Ballesteros dejaba ver claramente sus limitaciones, y la Standard Edition no estaba, naturalmente, al alcance de todos los nuevos lectores.

Desde el punto de vista editorial, por otra parte, se habían sucedido en nuestro país una serie de complejas vicisitudes. En las décadas del ’40 y ’50 la Editorial Americana primero, y luego Santiago Rueda Editores, se propusieron completar en Argentina lo que López Ballesteros, por diversas razones, había dejado sin traducir. Para ello, un injustamente olvidado Ludovico Rosenthal llevó a cabo una traducción más sistemática y cuidada, pero limitada sólo a esos textos añadidos. El proyecto editorial argentino quedó a mitad de camino. Pero la editorial Biblioteca Nueva tomará el relevo: publicará en Madrid, en 1968, un tercer tomo de sus Obras Completas -que se sumará a los dos de sus ediciones anteriores- donde aparecerán incluidas las traducciones de Rosenthal, aunque adjudicadas a un tal Ramón Rey Ardid. Así, y merced a este “ardid”, la posterior edición definitiva de Biblioteca Nueva (1972-3), que reordena los textos de modo más o menos cronológico, termina combinando dos traducciones diversas sin diferenciarlas. Como si esto fuera poco, desde el punto de vista formal esa edición adolece de erratas que superan ampliamente lo estadísticamente tolerable: faltan numerosos párrafos, oraciones, palabras, y son incontables los errores tipográficos que alteran el sentido del texto.

En ese marco, la visión y la apuesta del editor Amorrortu fue grande. En la década del ’70 le encomendó a José Luis Etcheverry la titánica tarea de efectuar una nueva traducción de “todo Freud”, con la consigna de que fuese una versión sistemática y muy cuidada. Consiguió los derechos de edición de The Sigmund Freud Copyrights, y también los de las notas y el ordenamiento de Strachey, y se propuso hacer una edición que tomara como modelo a la Standard Edition, pero prescindiendo del inglés, con una traducción directa del alemán[5] Así es como aparecieron los veinticuatro “tomos verdes” que hoy pueblan tantas bibliotecas de psicoanalistas.

Etcheverry se tomó en serio la tarea. Desconocemos el tiempo exacto que le demandó, pero es evidente que hizo un esfuerzo monumental. Armó un aparato de traducción ampliamente fundamentado, y logró sostener decisiones fuertes a lo largo de miles de páginas, desde una punta a la otra de la obra. Su sistematicidad obsesivamente sostenida es realmente admirable.

La aparición de esa edición hacia fines de los ’70 y comienzos de los ’80, supuso un gran avance. Por primera vez contamos en castellano con una edición completa confiable y previsible. Se prestaba mucho mejor para su estudio, debido a su sistematicidad, a que incluía el aparato de comentarios y referencias de Strachey, y a que, en comparación con la edición anterior, sus erratas eran escasísimas.

Ahora bien, Etcheverry no era psicoanalista. Es verdad que se rodeó de un equipo asesor que incluía a analistas. Pero es evidente que él encaró la obra de Freud desde otra perspectiva. Quien lea el tomo introductorio que preparó, Sobre la versión castellana (Etcheverry, 1978) -texto imprescindible al abordar esta traducción- se encontrará con la rigurosa fundamentación de sus grandes decisiones: cómo ordena los conceptos, por qué elige cada término, y cómo privilegia mantener una misma traducción en diferentes contextos a pesar de que el texto cobre un aspecto “duro”. Por ejemplo, muchas veces para diferenciar vocablos cercanos, o en un intento de dar cuenta de ciertos matices, Etcheverry no duda en rescatar palabras de un castellano arcaico, o en desuso, expresiones poco o nada utilizados en el lenguaje coloquial. Al lector que se asoma por primera vez al texto freudiano en esta traducción, palabras como “moción”, “mudanza”, “ensambladura”, podrían parecerle sofisticados términos acuñados por Freud, cuando en verdad son precisas elecciones de Etcheverry. Del mismo modo, ese lector supondrá que Freud “colige”, “espiga”, “intelige”, “trasmuda” o “atiza”, cuando en realidad es el traductor quien le hace realizar tamañas proezas al autor.

Y, como decimos, afirma no hacerlo sin razones. En términos generales sus elecciones se fundamentan en un vasto cotejo de la terminología freudiana con las corrientes del pensamiento alemán del siglo XIX, y aun anteriores. Fundamentalmente Etcheverry busca los antecedentes de los términos freudianos en la filosofía, en el idealismo alemán, en las teorías del conocimiento, en lo que podríamos llamar la historia de las ideas. Y es desde allí desde donde lee a Freud. Eso hace que sus decisiones tengan un peso preciso y, a menudo, muy discutible, desde nuestro punto de vista.

Es decir, la lectura etcheverriana de Freud es una lectura filosófico-cognitiva. Y por lo tanto también lo es su traducción. Su precisión es quirúrgica. Y esto tiene consecuencias.

Si decíamos que López Ballesteros traducía como poeta, a Etcheverry podemos caracterizarlo como el erudito.[6] Si el primero ha perdido la rigurosidad en provecho de la prosa, Etcheverry ha sacrificado la prosa en provecho de una precisión pretendidamente aséptica.

López Ballesteros abusa de su condición de escritor, mientras que Etcheverry olvida que es un escritor. Se concentra tanto en los términos, las etimologías y en conservar construcciones, que olvida la prosa. Ese es el efecto que uno siente al abordar su traducción. Se tiene la sensación de estar ante un lenguaje rebuscado, muy cuidado en sus términos, pero un lenguaje que nadie habla. Y si algo caracteriza a Freud es que no intenta disimular la dimensión de enunciación en sus textos.

Es casi ocioso aclarar que cuando hablamos de la prosa no hablamos de un ornamento. Se trata de la retórica freudiana que, por supuesto, no es ajena a los “contenidos” que trasmite. La traducción de Etcheverry no sólo es científico-filosófica por sus fundamentaciones, sino también en el sentido de que no es psicoanalítica: pretende una asepsia de estilo propia de la pretensión de exclusión del sujeto en la ciencia.

 

La versión lacaniana

La aparición de la traducción de Etcheverry coincidió aproximadamente en nuestro país con la irrupción de la enseñanza lacaniana, irrupción que marcaría fuertemente, como se sabe, las lecturas de Freud. Lacan fue, sobre todo en sus comienzos, un agudo lector de Freud. Se ocupó innumerables veces de problemas puntuales de traducción, habitualmente discutiendo con las versiones francesas existentes.[7] Pero su retorno a Freud, su lectura, no tomó la forma de traducciones sistemáticas, ni mucho menos “completas”. La lectura de Lacan se manifiesta la mayoría de las veces bajo la forma de fuertes -fortísimas- opciones de traducción de términos al francés, traducciones que producen lectura.[8] Recordemos algunas: Verwerfung por forclusion, Unterdrückung por chû en dessous o tombé dans le dessous, Vosrtellungsrepräsentant por représentant de la représentation, Nachträglichkeit por aprés-coup, Entstellung por transposition, etc, etc.

Estas opciones funcionaron de hecho como un nuevo establecimiento del texto freudiano, pero que no dejó una versión propia, un “Freud lacaniano”, sino apenas marcas, jírones, que para los analistas hispanoparlantes se hizo necesario compatibilizar con las traducciones castellanas existentes.

Aunque alguien sugirió que la traducción de Etcheverry está vinculada con la predominancia dada por Lacan al significante, es evidente que ésta no es en absoluto una versión lacaniana de Freud, ni por la intención del traductor, ni por sus resultados.[9] Sin embargo algunos analistas formados en esa lectura utilizaron, y aún utilizan, esta traducción en sus trabajos y su enseñanza, efectuando en ocasiones una suerte de superposición entre la base de construcciones y terminología etcheverrianas, con versiones castellanas de las fuertes opciones de traducción lacanianas.[10] Otras veces se intenta, por el contrario, una justificación lacaniana para ciertas opciones etcheverrianas.[11] Puede pensarse que el esfuerzo vale la pena, pero a veces el resultado se esteriliza al tratar de hallar una coherencia que por premisa no es posible encontrar.

Otros analistas lacanianos han mantenido una conducta más “conservadora” en relación a las traducciones freudianas, y han seguido utilizando los viejos y amarillentos tomos de López Ballesteros en sus trabajos. El resultado, como era de esperar, pierde la rigurosidad que gana en estilo y hasta en agrado estético en las citas. Es decir que lo citable en esa traducción responde más a una ilustración o una referencia global que a un estudio preciso del texto. Esto por añadidura produce, en ocasiones, el lamentable efecto de una pérdida del interés por el texto freudiano, habitualmente en beneficio de un interés cada vez más exclusivo por el texto lacaniano como garante y revelador de aquél.

Desde nuestro punto de vista es preferible la primera opción. Pero es evidente que la lectura lacaniana de Freud en castellano está marcada por una serie de conflictos, incoherencias y hasta contradicciones, que se han ido convirtiendo más o menos imperceptiblemente en un obstáculo para la trasmisión del psicoanálisis.

Entonces, ¿hace falta una nueva traducción de Freud? ¿Otra más? ¿Habrá que producir un Freud lacaniano en castellano? ¿Una versión finalmente fiel?

 

II) Freud en presente

La tradición de la traición de la traducción

Existe un cierto peligro en la declamación de fidelidad. Desde aquella ingeniosa -e intraducible- frase que comparaba al traductor con un traidor, la sospecha sobre la fidelidad de una traducción sobrevuela siempre acechante. El cometido de una traducción es producir un texto lo más equivalente posible al original.[12] Pero se sabe que la fidelidad absoluta (la restitutio ad integrum) es imposible, en la medida en que no existe equivalencia absoluta entre las lenguas, que no hay moneda convertible.[13] Algo permanece siempre extranjero (Cf  Pontalis 1984).

Ahora bien, cuando se habla de la fidelidad de las traducciones de Freud, ¿hablamos de fidelidad a qué? ¿Al “espíritu”, al “ser”, a la “esencia” de su obra? ¿A las intenciones de Freud? (¿Acaso Freud es siempre fiel a sí mismo?) ¿Al texto, entonces? ¿A la letra?

La alternativa entre “la letra” y “el espíritu”, conocida desde siempre por los traductores, parece irreductible. Hay que optar permanentemente. Se sabe que la tarea del traductor no es otra cosa que un encadenamiento de elecciones. Casi nunca hay una palabra que satisfaga totalmente, que sea “la correcta”. Se trata de tomar partido, según la remanida metáfora de la frazada, entre cubrirse los pies y cubrirse el cuerpo. Ramón Alcalde decía que traducir “culmina necesariamente en una opción entre varias renuncias” (Alcalde 285). En ese sentido no hay traducción sin pérdida. Entre la ilusión de que el original lo dice todo, y la sensación de insuficiencia de la propia lengua para trasmitirlo, es necesario muchas veces apostar.

Y tanto lo que se elige como lo que se pierde está determinado, como hemos visto, no sólo por la pretensión de fidelidad, sino por una lectura. Lectura personal del traductor, sin duda, pero también lectura de época, lectura del ambiente en el que surge y al que responde esa traducción. Las buenas traducciones no son caprichosas. Cada una tiene su por qué. Lleva la marca de las intenciones y de la época en la que fue concebida y de las personas que la concibieron. Cada versión responde a sus circunstancias, y en ese sentido la versión “canónica” no es más que una pretensión totalitaria u oportunista. No hay otro espíritu, podríamos decir, que el espíritu de la propia lectura.

 

La traducción como lectura

No se trata, entonces, de denunciar aquello de lo que las traducciones existentes carecen, aquello en lo que son infieles, y de proponer la “verdadera” traducción, la finalmente fiel, sea ésta lacaniana, científica o poética. Pero esto no implica tampoco conformamos con lo que hay, ni optar por una especie de “relativismo traductoril” (cualquier traducción es válida).

Lo que hace falta, postulamos, es abrir la discusión de las traducciones existentes.[14] Volver sobre ellas. No dar por buena o definitiva ninguna versión de Freud. Discutir criterios y ensayar mejores alternativas.

Porque la idea de lectura se opone taxativamente a la concepción de “última palabra”, de verdad última. Ésta oculta, como decíamos, una ambición de poder hegemónico, una tranquilidad religiosa de sentido, o una pereza intelectual para el cuestionamiento de lo establecido. O todo a la vez.[15]

Ahora bien, pensar a la traducción como una lectura también supone riesgos. El principal es el de confundir lectura con delirio, es decir, con una interpretación cerrada donde todo concuerde y no se esboce la menor inconsistencia. Si en el caso de la lectura de una obra esto puede llevar a un dogma y al fanatismo, en el caso de una traducción puede llevar a un delirio interpretativo digno del mejor paranoico. Se sabe hasta qué extremos se puede llegar cuando se le quiere hacer decir algo a un texto, cuando el autor, Freud en este caso, “tiene” que estar de acuerdo con las premisas previas en que se basa nuestra lectura. Una lectura es efecto del acto de leer, no al revés.

Leer, tomar partido, no significa forzar los textos, tentación más habitual de lo que se confiesa, sino leer “lo que dice” el texto desde un punto de vista, desde un compromiso. Es necesario diferenciar una lectura no sólo de un delirio interpretativo acerca del texto, sino también de la alucinación de que el texto dice lo que de ninguna manera está escrito.[16]

Una lectura es una apuesta, una opción a la que puede exigírsele coherencia y fundamentos. Pero no es un invento. No caben infinitas lecturas, ni infinitas traducciones. El texto, de algún modo, y afortunadamente, resiste a nuestra lectura. Y no eludir ese punto de tensión es una opción ética a la hora de traducir. O de leer.[17]

 

Clínica de la traducción freudiana

No es intención de este capítulo, entonces, plantear la necesidad de una nueva traducción total de la “obra” freudiana, sino estimular un trabajo artesanal de revisión, de apertura, no dar por eterno e inmodificable lo decidido una vez por alguien. ¿Cuáles serían los criterios para tener en cuenta al aventuramos a revisar las traducciones de Freud disponibles hoy, en la Argentina de comienzos del siglo XXI? Sin pretensión de exhaustividad, proponemos rápidamente algunos:

1) En principio, a esta altura de la cultura psicoanalítica es indudable que tenemos detrás una historia, el peso de la tradición de palabras y frases que casi han tomado autonomía. Términos como Trieb, Wiederholung, Verleugnung, Zwang, por nombrar algunos al azar, tienen su propia historia, sus vicisitudes, han sido teorizados, trabajados, debatidos, por diferentes autores y corrientes. Los términos se van cargando de sentido, van adquiriendo una densidad que a veces se torna demasiado pesada. A la hora de pensar la pertinencia de una traducción no se puede desconocer esta historia, aunque tampoco es obligatorio atenerse a pie juntillas a lo ya propuesto. Desde luego que existen opciones de traducciones que, aunque muy cuestionables, están consagradas por el uso. Por ejemplo, parece muy difícil desprenderse de la equivalencia entre Verdrängung y “represión”, aceptada por todas las versiones, pero que evoca la acción de un poder policial que no está presente en el término original. Sin embargo, aun conservando algunas opciones canónicas, se puedan abrir alternativas o sugerencias que no coagulen esa opción (y que, en el ejemplo citado, rescaten el Drang incluido en Verdrängung, evocando así lo que para un lector alemán va de suyo: la relación que la palabra misma marca con la pulsión y, en todo caso, con una metáfora hidráulica, más que política). Se trata, en definitiva, de volver a abrir lo coagulado, de no dar por inconmovibles los sentidos cristalizados.

2) En segundo lugar, y más allá de los términos puntuales, parece necesario rescatar en castellano la prosa freudiana, extraviada, como hemos visto, en la versión de Etcheverry. (En este sentido podríamos reivindicar el estilo de la traducción de López Ballesteros, si no su contenido). Es necesaria una traducción que esté escrita lo más parecido posible a como escribía Freud.[18]

Desde este punto de vista no es indiferente si quien encara una traducción es o no psicoanalista. Freud mismo era de la opinión de que era deseable que lo fuera (véase la cita de la nota 19, infra). Pongamos algo en claro: ser analista no es condición suficiente para traducir a Freud.[19] Pero postulamos que es necesario, además de tener una excelente formación en alemán y en el idioma de destino, no exactamente ser psicoanalista -no se trata de la pertenencia a una corporación- sino estar de algún modo concernido por el inconsciente.

3) Correlativamente, el desafío es lograr esto sin perder la rigurosidad que supo conseguir Etcheverry. Rigurosidad a la hora de respetar no sólo etimologías de palabras, sino por sobre todo polisemias, insistencias significantes, equívocos.

Por supuesto que no resulta fácil compatibilizar estos dos últimos criterios, el estilo y el rigor terminológico. Freud creía que la única manera de traducir los ejemplos de sueños o actos fallidos, por ejemplo, era reemplazarlos con otros nuevos, de análisis efectuados en el idioma de destino.[20] Pero, ¿acaso no sería esto escribir un texto diferente? ¿Cómo traducir los juegos significantes del texto, sin producir un texto “inventado”? Se trata nuevamente de la opción entre el espíritu y la letra, que se resuelve caso por caso, y seguramente siempre de manera insuficiente.

Por otra parte, también hay que librarse del prejuicio de que sistematicidad supone traducir siempre un término por una misma palabra. El juego de la lengua hace que a veces eso no sea posible. La sistematicidad pasa, en todo caso, por no disimular la trama, por aclarar de qué término se trata, o indicar otras traducciones posibles. Pero claramente la rigurosidad no debe ir en contra del estilo

4) En definitiva, el criterio general es que cada elección de traducción debería intentar recrear no sólo la misma claridad, sino también la misma ambigüedad que produciría el texto original en el lector alemán al que Freud se dirigía. En eso radicaría, a nuestro juicio, la fidelidad debida por el traductor al texto.

¿Y qué Freud surgiría de estas revisiones? ¿Con qué lectura, bajo qué coordenadas de época y lugar esta tarea se llevaría a cabo? No hay traducción sin compromiso, decíamos. Si hubiera que definirlo en dos palabras, diría que de lo que hoy se trata no es de producir un Freud lacaniano, sino un Freud “no sin Lacan” (para tomar una expresión a la que precisamente Lacan supo sacarle el jugo). Es decir, un Freud al que leemos habiendo asimilado las grandes marcas que Lacan produjo en la obra freudiana, pero sin que esto signifique acatar todas y cada una de las opciones puntuales que planteó. Es decir, leer a Freud a la luz de Lacan, pero no con Lacan como garante de Freud.

 

Las queridas certezas

Los psicoanalistas tenemos nuestro librito de Freud bajo el brazo. En general muy querido, muchas veces algo ajado, amarillento, pero nuestro. Está más o menos prolijamente subrayado por una lectura que hicimos o aprendimos algún día, y nos manejamos muy bien con él. Nos provee nuestra “vía facilitada” -nuestro “caminito del lechero”- para guiamos en lo que entendimos o creímos entender de Freud. Nos tranquiliza. Poner en discusión una traducción nos obliga a dejar de lado en algo ese librito, esa seguridad tan familiar y conocida. Pero nos brinda una ocasión: nos obliga a volver a leer, a conmover un poco ese camino trillado y a arriesgamos a encontrar cosas nuevas, a arriesgar la comodidad de las significaciones adquiridas, de los sentidos coagulados, de las fórmulas seguras. Revisar una traducción es una ocasión, no sólo para poner de manifiesto que no hay lectura definitiva, sino para renovar el interés en trabajar esos textos que a veces creemos que “ya sabemos”, pero que siempre deparan sorpresas. Otra ocasión, entonces, para volver a leer a Freud, lo cual implica, como decíamos al comienzo, intentar que no se pierda del todo el instante inaugural de una experiencia.

Obras Citadas:

Alcalde, Ramón. “Traducir”, en Estudios críticos de poética y poesía, 1982. EdicionesSitio, 1996, pp. 285-8.

 

Bettelheim, Bruno. Freud and man’s soul. Knopf, 1983.

 

Bourguignon, André, et al.  “Situation des Oeuvres Completes de Freud:Psychanalyse”, en Traduire Freud. PUF, 1989, pp. 5-8.

 

Cosentino, Juan Carlos, et al. Primera clínica Freudiana, Imago Mundi, 2003.

—. El giro de 1920. Más allá del principio de placer. Imago Mundi, 2003.

—. El problema Económico. Imago Mundi, 2005.

 

Eco, Umberto. Interpretación y sobreinterpretación. Cambridge University Press, 1995.

 

Freud, Sigmund. Gesammelte Werke, (abreviada en el texto GW), Imago Publishing. 17 tomos.    Reedición con agregado de un tomo complementario más otro de Índices, Fischer Taschenbuch  Verlag, 1999.

—. The Standard Edition of the Complete Psychological Works, (abreviada en el texto SE), 23 tomos más índices, traducción de James Strachey, The Hogarth Press, 1953-74.

—. Edição Standard das Obras Psicológicas Completas, (abreviada en el texto ESB) 23  tomos,traducción de Jayme Salomão, Imago Editora, 1976.

—. Oeuvres Complètes – Psychanalyse, (abreviada en el texto OCF) 21 tomos, traducción colectiva bajo la dirección de Jean Laplanche,  PUF, 1988-96.

—. Obras Completas, (abreviada en el texto BN) ediciones de 3 y 9 tomos, traducción de Luis López

Ballesteros y Ramón Rey Ardid, Biblioteca Nueva, 1972-73.

—. Obras Completas, (abreviada en el texto AE), traducción de José L. Etcheverry, Amorrortu editores, 1976-79.

 

Freud, Sigmund y Edoardo Weiss. Problemas de la práctica analítica: Correspondencia  Freud Weiss. Gedisa, 1979.

 

Grubrich-Simitis, Ilse. Volver a los textos de Freud, 1993. Biblioteca Nueva, 2003.

 

Jones, Ernest.  “Mensaje de cordialidad”, en Revista de Psicoanálisis, I, 1, 1943, pp. 3-4.

 

Junker, Helmut. “Standard Translations and Complete Analysis”, en Ornston, D. (comp): Translating Freud, Yale University Press, 1992, pp. 48-62.

 

Koyré, Alexandre. “Traduttore-traditore: a propósito de Copérnico y Galileo”, en Estudios de historiadel pensamiento científico, 1943. Siglo XXI, 1977, pp. 258-60.

 

Ortega y Gasset, José. “Introducción a la primera edición”, en Obras Completas de Sigmund 4 Freud, Biblioteca Nueva, 1972, Tomo I, 1922, pp. ix-x.

 

Pontalis, Jean-Bertrand.  “Encore un métier impossible”, en L’écrit du temps, 7, été 1984, pp. 71-75.

 

Strachey, James. “General Preface”, en The Standard Edition of the Complete Psychological Works of Sigmund Freud. The Hogarth Press, Tomo I, 1996, pp. xiii-xxii.

 

Villarreal, Inga. “Spanish Translations of Freud”, en Ornston (comp): Translating Freud. Yale University Press, 1992, pp. 114-134.

Notas al final:

[1] Este trabajo fue publicado en S. Freud, Fetichismo y otros textos. Correspondencia: el caso A.B. Manuscritos, documentos inéditos y versiones publicadas. Textos bilingües. Edición y comentarios Juan Carlos Cosentino, Lionel F. Klimkiewicz, Bs. As., Mármol Izquierdo, 2019, pp. 375-393.

 

[2] Por ejemplo, Strachey restringe a un sentido puramente médico algunos términos de Análisis terminable e interminable. Hablando de los resultados del análisis del Hombre de los lobos, Freud habla de su Wohlbefinden (bienestar). Strachey reduce esto a health (salud). Y cuando, líneas más abajo Freud habla de la Heilungsgeschichte (historia de la cura, de la curación), Strachey vierte Heilung por el habitual término médico recovery (Junker 56).

 

[3] En una carta a su hija Anna del 24 de abril de 1922 le informa acerca de la edición española recién publicada de Psicopatología de la vida cotidiana, y añade entusiasmado: “Pero lo mejor es una línea en el lomo del libro. Ahí reza: Obras Completas I. Es decir, ¡una edición completa!” (Citado en Grubrich-Simitis 61). Era un asombro para el propio Freud.[4] Solamente un ejemplo. En un complejo razonamiento en el punto II de El yo y el Ello Freud escribe:

Es bleibt also richtig, daβ auch Empfindungen und Gefühle nur durch Anlagen an das System W bewuβt werden; ist die Fortleitung gespert, so kommen sie nicht als Empfindungen zustande, obwohl das inhen entsprechende Andere im Erregungsablauf dasselbe ist. (GW XIII, 250).

Una traducción más o menos literal sería:

“Por lo tanto sigue siendo correcto que también sensaciones y sentimientos sólo se vuelven conscientes si llegan al sistema P; si se les cierra el avance, entonces no se concretan como sensaciones, a pesar de que lo otro que les corresponde en el curso excitatorio es el mismo.”

Es muy difícil entender rápidamente a qué se refiere con ese ”lo otro”, das Andere. Hay que remitirse a párrafos anteriores en el texto, e indudablemente su traducción plantea varias complicaciones. López Ballesteros no vacila en simplificar:

“Resulta, pues, que también las sensaciones y los sentimientos tienen que llegar al sistema P. para hacerse conscientes, y cuando encuentran cerrado el camino de dicho sistema, no logran emerger como tales sensaciones o sentimientos”. (BN, III, 2707).

La última frase directamente no figura, de modo que ese pliegue en el texto desaparece como por arte de magia, lo que da un resultado terso, pero con mucho costo. Por el contrario, Etcheverry mantiene la dificultad, aunque, a nuestro parecer, agrega nuevas, como la introducción gratuita del problema de la identidad:

“Por lo tanto, seguimos teniendo justificación para afirmar que también sensaciones y sentimientos sólo devienen conscientes si alcanzan al sistema P; si les es bloqueada su conducción hacia adelante, no afloran como sensaciones, a pesar de que permanece idéntico eso otro que les corresponde en el decurso de la excitación.” (AE, XIX, 24)

 

[5] Éste no es un dato menor. La edición de las Obras Completas publicadas en portugués para la misma época, por ejemplo, tuvo hasta tal punto a la Standard Edition como modelo que todos los textos fueron traducidos desde la versión inglesa, y no desde el original alemán. (Véase ESB).

 

[6] De hecho, se ha comparado en ese sentido a Etcheverry con Strachey:

“Strachey ha sido criticado por verter el lenguaje alemán común en un inglés sofisticado, pero esta observación se aplica mucho más al español de Etcheverry (…) Etcheverry usa frecuentemente palabras españolas inusuales por palabras comunes alemanas” (Villarreal 126). Sin embargo, a diferencia de Strachey, Etcheverry no se preocupa por la claridad didáctica y simplificadora que aquél defiende.

 

[7] En francés no hubo, como se sabe, pretensión de estandarización de los textos freudianos, al menos hasta hace muy pocos años. Las primeras traducciones francesas fueron numerosas y caóticas, tanto como las lecturas que dependían de ellas. El texto Die Verneinung, por ejemplo, fue traducido más de diez veces (Bourguignon et al. 8). Recién en la década del ’90 un numeroso equipo encabezado por Jean Laplanche produjo una traducción sistemática y cuidada de las Obras Completas al francés (véase OCF). Una crítica de esta versión escapa a las pretensiones de este trabajo, pero anotemos simplemente un detalle: los integrantes de ese equipo de traducción declaran orgullosos: “La mayoría de nosotros somos germanistas y freudólogos, una muy pequeña minoría analistas practicantes, ellos mismos freudólogos ante todo”. (Ibid., 7, subrayado nuestro). A nuestro criterio, hay aquí hay un pequeño problema: ¿se puede ser “freudólogo” sin ser analista? ¿No será éste el problema de la mayoría de las traducciones, que intentaron hacer una teoría “freudológica”, cualquiera que fuese, sin relación necesaria con la clínica?

 

[8] Traducciones que producen lectura: de este tipo es la que hace de la Verwerfung freudiana forclusión. Al proponer esa versión (a la que no llega sin un camino previo) Lacan no traduce sólo del alemán al francés, sino de Freud a Lacan, lacaniza un término freudiano y, por añadidura, hace de él un elemento clave en su teoría.

 

[9] Inga Villarreal atribuye el crecimiento de la demanda de una traducción más rigurosa, literal e internamente consistente, al movimiento de retorno a Freud promovido por “analistas franceses” que estaban siendo ampliamente estudiados en la comunidad psicoanalítica argentina de ese momento. (Villarreal 118-9). Más allá de lo opinable de esta afirmación, es palmario que la manera que Etcheverry tiene de detenerse en la forma y la etimología de las palabras freudianas (rescatando, sobre todo, el linaje de determinados términos) no tiene mucha relación con el modo en que Lacan trabaja con los significantes.

 

[10] Por ejemplo, cuando en el texto La Represión se reemplaza “representante-representación” por “representante de la representación”, al traducir el Vorstellungrepräsentant, o “sofocado” por “caído en el fondo”, al verter unterdrückt.

 

[11] Por ejemplo, hay quien ha extraído consecuencias teóricas de la expresión “posición subjetiva” que figura en la versión de Etcheverry del comienzo del capítulo IV de Más allá el principio de placer: “Lo que sigue es especulación (…) que cada cual apreciará o desdeñará de acuerdo con su propia posición subjetiva”. (AE, XVIII, 24, subrayado nuestro). En verdad Freud no hace allí referencia a alguna noción de sujeto: sólo dice nach seiner besonderen Einstellung (“según su posición particular”). (GW, XIII, 23). Se trata de uno de los raros casos en que Etcheverry no se atiene estrictamente a la letra.

 

[12] Irene Agoff, parafraseando a Lacan, propone que habría que caracterizar al “deseo de traductor” como el de la mínima diferencia. (Agoff 1994), algo que podríamos llamar la “mínima infidelidad”.

 

[13] Por supuesto: una traducción puede ser groseramente incorrecta, es decir, puede sencillamente errar en la elección de palabras por desconocimiento de la lengua de origen o de destino, puede hacerle decir al texto lo que éste no dice. Pero no nos referimos aquí a eso. (Por otra parte, ninguna de las dos traducciones de Freud al castellano podría ser acusada globalmente de ese desacierto).

 

[14] Este es el sentido que ha guiado mi participación en un proyecto de retraducción parcial de algunos textos freudianos. No se trata de un nuevo Freud, sino de abrir discusiones, ensayar alternativas, y contextuar decisiones. (Véase a) Cosentino et al. Primera clínica Freudiana, b) El giro de 1920. Más allá del principio de placer,  y c) El problema Económico).

 

[15] Nunca está de más recordar la famosa boutade borgeana: “El concepto de texto definitivo no corresponde sino a la religión o al cansancio”.

 

[16] Un ejemplo de hacerle decir a un texto lo que no dice, esto es, de forzar una lectura hasta la alucinación, lo da Alexandre Koyré a propósito de ciertas traducciones de Copérnico y Galileo (Koyré 1943).

 

[17] Véase a este respecto la interesante discusión de Umberto Eco con los defensores de la interpretación ilimitada de los textos (Eco 1995).

 

[18] Dar un ejemplo de esto requeriría un desarrollo que la concisión de este capítulo impide.

 

[19] Ni tampoco, por supuesto, a Lacan, aunque no pocas traducciones de sus textos se han autorizado únicamente en esta condición.

 

[20] La manera como usted traduce los sueños y los actos fallidos -le dice a Edoardo Weiss- sustituyendo los ejemplos por otros propios, es naturalmente la única correcta. Desgraciadamente, no tengo la garantía de que sea aplicada en las otras traducciones, que en su mayoría no están hechas por analistas” (Freud-Weiss 50, subrayado nuestro). Freud había aprobado también ese mecanismo en las primeras traducciones al inglés que había hecho A. A. Brill, criterio modificado y criticado luego por Strachey y Jones: “Freud mismo era un traductor rápido y altamente dotado, pero lo hacía con mucha libertad, y tengo motivos para suponer que nunca llegó a comprender cuán inmensa y difícil habría de ser la tarea de traducir cuidadosamente ¡y ordenar! sus originales” (Jones, 1953-7, T.II, 56).

Biografía:

Carlos Javier Escars (1960-2015) era un prestigioso psicólogo y docente de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de La Plata. Se graduó de la Universidad de Buenos Aires como licenciado en Psicología. Además se desempeñó como docente de esa casa de altos estudios hasta 2013. En esa etapa fue profesor regular adjunto en la asignatura Psicoanálisis: Freud. A la par que desarrollaba su carrera docente, atendió en su propio consultorio. El doctor Escars fue profesor titular de Teoría Psicoanalítica, consejero directivo y secretario de Posgrado de la actual gestión de la facultad de Psicología de la UNLP. Por sus trabajos de investigación y su labor científica, en diciembre de 2014 fue reconocido por las autoridades de la UNLP. En ese momento se lo distinguió junto a otros 34 investigadores pertenecientes a distintas facultades con el título de investigador formado.

Fecha de publicación:

6 de febrero, 2023

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Topics

European Journal of Psychoanalysis